“Accidentes, acusaciones, asustado, ira, angustia, ansiedad, agresiones, ataques, derramamiento de sangre, bombardeos, calamidad, catástrofe, desafíos, caos, enfrentamientos, colapso, quejas, preocupación, conflicto, contaminado, choques, crisis, peligro, mortal, debacle, demandas, desaparición, desesperación, destrucción, devastación, muerto, difícil, desastre, discordia, disputa, terrible, emergencias, enemigo, epidemia, explosión, extinción, hambruna, miedo, inundación, aterrador, acoso, daño, odio, peligroso, horrendo, ilegal, enfermedad, inhumano, lesiones, insultos, atropello, plaga, violaciones, disturbios, riesgo, miedo, tiroteos, dolor, sufrir, suicidio, terrorismo, amenaza, tóxico, tragedias, indeseable, desafortunado, inimaginable, desagradable, inseguro, víctima, violencia, vulnerable, guerra”.

Apenas es una tercera parte de los 240 términos del diccionario de amenazas creado por Michelle Gelfand y otros investigadores.

La profesora de Stanford diseñó este compendio para ilustrar una terrible técnica que utilizan los populistas en todo el mundo.

“Cuando algún grupo experimenta amenazas crónicas las reglas más estrictas les ayudan a coordinarse para sobrevivir. El grupo se hace rígido, se aprieta”, explica Gelfand.

Esto le encanta al populista porque un grupo (o país) rígido abraza la autocracia. Abraza la disciplina que trae un hombre (o mujer) fuerte.

¿Y cómo manipula un líder a un grupo? ¿Cómo provoca esa rigidez, ese estado de temor que tanto le sirve?

“Líderes (malos líderes, digo yo) manipulan el lenguaje en discursos o las redes sociales para provocar una rigidez artificial”, explica la autora del libro “Rule makers, rule breakers”.

Exacto, y sobre todo cuando están en campaña electoral. Asustan al electorado pintando panoramas negrísimos.

Basta recordar el discurso de inauguración de Trump en 2017.

“La carnicería americana termina aquí y termina hoy. Somos una nación y su dolor es el nuestro; su éxito será el nuestro. Compartimos un corazón, un hogar y un glorioso hogar”.

Cualquier parecido con nuestra realidad es meritita coincidencia.

“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo”.

¡Ja! El discurso de la toma de posesión de Andrés Manuel.

En esencia, una calca al de su cuate Donaldo.

Primero pintan la carnicería. Primero hacen rígido al pueblo. Primero preparan el camino.

¿Y luego? Luego la solución clara: el Tlatoani. No importa si es el “Salvador” es región 1 o región 4. A fin de cuentas es el “Salvador”; sabe más que todos. A fin de cuentas tiene la fórmula mágica, porque la historia cambia rapidito.

Pasa de la carnicería, de los abusos a la solución instantánea. Mágicamente todo cambia, la transformación llega. Y si la realidad no coopera, ¡pues es culpa de la realidad!

O bueno, también están los neoliberales, los conservadores, los “bad hombres”, China, los ilegales (estos últimos tres de Mr. Orange) la corrupción, Calderón, Peña o el chupacabras (Salinas).

Falta un ingrediente más de esta terrible receta: la polarización extrema. Piénsalo, la polarización es prima hermana de la amenaza. Cumplen el mismo objetivo: mantienen rígido al grupo, al país.

En la era de la disrupción, esa rigidez sale muy cara. “Ante un ambiente amenazante, la innovación sufre. En la rigidez, se generan menos patentes y los mercados accionarios bajan”, explica Gelfand.

Adicionalmente, una gran parte de la población termina adormecida, hipnotizada (o maiceada). Sobre todo en la era de las redes sociales, donde algoritmos que buscan generar más clics (y plata) ayudan al populista.

La polarización que genera las redes contribuye a mantener esa rigidez que tanto le sirve al Tlatoani. y que tanto le estorba al país.

Amenazas y polarización que se convierten en una losa rígida en tiempos donde la flexibilidad y velocidad de movimiento son imprescindibles para triunfar.

En pocas palabras

“Un grupo que se siente amenazado tolera más el mal comportamiento de un líder”.

Susan Gelfand, profesora de Stanford