Piedras Negras
Publicado el miércoles, 27 de septiembre del 2023 a las 04:14
Piedras Negras, Coah.- Son las 00:30 horas del sábado 23 de septiembre del 2024. Ocultos en la oscuridad se cobijan cientos de migrantes, en su mayoría venezolanos.
Se resisten a salir a la luz, pero se mueven sigilosos y con suma cautela entre las sombras del desierto coahuilense.
El tren carguero procedente de Torreón, llegó a río Escondido, en el municipio de Nava, a unos 25 kilómetros de Piedras Negras a las 23:00 horas del viernes.
Fue detenido por guardias de seguridad de Ferromex a la altura de las oficinas de Micare, en un lugar donde la luz no alcanza a llegar y la noche es más densa.
Uno por uno, los guardias recorrieron los vagones para bajar a los grupos de migrantes que buscan llegar a la frontera, y que viajaban en el lomo de convoy; una hora y media duró el operativo.
Una vez separados en grupos, fueron dejándolos avanzar sobre las vías por las que avanza “la bestia” hasta el crucero que da acceso al rancho El Fénix.
“ No nos hagan daño, queremos agua, queremos comida, déjenos pasar, tengan piedad de nosotros, venimos cansados, tenemos hambre”, ese fue el grito que partió la oscuridad y resonó hasta el sitio donde los esperaban elementos de la Policía Estatal, Ejército, Guardia Nacional, Instituto Nacional de Migración y la Agencia Estatal de Investigación.
Ante todas las fuerzas de seguridad, los policías estatales fueron los únicos en responder.
“ No, no nos tengan miedo, no les vamos a hacer nada, no los vamos a detener”. De pronto, entre la oscuridad y debajo de los vagones, salieron poco a poco los más de 800 migrantes que llegaron esa noche arriba del tren.
“Agua, regálanos agua”, ese fue el clamor de niños, adultos, jóvenes, mujeres embarazadas, y hasta hombres con discapacidad que decidieron confiar en los elementos estatales, quienes solo se limitaron a evitar que continuaran su paso por las vías del ferrocarril, encausándolos al camino que los llevaría a incorporarse a la orilla de la carretera 57.
Fueron cuatro grupos, que dispersos uno de otro, avanzaron sobre la vía federal hasta llegar a su destino: Piedras Negras, a donde arribaron cerca de las 3:00 horas del sábado.
No perdieron tiempo. Se dirigieron a la orilla del río Bravo, se organizaron, protegieron sus pocas pertenencias, sus tesoros que trajeron en bolsas de plástico, dejaron lo que no podían llevarse, y mano con mano caminaron por la orilla de las frías aguas del cauce para cruzar y entregarse a las autoridades en Eagle Pass ya en tierra prometida de Estados Unidos.
Borran pasos, las huellas
Francis, una joven madre que espera impaciente por cruzar el domingo por la tarde. Su marcha se frenó desde Venezuela hasta llegar a Coahuila, donde se recupera tras el desvanecimiento que sufrió, cuando se dirigía a pie de Nueva Rosita a Piedras Negras, donde el ardiente sol, las temperaturas desérticas y la falta de agua casi le derriten la vida.
Un buen samaritano se detuvo cerca del kilómetro 150 sobre la carretera donde caminaba; ahí pudo ayudarla y le dio un aventón hasta el ejido Río Bravo, en Allende, donde la dejó a la sombra de un árbol, justo frente a una tienda de abarrotes, donde le brindaron auxilio.
Francis tiene más de cuatro horas esperando a que lleguen su hijo y su pareja, que bajo el intenso calor que supera los 40 grados Celsuis, avanzaban ese largo sendero que ella recorrió, sin saber a qué hora se reencontrarán.
En tanto su hijo y su pareja viajaron en autobús de Monterrey hasta Nueva Rosita; en la central regiomontana no les vendieron el boleto hasta Piedras Negras y una vez que el autobús llegó a Nueva Rosita, todos los migrantes fueron obligados a bajar.
Para continuar su viaje, a bordo del autobús, los encargados de vender los boletos, les exigieron un pago, por persona, de 3 mil pesos, de lo contrario tendrían que continuar su viaje a pie.
Así fue que Francis, junto con cientos, tal vez miles de migrantes, plantan cara a un calor que no da tregua, que les cobra una factura alta su osadía de cruzar por Coahuila, donde todo aparenta tranquilidad y respeto a sus derechos humanos.
La angustia de Francis no fue larga; volver a abrazar a su hijo de 14 años y de reencontrarse con su pareja fue algo que pudo celebrar, de las pocas afortunadas en lograrlo.
Corriente mortal
Es el mediodía del domingo 24 de septiembre; a la orilla del Bravo, en el cáncamo 4 de Simas, del lado nigropetense, un basurero es el último vestigio que dejan los indocumentados antes de cruzar la “última frontera”, la última línea del mapa que los separa de encontrar la vida que no pudieron tener en su tierra.
Las frías aguas parecen tranquilas, muchos de los ilegales son dirigidos a ese punto para cruzar; otros llegan a la altura del puente del ferrocarril, donde los rápidos y la fuerza de una corriente del impredecible cauce es más notoria, esa que se ha llevado fatalmente al menos a 120 de ellos en las últimas semanas.
Miedo no hay, sienten más temor el pensar en quedarse varados en Piedras Negras; evitan a toda costa ser víctimas de las bandas de criminales que “hacen su agosto” y les cobran hasta 200 pesos por persona, nada más para encaminarlos unos metros y dejarlos a la orilla del río.
Son cuatro venezolanos de los más de 15 mil migrantes que en los últimos 10 días han cruzado por esta frontera para adentrarse por Texas, y de ahí reencontrarse con algún familiar, ser llevado a una ciudad santuario o buscar una oportunidad en EU.
La mayoría de estos miles de inmigrantes, dependen de la decisión de que reciban asilo tras cruzar de manera ilegal.
Luego de todo este calvario, ese es su único camino, esperar para lograr su sueño, o encontrarse con la pesadilla de ser deportados y volver al lugar donde comenzaron, para volverlo a intentar o aferrarse a una realidad que los obligó a huir.
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