POR: JORGE VOLPI
Una cosa es lo que dice y otra lo que hace. Lo comprobamos la vez pasada: no es un hombre tan peligroso como parece, sólo tiene “una forma particular de comunicar”, como ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum. Su táctica consiste en amedrentar a sus interlocutores para tener una ventaja en la negociación, pero al final acabará por moderarse. Tiene a los factores reales de poder como freno, no es alguien que vaya a “dispararse en el pie”. En resumen: perro que ladra no muerde. Acaso para apaciguar su ansiedad o para revertir una profecía autocumplida, numerosos actores políticos y económicos de todo el mundo -y en particular de México- no dejan de pronunciar frases semejantes: vanos tranquilizantes frente a un escenario catastrófico.
Quienes así opinan desconocen la historia: siempre hubo quienes aseguraron que un solo individuo, por demencial o agresivo que fuese su lenguaje, jamás sería capaz de precipitar a una nación -o al mundo entero- en una guerra o una crisis, que siempre habría instituciones o factores externos que conseguirían limitarlo. Lo hemos constatado una y otra vez: un líder que consigue envenenar suficientemente las mentes de sus seguidores es sin duda capaz de conducirlos al desastre colectivo o al caos. Ocurrió con Hitler o Mussolini, así como con decenas de tiranos en América Latina.
La batería de amenazas -transformadas en un alud de órdenes ejecutivas- con las que Trump ha iniciado su segundo mandato no pueden ser tomadas a la ligera. Entre ellas hay meros golpes de efecto -restaurar la libertad de expresión en Estados Unidos- y otras son simbólicas -cambiarle el nombre al Golfo de México-, pero tenemos que saber, a estas alturas, que cualquier declaración de un político, y más del Presidente de Estados Unidos, tiene consecuencias: sus palabras son performativas y modifican por fuerza la realidad. Estas hacen creer que antes de él no había libertad o silencian el nombre de México para despojar a sus habitantes de parte de su historia.
Muchísimo más graves son aquellas que declaran la situación de emergencia en la frontera -sobre todo porque esta no existe-, eliminan o dificultan al extremo las solicitudes de asilo; declara a México, otra vez, “tercer país seguro”; considera a los grupos criminales mexicanos como terroristas, intenta desmontar el ius soli amparado en la Constitución o prepara el camino para la “mayor deportación” en la historia de Estados Unidos. ¿Por qué nos negamos a verlo? Todos y cada uno de estos documentos -y el lenguaje que los ampara- incuba el más desmesurado racismo: la misma idea de que ciertas personas, sólo por el hecho de no tener unos papeles, no son personas. Y, por tanto, no merecen los mismos derechos y las mismas oportunidades. En campaña, Trump lo dijo de manera más nítida: son animales.
En esta decisión de dibujar un enemigo entre los más débiles -la misma táctica de Hitler, aunque Elon Musk se burle de ello-, Trump no va a recular. Una de las pruebas más claras de su comportamiento puede verse en Separated (2024), el magnífico documental de Errol Morris -que cuenta, por cierto, con diseño de arte de Eugenio Caballero-: allí queda claro su modo de actuar. La decisión de separar a los niños migrantes de sus padres fue tomada con la misma sangre fría con que se decidió la solución final en la Conferencia de Wannsee: una forma extrema de disuadir a cualquiera de cruzar la frontera con sus hijos más allá de su crueldad. Ante la presión humanitaria, el Gobierno de Trump anunció que acabaría con esta política.
Morris demuestra cómo durante los siguientes años la separación continuó siendo una práctica habitual. Como afirma uno de sus entrevistados, Estados Unidos continuó practicando esta forma de tortura -alejar a niños pequeños de sus padres sin que unos y otros no tengan forma de comunicarse o de saber sus paraderos no puede ser calificada de otro modo- de manera soterrada e impune. Esto es lo que nos espera. El Gobierno de México acaso no tenga demasiado margen de maniobra frente al déspota, pero sus ciudadanos debemos denunciar sin tregua las infinitas violaciones a los derechos humanos que se recrudecerán en los siguientes meses a un lado y otro de la frontera.
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