Los derechos humanos son unas de las más importantes conquistas de la segunda mitad del siglo XX. En la materia de Historia de los Derechos Humanos enseñamos que, aunque hay trazas de los orígenes de los derechos humanos desde los tiempos antiguos, la concepción moderna de estos se desarrolló a partir de la Segunda Guerra Mundial y nace de las cenizas de la dignidad humana, exterminada en el Holocausto. Así como el ave fénix que resurge de sus propias cenizas, los derechos humanos resurgieron de la deshumanización de la persona humana.
Durante el régimen nazi, el Tercer Reich hizo de la “solución final de la cuestión judía” una parte importante de su política. El Holocausto fue un genocidio deliberado y sistemático de alrededor de seis millones de personas (prevalentemente judías). Seis millones de personas que fueron deportadas, privadas de su libertad personal, explotadas, humilladas, torturadas, y finalmente, si no morían de muerte natural, asesinadas en cámaras de gas o mediante un pelotón de fusilamiento.
Los campos de concentración nazi de Auschwitz y Birkenau, en Polonia, siguen siendo testigos de una política absurda de la maldad humana, una crueldad tan profunda y sin razón que la misma filosofa política Hanna Arendt, hacía referencia a ella con la expresión de “la banalidad del mal”.
Una política de odio que tenía como único objetivo hacer una limpieza de todas aquellas personas que solo tenían una culpa: su partencia religiosa o étnica (las víctimas del Holocausto nazi no fueron solo los judíos, sino que también los gitanos), su preferencia sexual (en particular las personas homosexuales), entre otras.
Las víctimas, hombres, mujeres, niñas y niños, de cualquier edad y en cualquier condición, eran llevadas a los campos de concentración nazi sin saber con qué destino iban a encontrarse. Muchas de ellas, fueron con la idea de que iban a un nuevo lugar donde podían desarrollar una nueva vida. Se llevaban sus cosas más preciadas, sus ahorros, sus joyas, hasta sus utensilios de cocina.
Encontraban el infierno. En los campos de concentración nazi no las esperaban personas que querían darles una nueva oportunidad de vida. Las esperaban carnífices que, detrás de la excusa de seguir y ejecutar órdenes e instrucciones, no hacían otra cosa que deshumanizarlas.
La entrada del campo de concentración nazi las recibía con el letrero Arbet Macht Frei (“El trabajo libera”). La selección y división de las personas en la llegada al campo de concentración era inmediata: personas aptas y no aptas para trabajar. Las segundas eran asesinadas inmediatamente. Las primeras eran explotadas hasta la muerte. Las personas que entraban en los campos de concentración eran prisioneras que no cometieron ningún delito. Se les privaba de sus bienes personales, de sus seres queridos, de su identidad (sustituida por un número tatuado en el brazo), de su libertad, de su vida y de su dignidad humana.
El Holocausto no solo fue el exterminio masivo de 6 millones de personas. El Holocausto fue el exterminio masivo de la dignidad humana. Y aunque creamos que el Holocausto tan solo forma parte de la historia, desafortunadamente sabemos que los seres humanos tenemos la triste costumbre de olvidarnos de lo que pasó y volvemos a cometer los mismos errores, una y otra vez, escondiéndonos detrás de las excusas y justificaciones más mezquinas.
Por eso es fundamental enseñar y aprender la historia y en particular la historia de los derechos humanos, que es la historia de luchas, batallas y revoluciones en contra de graves violaciones a los más fundamentales derechos humanos de las personas. El conocimiento es clave para evitar que estas violaciones se repitan, porque como decía George Santayana: “aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”.
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