“Quien sabe de dolor lo sabe todo”.
Dante Alighieri
El rechazo del ser humano a la mitad de sí mismo tiene sin duda su origen en el de la especie misma, porque constituye un mecanismo de supervivencia, aunque también -y es lo que hasta ahora no termina de comprenderse-, el principal factor de adaptación y progreso.
Me refiero por supuesto al malestar emocional en sus diversas presentaciones, ninguna de las cuales, por cierto, sale sobrando jamás. Menospreciarlo, evadirlo, evitarlo, minimizarlo, reprimirlo o negarlo constituyen la causa de todos los problemas de la humanidad, porque lo que no reconocemos de nosotros mismos no se va, de hecho, se acumula y termina explotando en intolerancia, agresividad, perversión, violencia, indolencia, negligencia y, en general, todas las actitudes y conductas que nos hacen personas y sociedades indeseables.
En esta época, acostumbrados como estamos a la satisfacción inmediata y cómoda de muchos de nuestros deseos y necesidades, ha crecido el rechazo al malestar emocional y se ha desarrollado un positivismo actitudinal a ultranza.
No obstante y, aunque tímidamente en comparación, crecen las tendencias filosóficas y psicoterapéuticas que proponen aceptar el malestar emocional como parte importante de nosotros mismos y acogerlo, a pesar de la resistencia.
Acogerlo implica sentirlo, escucharlo, saber lo que tiene que decirnos, y hacer esto conlleva, por una parte, desechar creencias erróneas, como que está mal el malestar, que no debemos sentirlo o que debemos salir de él lo más rápido posible; por otra, lo más difícil: asumir responsabilidades que no deseamos, como hacernos cargo de nuestro bienestar emocional, dejando de exigirle a los demás que nos hagan sentir bien y, en consecuencia, de culparlos por hacernos sentir mal.
Si nadie tiene la capacidad de cambiar nuestra realidad porque nadie tiene la culpa de lo que nos pasa, estamos ante la aterradora realidad de que, infaliblemente, nos toca a nosotros. Ahora bien, cuando hemos entendido de qué trata realmente la responsabilidad personal, tendremos que asumir la social: aportarle a nuestra comunidad lo mejor de nosotros, construido por nosotros mismos, sin pretextos.
Imagínese usted que, en vez de enojarse o criticar a otros, deba compadecerlos por su inconsciencia, aunque lo agredan, tiren basura, sean descorteses y, en fin, realicen esas conductas que, en apariencia permisibles, por pequeñas, dañan tanto a una sociedad. Imagínese que usted tenga que ser parte de quienes no las realizan. Si ya lo es, ¡felicidades! Ojalá sea producto de la virtud de la responsabilidad y no de la falsa perfección del intolerante.
Bueno, pues en todo este asunto las malas noticias son que mientras no trascienda su malestar emocional no tendrá posibilidad de bienestar; de hecho sufrirá, es decir, estará constantemente torturado mentalmente, porque esa es una consecuencia de rechazar la otra mitad de sí mismo, y no, no hay manera de evadir las responsabilidades que ese cambio nos trae. Le son inherentes.
La buena notica es que le voy a decir cómo trascenderlo: no se trata de aceptar sin más su malestar sin saber en qué consiste, ya le señalaba que hay que acogerlo, hay que bucear en él para saber exactamente de qué emociones está compuesto: dolor, miedo, odio, resentimiento, envidia, etc.
Para vencer la aversión que todo esto puede causarle, tiene que abrazar su malestar, esto es, cubrirlo afectivamente, como hacemos cuando abrazamos a otros; compasivamente, sin juicios ni exigencias, en un gesto comprensión hacia nosotros mismos.
Abrazar es uno de los actos más cálidos y afectuosos del ser humanos cuando se hace desde el corazón. Recuerde que lo que podemos hacer por los demás, lo podemos hacer por nosotros mismos.
Por tanto, abrácese, física y emocionalmente, cuando sienta malestar, no para que se vaya, no para salir de él, sino solo porque existe, porque está ahí y es parte esencial de usted; por tanto, necesita ser acogido, contenido, comprendido. Esto transforma la desolación en la presencia que realmente ha estado necesitando.
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