Hace tiempo, un urbanista foráneo, luego de echar el primer vistazo a Saltillo, exclamó: “Esta ciudad la hicieron al revés”. Al preguntarle la razón de tan contundente afirmación, aclaró: “Sucede que hay una constante en prácticamente todas las ciudades del mundo: las familias de mayores ingresos económicos viven en las partes altas, y aquí sucede lo contrario. Las colonias residenciales están en la parte baja, mientras las familias de menos recursos habitan en los lugares altos, donde suele ser mejor la calidad del aire y no hay peligro de inundaciones, con toda la basura que estas arrastran”.
Y dio ejemplos. Entre otros, las Lomas, en la capital del país, y San Pedro Garza García, en Monterrey, que ya se trepó hasta la montaña. En efecto, Saltillo registró un mayor crecimiento hacia la parte baja, el norte, donde los terrenos son más caros y se ubican los principales hospitales privados, así como centros comerciales y decenas de restaurantes, bares y antros –como los llaman los muchachos– más exclusivos (solo por usar un adjetivo).
Es posible que la conformación del terreno donde nació y ha crecido nuestra ciudad ha sido una de las razones del fenómeno. Y es que la diferencia de altitud de la parte alta –digamos la plaza Félix U. Gómez– y el Centro tradicional de la ciudad –la Plaza de Armas– es de alrededor de 70 metros y una distancia de menos de 7 u 800 metros.
No es difícil imaginar lo que representaría hasta bien entrado el siglo 20 lo que era subir esa empinada cuesta, que incluso resultaría cansada hasta para los caballos. Hoy, el automóvil y el transporte público facilitaron el escalamiento al que obliga esa pendiente de la calle de Hidalgo, cuya cima está poco más o menos al mismo nivel que la cruz de la torre mayor de Catedral. De allí que el despegue del sur haya sido más lento, y relativamente reciente.
El norte pujante, glamoroso, disparó su crecimiento en los últimos años, y en un cóctel de ambición y negligencia o corrupción municipal, nacieron fraccionamientos a troche y moche, sin respetar la orografía del valle.
“El agua tiene memoria”, no es un dicho campirano cualquiera: es una verdad corroborada por la experiencia. Donde alguna vez, durante una lluvia copiosa corrió el agua, puede jurar que volverá a hacerlo cuando se presenten condiciones similares. Sin embargo, fraccionadores y autoridades intentaron, siempre inútilmente, imponer sus condiciones a la naturaleza. Pero el agua es muy terca y tarde o temprano recuerda su costumbre de correr por determinados lugares y vuelve a hacerlo.
Los especuladores rellenaron cauces de arroyos para convertirlos en colonias rendidoras de abultadas ganancias. De pronto, al presentarse lluvias torrenciales, esos arroyos recuerdan sus antiquísimas vías de desfogue e inundan áreas residenciales. Lo ocurrido en el fraccionamiento El Campanario, que no es el único caso, son lodos de aquellos polvos y una lección que ojalá haya sido aprendida para bien de la ciudad.
Letras sueltas
Los últimos días nos dejaron dos buenos amigos, ambos exalcaldes: Jesús Pader Villarreal, de Múzquiz, y Erasmo López Villarreal, de Ramos Arizpe. Nuestras condolencias a las familias de ambos, que en medio del dolor deben sentirse orgullosas, porque hasta el último día, don Jesús y don Erasmo, caminaban por las calles de los municipios que administraron recibiendo el reconocimiento y el afecto de sus conciudadanos. Un lujo que no muchos políticos pueden darse.
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