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Coahuila

El beisbol es como un virus que se introduce en el cuerpo y jamás saldrá de ahí

Por Carlos Gaytán Dávila

Hace 1 mes

Mario Isidro Gaytán Dávila, el penúltimo de los siete hermanos que fuimos, recuerda el Estadio Saltillo que fue escenario de extraordinarias jugadas y de magníficos lances de este pequeñín pelotero que figuró en la selección Coahuila de las Ligas Pequeñas, y si no fueron a William Sport, fue por dos derrotas apretadamente que les propinaran, los que serían posteriormente Los niños Campeones del Mundo. Sí, la selección de las ligas pequeñas de Monterrey, a la que se enfrentó el modesto, pero grandioso equipo local, en el mismo vetusto (viejo, anticuado) campo de beisbol ya desaparecido.

“Cuando niño me parecía inmenso y cuando se llenaba me ponía nervioso, “apañaba” e imponía respeto. Así y a pesar de todo pisar el diamante del Estadio Saltillo, me ocasionaba enorme alegría y miles de fantasías.

Para mí en el inicio de los 60, practicar el rey de los deportes, en una ciudad romántica y provincianita como Saltillo, era sencillamente hermoso. Las primeras lecciones de beisbol fueron de mucha emoción e importancia, después ya nada ni nadie me importa más que recibir el impacto de la bola en el guante o el tronar del bate en las manos.
Bajo la vigilancia del maestro y gran pelotero mexicano, originario de Saltillo, don Ramón Mendoza Dávila, recibimos las primeras enseñanzas, ya atrapando rolas y elevados con gran potencia o bien con el bat, tratando de hacer contacto con la bola.

El beisbol es un virus que se introduce en el cuerpo y que jamás saldrá de ahí”.

Eran los días de aquella ciudad chiquita, de ensueño, que la formaban de Abasolo a Murguía y de Cárdenas al Ojo de Agua, de huertos, manantiales, de aquel cielo azul y estrellado donde se podía admirar perfectamente el firmamento, donde Mario Isidro soñaba con llegar a ser un gran jugador, como los de mi  tiempo Vinicio García, Leo Rodríguez, Zacatillo Guerrero, Marcelo Juárez y muchos más.

“Las noches se me hacían muy largas, despertaba en la madrugada y quería que ya fuera de día para continuar aprendiendo el juego de la pelota, para mí no había más importante que el hermoso deporte que recién habíamos descubierto, gracias a mi hermano Carlos, que un día llegó con algunos guantes, bates y pelotas, pues era el encargado de resguardarlos en casa. Pertenecían a la escuela primaria Ojo de Agua, donde él participaba”.

El viejo Estadio Saltillo se ubicó frente a la Alameda Zaragoza. Era un edificio construido ya de concreto, con sus medidas reglamentarias, sus bardas altas, hechas con toda la mano, al igual que su gradería que ofrecía una visión excelente para disfrutar los encuentros de la liga Central, más poderosa que la actual mexicana y los de la Liga Otoñal, en ambas se combinaban peloteros profesionales mexicanos con extranjeros y novatos de ciudades de Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila.

El local que fue demolido para dar paso al edificio de la Secundaria del Estado Federico Berrueto Ramón, sirvió lo mismo para espectáculos de motocicletas, carreras pedestres, juegos de futbol soccer, americano, presentación de artistas (ahí actuó el inolvidable ídolo de México, Pedro Infante), lucha libre y box. En este mismo escenario el chaparrón de mi barrio, el Ojo de Agua, Otilio “El Zurdo” Galván, gana el campeonato nacional de peso mosca al tapatío Jorge “La Pulga” Herrera. Y el evento del Día de la Madre que fue muy tradicional en la ciudad.

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