“ Nuestras almas no deben de estar atadas a los resentimientos del pasado, sino a las bendiciones del presente”.
Hace días me enviaron un texto que hacía referencia a una carta entre dos amigas. Una señora de 83 años le escribía a su amiga Bertha sus aprendizajes hasta el día de hoy. No estoy segura de la validez de la carta porque creo que he escuchado varias versiones de la misma, pero me pareció interesante volver a tratar este tema, porque así lo leamos una vez por semana, nos daríamos cuenta que en ocasiones lo verdaderamente importante pasa desapercibido ante nuestros ojos. Les comparto la carta, creo que todos tendríamos una muy semejante conclusión.
Querida Bertha,
Yo leo más y limpio menos.
Estoy sentada en el patio disfrutando de la vista y no me importa la mala hierba del jardín.
Paso más tiempo con mi familia y mis amigos y menos tiempo trabajando.
La vida debería, en cuanto se pueda, tratarse de disfrutar de sus experiencias, no de soportarlas.
Ahora yo trato de acordarme de estos tiempos y cuidarlos.
Yo no “guardo” nada; nosotros utilizamos nuestra vajilla elegante y nuestros floreros más lindos para cualquier ocasión –como para cuando una amaryllis se abre.
Yo siempre utilizo mi chaqueta bonita cuando voy a la tienda. Mi teoría es que si me veo bien fácilmente puedo gastarme 23 dólares en una bolsita de comida.
Yo ya no guardo mi mejor perfume para fiestas especiales, yo lo uso cuando me encuentro con la vendedora de la ferretería o cuando me encuentro con el funcionario del banco.
“Algún día” y “Un día…” ya no existe en mi vocabulario. Si hay algo que vale la pena hacer o ver, entonces lo quiero ver o hacer hoy.
Yo no estoy segura de lo que otra gente hubiera hecho si supieran que no iban a vivir el día siguiente, algo que todos lo tomamos por sentado.
Yo creo que se hubieran reunido con sus familiares y con algunos amigos cercanos. Tal vez hubieran llamado algunos amigos viejos para disculparse por algo. Yo creo que hubieran salido a comer comida china o cualquier otra comida que les guste. Sólo estoy adivinando; nunca lo voy a saber.
Son las cosas pequeñas, las cosas que uno no ha hecho, que me hubieran hecho brava si supiera que sólo me quedan unas horas para vivir. Brava porque no escribí algunas de esas cartas que pensé que iba a escribir durante mi último tiempo. Brava y triste porque no le dije lo suficientemente a menudo a mi esposo y a mis padres cuanto los amo.
Yo no trato de posponer o detener las cosas pequeñas de la vida que me hacen sonreír.
Y cada mañana cuando abro los ojos me convenzo que la vida es algo especial. Cada día, cada minuto. Cada aliento es realmente un regalo.
Tal vez la vida no fue la fiesta que esperábamos, pero pues ya que estamos acá podemos todos bailar.
La vida no tiene que ser perfecta para disfrutarse. La vida en sí es maravillosa con todo lo que el vivir conlleva. A veces nos enfocamos en lo aparentemente importante y dejamos de vibrar y presenciar las cosas más maravillosas de nuestra vida. Solemos guardar las cosas, esperar los momentos, dar por sentado que hay mucho tiempo y no exprimimos el día a día.
No hay infancia feliz si no hay tierra en las manos, pintura sobre la pared y obras de arte rotas por un balonazo de futbol. No hay felicidad total cuando existe una casa limpia, pero vacía. Confirmo que mi vida deseo vivirla con esa apertura de probar nuevos platillos, redescubrir todos los días nuevas sensaciones, de disfrutar los momentos mágicos con todos mis seres queridos, de decir TE AMO a mi esposo y a mis hijos todos los días, de disfrutar el regalo de tener a mis padres, de abrazar sintiendo ese abrazo y permitirme disfrutar del silencio y del gozo de este momento presente, disfrutar del baile de este momento de mi vida. Porque al fin… eso es lo que tenemos, es lo que hoy podemos saborear y atesorar. Que aprendamos a vivir en el gozo de las pequeñas cosas, disfrutando de eso ordinario que es la vida, viviendo al máximo este momento, este encuentro con esa persona querida, esa conversación que se vuelve bálsamo. Ser y estar en lo ordinario, para guardarlo en el corazón. Con esa certeza de que lo ordinario lo volvimos extraordinario al estar dentro de él, pues eso es: VIVIR.
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