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Coahuila

Dios está en todas partes

Por Cholyn Garza

Hace 2 semanas

Tantas cosas están sucediendo en el mundo, en su mayoría nada agradables, que es imposible no recordar las enseñanzas de nuestros padres y abuelos.

De niños, sentíamos cierto temor a las tormentas, más si estaban acompañadas de relámpagos y truenos cuando una tormenta se avecinaba, nos poníamos a rezar pidiendo a Dios que nos protegiera. Mamá y abuelas eran las encargadas de guiarnos en la oración y tranquilizarnos al ofrecernos el calor de un cariñoso abrazo protector.

En esa etapa de nuestra vida aprendimos de esas maravillosas mujeres, que la oración es nuestra fuerza y sería un medio para ser escuchados por Dios en cuanta necesidad tuviéramos.

¿Quién no ha sentido alguna vez miedo ante algo que se puede presentar? ¿Quién no se estremecía y sentía su corazón latir acelerado al escuchar los truenos en una tormenta? Y no necesariamente en la niñez; puede darse a cualquier edad.

Lo que bien aprendimos de pequeños nos acompañará siempre; crecimos creyendo en el poder de la oración.  Parte de nuestra formación y no la olvidamos. Estamos conscientes de que Dios está en todas partes y jamás nos abandona.

Por eso muchos de nosotros nos aferramos a la oración en los momentos difíciles en nuestra vida.

Es una pena que exista un gran número de seres humanos que olviden que Dios es dueño de todo, que nosotros estamos de paso, por lo tanto, lo que hayamos logrado reunir se quedará. Nada nos llevaremos.

¿Qué está sucediendo en el mundo que no ponemos atención? Son muchos los mensajes que estamos recibiendo a través de las catástrofes y no aprendemos de ellas.

La convivencia entre los seres humanos es cada vez más difícil; la ambición en las personas crece. Se manifiesta más la soberbia en aquellos que sienten que son mejores por tener y no por ser.

¡Qué lamentable!

Una vez más, una tragedia de gran magnitud nos ubica en la triste realidad: que en un instante la vida de cualquier persona puede cambiar.  No importa el país, la nacionalidad, ni el rango social o económico. Ante las desgracias, todos somos iguales.

Y todos, de alguna manera perdemos.

Recientemente los Ángeles, California ha acaparado la atención mundial, por el incendio que lleva más de una semana de haber iniciado.  Una verdadera tragedia para miles de seres que han visto su patrimonio reducido a cenizas en un instante.

Una vez más nos damos cuenta de que las tragedias no hacen distinciones. A cualquiera nos puede pasar.

Unos días antes del incendio, Hollywood, celebraba la premiación de los Golden Globes. En plena gala, la conductora mencionaba “nadie agradece a Dios”, refiriéndose a una supuesta encuesta donde el Creador no obtuvo una sola mención.

Las risas se dejaron escuchar entre los asistentes por la broma, que hay que decirlo no fue tal sino una verdadera estupidez y falta de respeto.

Horas después, se desataba el incendio que ha destruido miles de hectáreas, casas, negocios y más de cien mil residentes evacuados.  Una verdadera tragedia.

A pesar de todo, Dios con su infinita misericordia, siempre se hace presente. Y lo hace en la oportuna ayuda que brindan los cuerpos de rescate, conformados por personas que acuden a prestar auxilio a quienes se encuentran en situación vulnerable.

Cuando suceden las desgracias como la de Los Ángeles, no podemos evitar mencionar a nuestros bomberos y a todos los servidores que cumplen con una labor verdaderamente humanitaria, de rescate y apoyo a las víctimas.

Un incendio, un accidente, una tragedia, siempre los primeros en llegar son ellos, los equipos de rescate, bomberos, policías, Fuerzas Armadas y todos los que participan en ayuda a quien lo requiere.

Estados Unidos cuenta con unidades bien equipadas, ante todo con personal entrenado para hacer frente a cualquier situación.

Nuestro país, cuenta también con personal eficiente en todos los niveles, pero es importante no escatimarles equipo y todo lo que requieran para un mejor desempeño. 

Hay que tomar en consideración que, sin importar las inclemencias del tiempo, quienes se desempeñan en tareas de rescate y acuden a prestar un servicio a los ciudadanos, dan su mejor esfuerzo, depositan sus conocimientos y voluntad en cada encomienda que realizan.

Tengamos presente que son ciudadanos como nosotros, con una familia que espera su regreso a casa después de realizar su jornada laboral.

La tarea de un rescatista es callada, sin alardes, pero de gran valor para una comunidad, un país.  Todos ellos merecen el reconocimiento permanente de la sociedad, a la que sirven sin ostentación y con enorme compromiso. 

Valoremos como ciudadanos, el esfuerzo que realiza cada elemento en su corporación, porque todos sin excepción están cumpliendo con un deber.

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