Cuando el Sol asoma en el horizonte del 1 de septiembre, el mundo parece detenerse un instante, como si la creación misma hiciera una pausa para recordar su origen. Este día, consagrado por la Iglesia Ortodoxa en el año 553 d.C., como el Día de la Creación, evoca en el corazón de la humanidad un profundo simbolismo, un eco de los tiempos en que el Universo fue tejido con amor y sabiduría.
Desde tiempos inmemoriales, las culturas han reverenciado la creación. En la narrativa bíblica, los seis días de la creación son un canto a la diversidad y la belleza del mundo: la luz que disipa las tinieblas, las aguas que danzan, la tierra que florece, y cada ser viviente que respira en armonía. Este relato no sólo es un legado espiritual, sino un recordatorio de nuestra interconexión con la naturaleza, de que somos parte de un todo, un hilo en el vasto tapiz de la vida.
Sin embargo, al mirar a nuestro alrededor, la belleza de la creación se ve amenazada. La avaricia y la indiferencia han puesto en jaque a la Tierra, nuestra madre. El cambio climático, la deforestación y la contaminación son lamentos que resuenan, clamando por atención y acción. En este contexto, el 1 de septiembre se transforma en un llamado a la reflexión, una invitación a reavivar nuestro compromiso con el planeta.
En nuestros días, el simbolismo de este día trasciende la esfera espiritual y se convierte en un imperativo ético. Nos recuerda que cuidar de la Tierra no es sólo una responsabilidad, sino un acto de amor hacia las generaciones presentes y futuras. Cada árbol que plantamos, cada río que limpiamos, cada especie que protegemos, son gestos que celebran la creación y honran el legado que hemos heredado.
En un mundo donde los ecosistemas se desmoronan, donde la vida silvestre lucha por sobrevivir, debemos ser los guardianes de este legado. La creación no es un simple evento del pasado, es un proceso continuo, un llamado a la acción que resuena en cada rincón de la Tierra.
Al celebrar este día, se nos invita a contemplar la maravilla del mundo natural que nos rodea y a comprometernos a ser sus custodios. Que el eco de la creación nos inspire a vivir en armonía con nuestro entorno, a escuchar el susurro de los árboles y el murmullo de los ríos, a reconocer que cada ser vivo tiene un papel en este gran escenario.
En un tiempo en que el ruido de la destrucción puede parecer ensordecedor, que el 1 de septiembre se convierta no sólo en un recordatorio de nuestro origen, sino en una declaración de intenciones donde la creación sea honrada y la Tierra, nuestra única casa, sea cuidada con amor y gratitud.
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