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Coahuila

El Flash

Por Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Hace 2 dias

1.

El flash de mi cámara no dejaba de brillar sobre el hermoso fondo navideño, ante el que se colocaban las familias para llevarse el bello recuerdo de esa cena especialmente preparada para ellos, por el Club de Leones de la ciudad.

Los niños eran los más impacientes porque sus sonrisas quedaran plasmadas para la posteridad.

Su alegría era mayúscula, por los dulces y juguetes recibidos, y se sentían importantes y apapachados. 

Y además, me pedían fotos por todo el salón.

Y yo, con la dicha en mi corazón de estar usando el flash rescatado que mi papá me había regalado, con más ganas les tomaba las fotos. Estaba jubilosa porque había podido cumplir con esta delicada misión. 

2.

Días antes me había percatado de que el flash externo de mi cámara empezaba a fallar, por lo que le cambié las pilas, le moví por aquí y por allá, lo apagué, lo encendí, y nada, dejó de funcionar. 

Me habían invitado a ayudar a un evento con familias vulnerables, y me había comprometido a hacerlo, deseaba que las familias se llevaran una fotografía bonita y profesional de ese momento. 

Los días previos tuve mucho trabajo programado y no pude llevarlo a arreglar, tomaba fotos de entrevistas o en salones pequeños, solo con el flash integrado de mi cámara. Tampoco pude conseguir prestado otro. 

Así que un día antes del evento, le estaba pidiendo a Dios, una banalidad, que me ayudara a conseguir otro flash, no para mí, si no para los niños y sus familias, ellos se merecían lo mejor, y sabía en mi corazón que ellos se sentirían felices al llevarse un recuerdo profesional, con mayor luz, color, sonrisas y todo. 

3.

Yo tenía otro flash que mi papá me regaló cuando empecé a trabajar de fotógrafa, pero hace años dejó de funcionar y lo tenía por ahí guardado. 

No pudiendo conciliar el sueño esa noche, oí una voz en mi interior que me dijo: ve a buscar el flash viejo, el que no sirve, y ponle pilas nuevas. 

En mi corazón lo sentí como una orden, por lo que me levanté y fui corriendo a hacerlo y… ¡Prendió! 

Después de años de no servir y de haberlo intentado mecánicamente muchas veces, volvió a funcionar y rindió, para tomar innumerables fotos a las más de 250 personas a las que se les brindó la cena navideña. 

4.

Aquel día, el flash agotado de tanto trabajar, había pedido esquina, no te aguantaba el ritmo, ya no era tan joven como tú, pero no lo escuchabas, estaba un poco enfermo pero no lo entendías, necesitaba unas largas vacaciones. Pero al siguiente día, había que ir a trabajar. Cuando fuiste por él, estaba supito, se quedó dormido, y por más que lo movías, no se podía despertar. Así pasaron días, meses,  y cuando volvías por él, continuaba dormido, necesitaba descansar todavía más. Pasaron los años, se retiró, hasta ese último día que lo fuiste a ver, él sintió tu fuerte angustia, por la importante y delicada misión que tenías ante tí, por lo que, recordando a tu padre, que le había dicho: “Te encargo a mi hija”. Recargó todas sus baterías, se levantó, se enfundó en su casaca, y dijo: no te quedaré mal, vamos, ¡estoy listo!

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