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Coahuila

El hierro se destruye con su propio óxido

Por Verónica Marroquín

Hace 3 meses

Estimados lectores: Se acerca la esperada Nochebuena y la Navidad, muchas personas estamos felices de estas épocas; para quienes creemos en la renovación del amor de Dios en nuestras almas por el nacimiento del Niño Jesús, el significado cambia. Para otros sólo son reuniones familiares, posadas, darse obsequios que normalmente se dan con amor, y no por compromiso, quiero pensar. De algunas salidas rápidas a visitar a los amigos y familiares que se encuentran enfermos, o que tenemos mucho que no visitamos por el bendito trabajo u otros motivos. ¡Hasta los paisanos que viven en el extranjero vienen en estas fechas para festejar con la familia y qué bonito!

Pero también hay otras personas para las que estas fechas son de mucha tristeza, pues uno de los motivos y el más doloroso, sin duda, es la muerte de un ser querido, que sea la primera Navidad sin esa amada persona, con quien han compartido toda una vida. Para otros es la falta de trabajo que no les permite cubrir sus necesidades más básicas, y menos en esta época donde se esperan obsequios, pero les recuerdo que lo más bello son los detalles de amor que no tienen precio monetario. También la tristeza es por pérdida de la salud, ya sea de sí mismo o de algún familiar o amistad muy querido. Sin embargo, los invito a esta reflexión:

A qué me refiero con “El hierro se destruye con su propio óxido”: a que somos nosotros mismos, nosotras mismas, quienes, con nuestros pensamientos y acciones, nos podemos destruir (oxidar) es decir, no se necesita que algo o alguien del exterior venga a hacernos daño, o hablar mal, o ponernos el pie, sino que uno mismo, sin ser consciente, se sabotea. ¿Y cómo sucede esto? Bueno, es por nuestra propia historia de vida, de cómo ya de adultos la hemos llevado, sí hay influencia del medio ambiente, sin duda alguna, pero lo que más define esto de nosotros de hacernos daño es que no tengamos AMOR PROPIO. Es tan importante estimados lectores, el amarse uno mismo. Nuestros padres son quienes nos enseñan ese amor ¿de qué manera? Con el ejemplo, es decir con besos, abrazos, caricias tiernas, poniéndonos atención, dando tiempo de calidad, jugando en nuestros primeros años con nosotros, dándonos seguridad, diversión, alimentos, techo, vestido, educación, todo dentro de un respeto. Pero esto cada vez se ve menos en las familias, por ello tanta falta de amor en las personas. Dice un refrán que “entre más conozco a las personas, más amo a mi perro”. Seguro ustedes lo habrán escuchado también, y algunos que nunca han tenido la oportunidad de tener la bendición de un perrito en casa, o alguna mascotita, difícilmente entenderán esta frase. Pero este será tema para otra columna.

 

¿Por qué insisto tanto en cuidar nuestros pensamientos? Porque muchos de estos pensamientos se harán acciones, y esas acciones, tendrán resultados. Si pensamos negativamente, nuestros resultados también. Al principio no es fácil, pero si empezamos a estar más despiertos a lo que estamos pensando, más conscientes, podremos ir modificándolos, y algo que se hace a diario, se hace un hábito. Y ya para cuando acuerdes, serán más los pensamientos positivos que negativos. Puedes empezar a escribir en tu libretita de anotaciones, cuando te des cuenta de un pensamiento negativo, no vas a escribirlo, sino escribirás el pensamiento ya convertido en positivo.

Te pongo un ejemplo: Qué flojera tener que levantarme en las mañanas tan heladas a trabajar. Este es un pensamiento negativo.

Pensamiento positivo sería: Agradezco cada mañana tener salud y poder levantarme para ir a mi trabajo que me permite vivir cómodamente y cubrir todas mis necesidades y las de mi familia.

¿Se dan cuenta lo distinto que son estos dos pensamientos? Pues ya tienen en sus manos una poderosa técnica para ir cambiando nuestros pensamientos a positivo. Debe ser en primera persona (yo), en tiempo presente y positivo. Verán grandes cambios en sus vidas, en los que viven y conviven con nosotros.

No dejemos que nosotros mismos nos oxidemos como el hierro, alejémonos de situaciones y personas que nos roben la calma, la paz. Podemos querer y amar a personas, sí, pero si son nocivas para nosotros, retirarse, mandarles los mejores deseos y bendiciones. Si no se puede porque son parte de la familia, de los círculos más estrechos de amistades, o compañeros de trabajo, el verlos con otros ojos, es decir, como personas que pudieran tener una herida o varias heridas de la infancia (que en breve volveré a escribirles sobre este tema tan importante y esencial para vivir una vida plena) recordando que cuando se tiene una herida emocional, se puede ver cómo el mundo esta en tu contra, que las personas te desean el mal. No pueden ver la luz por esa nube gris que llevan en sus recuerdos más dolorosos. Debo decir también que nosotros no somos responsables por supuesto de sus heridas, pero tal vez somos quienes, sin saberlo, les detonamos u oprimimos ese botón rojo del recuerdo de esa herida que alguien más le provocó, me refiero a las heridas de la infancia. Lo recomendable es asistir a terapia emocional, identificarlas y sanarlas.

Sirvan estas líneas de reflexión en este tercer domingo de adviento… la venida de Cristo exige una continua conversión. El tiempo del Adviento es una llamada a la conversión para preparar los caminos del Señor y acoger al Señor que viene. El Señor ya no quiere nacer en una cueva, sino en cada uno de los corazones de los hombres.

Un abrazo de luz para todos, recordando que son sanadores. su amiga y terapeuta, Verónica, Diosito por delante.

 

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