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Coahuila

El derecho y el deber de defender nuestro valor

Por Irene Spigno

Hace 9 horas

Cada persona tiene una historia distinta.

Cada uno de nosotras y nosotros tiene sueños, objetivos e intereses diferentes, y a veces, hasta distantes entre sí.

Son nuestras pasiones las que nos mantienen vivas y vivos. Ninguna es más o menos importante que la otra; cada una de ellas, si es lo que de verdad nutre nuestro corazón (y siempre y cuando no lastime a otras personas), tiene la misma dignidad.

Así como todas las personas tenemos exactamente el mismo valor. Muchas veces, nuestra mente se inclina a pensar que, por ejemplo, ser médico o abogado es más importante que ser intendente o chofer. O que ser docente universitario es más prestigioso que ser maestro o maestra en la primaria.

No hay nada más equivocado que estas ideas, que no son otra cosa que el reflejo de estereotipos y creencias limitantes. Todas las profesiones son importantes, inclusive aquellas que la mayoría de las personas, y la sociedad en general, podrían considerar como humildes.

Pensemos en un ejemplo: ¿consideran que tiene más valor un cocinero que prepara cada guiso o platillo con mucho amor, disfrutando lo que hace y pensando en el placer que puede regalar a las personas que comen la comida que prepara, o un médico que, aunque tenga una gran preparación y especialización, ejerce su profesión sin ninguna pasión ni compromiso hacia la salud de sus pacientes, utilizándola solamente como herramienta para ganar la mayor cantidad de dinero posible?

Por supuesto que querer ganar dinero es más que legítimo, y querer conseguir mejores condiciones de vida también. Sin embargo, el dinero no debería ser la única razón que nos impulse a realizar cualquier actividad profesional. Y muchas veces las personas que solo buscan dinero y poder en su actividad profesional, hacen lo mismo en sus relaciones personales.

En realidad, somos nosotras y nosotros mismos quienes definimos el valor de lo que hacemos, y no al revés: es decir, lo que hacemos no define nuestro valor como personas. No es lo que hacemos lo que define nuestra valía, sino cómo hacemos las cosas.

Muchas veces, por inseguridades y miedos, buscamos la validación externa. También es cierto que la estructura de la sociedad nos somete permanentemente a evaluaciones y pruebas que necesitamos superar para poder seguir avanzando en nuestro camino personal y profesional. Y quizás esto ha contribuido, en cierta medida, a la idea de que, si falta esta validación externa, no podemos creer y confiar de verdad en nuestro valor.

Sin embargo, la validación de las demás personas puede ser muy subjetiva e inevitablemente limitada, ya que generalmente se concentra única y exclusivamente en el resultado final, la parte más visible de lo que somos como personas y de los resultados de nuestro trabajo (y muchas veces solamente de algunos de ellos).

La validación externa, tanto personal como profesional (ya sea una opinión de personas que nos conocen o de alguien que se ha acercado a nuestro trabajo), nunca podrá tomar en cuenta el camino recorrido, las luchas que tuvimos que enfrentar y los obstáculos que superamos para llegar al punto en que estamos.

Además, este tipo de valoraciones se realizan normalmente desde el punto de vista de quien las hace, en muchas ocasiones desde sus heridas, traumas e inseguridades, y algunas veces desde su seguridad. Es decir, son el reflejo del estado mental y emocional de su autor o autora.

Nosotros mismos deberíamos ser los primeros en creer en nuestro valor con humildad, pero siempre conscientes del esfuerzo y el compromiso que ponemos (o deberíamos poner) en todo lo que hacemos. Nos debería interesar más quedar bien con nosotros mismos que con las demás personas. Y, en todas aquellas ocasiones en las que, tanto en lo personal como en lo profesional, no nos sentimos valorados lo suficiente, debemos luchar para defender nuestro valor.

Si nosotras y nosotros no somos los primeros en creer en nuestro valor, ¿cómo podemos pretender que alguien más lo haga? Antes de voltearnos a buscar seguridad en la opinión de las demás personas, volteemos hacia nuestro interior. Allí reside la raíz de nuestro valor: nosotros deberíamos saber lo que somos y cuánto valemos. La única validación que nos debería interesar es la interna. Y si sabemos que somos personas comprometidas con nuestras pasiones y nuestros sueños, tenemos no solamente el derecho de defender nuestro valor, sino también el deber de hacerlo.

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