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Coahuila

El gólem

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 3 meses

Continuando con las leyendas de Praga, es turno de la conocida figura del Gólem, de la tradición judeocristiana, arraigada en esa hermosa capital checa.  Las líneas de Alena Jézkova nos remiten al siglo XVI, cuando el emperador Rodolfo II instaló su corte en esa ciudad.  Ocurrió que desapareció un niño pequeño, y el pueblo atribuyó el delito a la comunidad judía. Inquieto por lo ocurrido, el rabino Löw, jerarca de la sinagoga, que para entonces ya había encabezado importantes acciones de salvaguarda, buscó la forma de proteger a su comunidad contra la violencia a causa de la desaparición del niño, sobre todo sabiendo que el tiempo pasaba, él envejecía y no sería capaz de vivir para siempre.

Se dio a la tarea de construir, con barro de la ribera del Moldava una figura con características humanas, a la cual infundir vida mediante un soplo, tal y como se describe en el Génesis la creación de Adán.  Su objetivo fue contar con un personaje con capacidad sobrehumana que protegiera a sus fieles.  Para dicho proyecto se valió de dos estudiantes de la congregación, quienes, atendiendo a números cabalísticos, dieron, el primero siete vueltas a la figura hasta secar el barro y colocar un fuego en su interior.  El segundo, con otras siete vueltas, consiguió que esa mole se enfriara y adquiriera una piel como la humana.  Finalmente, el rabino dio siete vueltas y colocó en la boca de la figura un pergamino con signos sagrados, y escribió sobre la frente de la criatura la palabra “Emet” que en hebreo significa “verdad”, con lo que el Gólem cobró vida, aunque no podía hablar “porque el secreto del habla es lo más sagrado y ni el rabino sabía cómo dar este arte al Gólem”.

Terminado el proceso de creación, el rabino y sus alumnos vistieron a la figura y la presentaron a la comunidad como José, un sirviente, que durante el día ayudaba en la sinagoga y por la noche hacía las veces de vigilante por las calles de la ciudad.  Su lealtad era absoluta, aunque su entendimiento limitado. En sus andanzas localizó al niño perdido y lo presentó en el juicio que se hacía a la comunidad judía, quedando así exonerada del delito. El padre del menor lo había ocultado para, dolosamente, incriminar a los judíos con miras a expulsarlos. Una cosa no debía olvidar el rabino: los viernes, antes de dormir, había de retirar al Gólem el pergamino que llevaba en la boca, para hacer respetar el sábado, como lo manda la religión judía.

Un viernes por la noche la hija menor del rabino se hallaba enferma, de modo que él olvidó retirar el pergamino de la boca del Gólem.  Este comenzó a actuar cada vez más acelerado, rompiendo todo cuanto hallaba alrededor suyo durante la noche.  El rabino fue informado del problema la mañana del sábado, justo cuando iniciaba el canto solemne en la sinagoga, que marca el tiempo donde no se debe trabajar.  El rabino se halló en un predicamento, si acudía a retirar el pergamino del Gólem estaría desacatando la Torá, su libro sagrado; si ignoraba lo que ocurría, la creación podría acabar con la población.  La carga moral fue mayor, abandonó la sinagoga para localizar y abordar a la criatura, a la cual logró calmar y retirarle el pergamino, luego de lo cual pudo volver al recinto sagrado a reiniciar su rezo en el salmo noventa y dos.  Por esta razón, se cuenta, que, de todo el planeta, en esa sinagoga, dicho salmo se reza dos veces, en memoria de lo que debió hacer el rabino durante aquella mañana de sábado.

A partir de la experiencia que pudo haber sido catastrófica para toda la comunidad, el rabino Löw convocó a sus dos estudiantes para revertir el proceso mediante el cual habían creado al Gólem.  Lo hicieron hasta que la figura se convirtió en un montón de polvo inerme.  Dejaron aquellos restos en la azotea de la sinagoga, para evitar que alguien intentara revivirlo.  Aun así, años después hubo un estudiante que se documentó y trabajó hasta infundirle vida, pero fue tal su terror al ver al inmenso Gólem moverse, que retiró el pergamino de la boca del monstruo.  Este se desintegró, y los escombros cayeron sobre el estudiante, sepultándolo para siempre.

Praga: Una bellísima ciudad europea donde convergen los opuestos de la manera más afortunada.  Habiendo superado grandes dificultades, los checos que habitan esa ciudad capital se sienten honrados de su herencia multicultural, misma que buscan preservar y dar a conocer.  Lo que parecen ser dos contrarios alcanzan un punto de concordia capaz de proporcionar momentos únicos de magia al visitante, quien, invariablemente, abandonará la ciudad con la firme intención de volver pronto, para continuar explorando sus leyendas y tradiciones únicas, y aprendiendo de la longanimidad de su gente, que ha sabido salir airosa de grandes luchas, de la mejor manera.

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