San Valentín de Roma, fue un santo mártir de existencia discutida. Aparentemente fue ejecutado con otros dos mártires en tiempos del Imperio Romano. Fue Claudio II “el Gótico”, quien ordenó decapitarlo en el 270. Se dice que era un médico romano que se hizo sacerdote y que casaba a los soldados que estaban enamorados; a pesar de que ello estaba prohibido por el emperador, quien lo consideraba incompatible con la carrera de las armas.
Lo que pasó es que se construyó un culto carnavalesco en torno a rituales amorosos para contrapesar las fiestas paganas conocidas como lupercales (en latín Lupercalia). Su nombre deriva de lupus, el lobo, el animal que representa al dios Fauno, que adoptó el sobrenombre de Luperco, y de hircus, por el macho cabrío, el animal impuro. Incluso fabricaban látigos con pieles de lobo y con la sangre de este animal, golpeaban a las mujeres mozas. Era una práctica sado-masoquista. Estas fiestas de fertilidad y purificación pagana entre adolescentes, daban lugar a ligerezas de la carne en rituales profundamente imbuidos de erotismo. Estas fiestas lupercales se celebraban ante diem XV Kalendas Martias, lo que equivale al 15 de febrero.
La fiesta de San Valentín fue conocida por primera vez aproximadamente en el año 498, por el papa Gelasio I. Este personaje quiso sustituir las lupercales, por el culto a San Valentín y, por otra parte, la concepción de purificación, pero de la Virgen. De ahí proviene la fiesta de la Candelaria que se festeja el 2 de febrero. La festividad de San Valentín era celebrada por la iglesia católica cada 14 de febrero en el calendario litúrgico tradicional hasta que, en 1960, el Concilio Vaticano II retiró su celebración. Otra atribución a San Valentín, es que camino al cadalso, cuando lo iban a decapitar por órdenes de Claudio II, le entregó un papel a la hija de uno de los procuradores que lo había acusado. La niña era ciega, pero abrió el papel y lo leyó: “Este es tu Valentín”. De alguna manera es el origen remoto de las tarjetas de San Valentín.
A propósito de esto, hay que añadir que en la tradición occidental fue Geoffrey Chaucer en su Parlamento de las aves y otras visiones del sueño, que, festejando el amor, consagrara el 14 de febrero para escribir poemas amatorios. A pesar de retirar esta festividad católica, universalmente se sigue celebrando el 14 de febrero el memorial de San Valentín, o el “día del amor y la amistad”. Cabe mencionar que en ese Concilio también descontinuaron a San Jorge Bendito, el guerrero del ejército palestino que combatió al mal, y que por su fe a Jesucristo se convirtió en un santo y patrono de la Gran Bretaña.
No podemos negar nuestros orígenes. Provenimos de dos culturas que son muy distintas: la greco-romana y el judeo-cristianismo. El concepto de amor es el resultado de esas dos contradicciones. Para empezar, vale la pena aclarar que el “amor platónico”, es una expresión popular que pretende referirse a la visión filosófica que tuvo Platón respecto al amor. Los significados comúnmente asociados a esta misma expresión popular como el “amor no correspondido”, o “amor imposible, o “un amor idealizado”, en el que se abstrae el elemento sexual, caracterizado por ser irrealizable o no correspondido, son totalmente erróneos. Desde el punto de vista filosófico no refleja la concepción platónica del amor o Eros contenida en el Banquete.
Tal y como se nos muestra en el discurso de Sócrates, Platón cree que el amor es la motivación o impulso que nos lleva a conocer y contemplar la belleza en sí. Esta idea de que el amor es lo más puro, es totalmente griega. El alma se identifica con Dios. Es la prominencia del espíritu. Y por el otro lado, está la idea cristiana que es que la carne se revindica. Cristo es Dios encarnado. Es Dios de carne y hueso. En la pasión de Cristo, la carne y el espíritu no están peleados. Es el intento de reconciliar estos dos elementos que
alguien las separó en el camino. Es un concepto contradictorio, porque pasión viene del vocablo “padecer”. El amor se complementa con esa pasividad que implica toda pasión: el padecimiento. Hay contradicción entre cuerpo y espíritu. Y es que la carne es débil, pero el espíritu a veces, lo es todavía más. Somos herederos de dos tradiciones: el Banquete de Platón y la última cena. Estas dos vertientes chocan una con la otra. En ese sentido, el amor es una dialéctica cuya elevación nos hace echar raíces. Todos los ritos de fertilidad implican la vida y la muerte.
Como dice el nobel Octavio Paz en un verso del poema Cántaro Roto: “vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas”. El amor y la muerte son los dos grandes temas de los poetas. En las grandes obras clásicas que celebran el amor hay una alusión a la muerte como en La Divina Comedia, de Dante Alighieri. Somos más fértiles cuando nuestra vida se ve amenazada. Científicamente las mujeres son mucho más fértiles cuando tienen hambre.
Cuando se habla del amor, uno se pregunta: ¿es infinito? ¿Tiene un principio y un final? ¿Hay solo una forma de amar? Este es un tópico que se remonta a la poesía latina. Virgilio decía en sus bucólicas o églogas: “El amor lo vence todo. Cedamos el paso al amor”. Contextualizando el amor en tiempos de la pandemia, durante el confinamiento hubo entre amantes, tanto aproximaciones forzosas, como alejamientos igualmente obligados. Los protocolos que impone la emergencia sanitaria incluyen la sana distancia. ¿Y qué pasa con la sana distancia? “Nadie puede ser dichoso, señora, ni desdichado, sino que os haya mirado”, dice Garcilaso de la Vega. Ahora, evitar el contacto se ha convertido en un acto de amor. Ya no podemos abrazar a nuestros seres queridos. Las parejas han dejado de besarse. Ya se acabó el amor cortesano del trovador. Ya no hay cortejo. No se escriben poemas ni se envían cartas de amor.
No se regalan flores ni chocolates. Se está perdiendo la tradición de llevar serenatas. El amor ya no está a la vuelta de la esquina. Busca la forma de ser encontrado. Ahora, está a un click de distancia. Toda la galantería es por las redes cibernéticas. La tecnología se ha convertido en cupido. Las herramientas digitales facilitan las relaciones virtuales. Las citas por aplicación se duplicaron. El 50% de los millennials que sostuvieron una relación sentimental lo hicieron a través de las redes sociales. El amor por las vías cibernéticas generó 270 millones de personas que utilizan aplicaciones para uso romántico. Dos de cada cinco usuarios reconocen haber conocido a su pareja en línea. Y es que no hay nada como la presencia física. El religioso y poeta místico del renacimiento español San Juan de la Cruz, cuyo nombre secular era Juan de Yepes decía: “Eso que no se cura sino con la presencia y la figura”. Las relaciones virtuales son muy falsas.
No son reales. La realidad está conformada por tres dimensiones. Estamos hechos de carne. Pero la virtualidad de las redes sociales pretenden ser la espiritualidad moderna, donde no pasa nada. Es un topus uranus platónico, pero en la nube. Tal vez por eso el INEGI reportó que, en el 2020, hubo 52 mil 358,107 casos de divorcios. Aumentó 18% el número de parejas que viven en unión libre. Todo indica que el matrimonio ya no es una opción viable. Además, un 30% de la población ha optado por la soltería. Lo curioso es que hay estudios que afirman que los matrimonios ya establecidos reportan mayor satisfacción en su vida si pasan más tiempo con su pareja. Claro que todo exceso es contraproducente. En cambio, la vida es más difícil para los solteros. Reportan menos satisfacción en su vida en la medida que no tienen pareja. Los solteros a partir de la pandemia están sufriendo más problemas de salud mental.
Lo que deberíamos de hacer es leer más textos esenciales para entender al amor. Una referencia obligada en estos tiempos pandémicos es El amor en los tiempos de cólera del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Es la historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el escenario de un pueblecito portuario del Caribe donde esperan a lo largo de 51 años, nueve meses, y cuatro días para volver a reunirse. Esta pareja tiene el olor a almendras amargas porque es un amor contrariado. Podría parecer un melodrama de amantes contraídos que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propios sentimientos. Otro libro imprescindible es El amor y Occidente, de Denis de Rougemont (Ed. Kairos, 2006).
Es una obra clave para entender el origen de la manera como los occidentales vivimos lo que llamamos “amor romántico”. Según Rougemont, esta forma de vivir el amor procede del misticismo cátaro. Es más, invierte la interpretación freudiana de que el amor romántico es una sublimación del instinto sexual. Es una mundanización de un éxtasis místico previo, que toma el éxtasis sexual como una forma de aproximarse al éxtasis místico del que procede. El amor tiene este ingrediente de que nunca llega a completarse.
Cita los ejemplos clásicos como Romeo y Julieta. Tenían escasos catorce años cuando surgió esta pasión entre ellos. Junto con otras reflexiones los teóricos como Rougemont se preguntan: ¿qué hubiera pasado con el amor de Romeo y Julieta después de llevar juntos varios años y tener cinco hijos? Tal vez ya se hubieran aventado los platos por encima de la cabeza. Cuando en los cuentos de hadas dicen: “Y vivieron felices para siempre…”, nunca se ha aclarado si fue porque acabaron juntos o separados. Los grandes amantes de la literatura universal por lo general terminan en algún tipo de tragedia. Se enamoran y luego se atraviesa algún incidente que los separa: Ulises y Penélope, Don Quijote y Dulcinea del Toboso, Cyrano de Bergerac y Roxana, Rebeca y Maxim de Winter, Ana Karenina y el Conde Vronski, André Gorz y Dorine, Lanzarote y Ginebra, Abelardo y Eloísa, Lolita y Humbert Humbert, y una gran lista de enamorados. En el caso de Tristán e Isolda su tragedia es la otredad. Se dicen mutuamente que quieren ser el otro. El problema está en la conjunción: “y”. Porque si Tristán e Isolda existen es para que se intercambien el uno por el otro. Terminan siendo Isolda “y” Tristán. Lo que los une los separa. Lo único que permite que haya una total unión es que dejen de existir. El amor perfecto solo existe más allá de la muerte.
El amor tiene muchas vertientes. Se ha tratado de entender conceptualmente a partir de expresiones divergentes y complementarias. Eros es el impulso del deseo de lo que no tenemos. Filia, que procede de la raíz griega philos, significa amante o amigo, más el sufijo -ia (cualidad). Ágape, que es el término griego para describir un tipo de amor incondicional y reflexivo, en que el amante solo tiene en cuenta solo el bien del ser amado. Es el amor de entrega total, lo que en latín sería caritas, que es la virtud teologal de la caridad. Son las principales expresiones del amor.
Aprovecho la ocasión de la fecha para recomendar también la lectura de La llama doble de Octavio Paz. Es un esfuerzo intelectual de un poeta que ha acumulado una ingente cantidad de poesía amatoria, para explicar el eros, el erotismo y el amor, contrastando la tradición grecolatina con la cristiana, así como la platónica con el amor cortés. Explora al mismo tiempo el amor tántrico del budismo y del hinduismo. Nos muestra que el amor es pasión. El amor es una suma de contradicciones. Hay un factor azaroso. Conocemos a nuestras parejas por el azar. Son decisiones curiosas, que coinciden en un determinado momento y lugar. Y eso es justo lo que estamos perdiendo con las condiciones de la pandemia. Hay menos movilidad para esos encuentros amorosos. Además del azar, el amor es necesidad. A la vez que es una pasión, es una elección. Hay un momento en el que lo eliges o te elige. Conoces a alguien de quien te enamoras en un acto de voluntad de entrega amorosa. Sinceramente yo no celebro esta fecha, porque se ha convertido en un pretexto comercial para el consumo desenfrenado. Creo que el amor es un regalo que se obsequia incondicionalmente cada día. ¡Feliz día de San Valentín!
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