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¿Demasiado tarde para ser mamá?

  Por El Universal

Publicado el domingo, 11 de marzo del 2012 a las 13:59


Los avances científicos y tecnológicos abrieron la posibilidad de que mujeres que rondan los 50 años puedan ser mama

México, DF.- En la sala de espera no hay un solo sillón vacío. Diez mujeres aguardan su turno para que les practiquen un examen de sangre, les midan los niveles de estrógenos o verifiquen si su matriz aún puede soportar un embarazo. Ninguna tiene menos de 37 años, la mayoría vive los 40 y dos están cerca de los 50. Intuyo sus edades al mirar esos detalles que delatan el paso del tiempo: líneas cada vez más visibles en el contorno de los ojos, la mirada profunda, las venas que sobresalen en el dorso de las manos, la piel del cuello que comienza a perder firmeza. Ellas esperan en el Centro Especializado para la Atención de la Mujer, en Huixquilucan, Estado de México. Observo una escena similar en la Clínica de Reproducción y Genética del Hospital Ángeles del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, donde tres mujeres con un discreto maquillaje sobre sus párpados aguardan la atención de los médicos que podrían ayudarlas a convertirse en mamás después de los 40. En Polanco, un barrio acomodado del Distrito Federal, está el consultorio del doctor Juan Manuel Juachín Mallard. Ahí miro una pared tapizada con fotografías de bebés exhibidas como si se tratara de diplomas o trofeos. Varias imágenes tienen mensajes de agradecimiento: “Gracias por ayudar a mi mamá y permitir que yo esté aquí”.

Lucía es una de las pacientes del doctor Alfredo Arroyo, del prestigiado Instituto de Ciencias en Reproducción Humana. A los 21 años se lanzó a vivir en unión libre con Jaime. Corrían los años 80. La joven pareja decidió postergar la posibilidad de convertirse en padres. A los 29, Lucía no se abandonó al lamento después de que un accidente automovilístico la dejara con una fractura en la pelvis. Recibió los 30 con una prótesis en la cadera y con una advertencia médica: “No puedes embarazarte. No por ahora”. Sintió la recomendación innecesaria porque a esa edad tampoco se miraba cargando a un bebé, sus objetivos eran otros: recuperar su salud y continuar sus estudios. El futuro llegó. Lucía consiguió una maestría en biomedicina molecular, un doctorado en inmunología y un trabajo como investigadora en un instituto nacional. La idea de convertirse en madre nació hasta que cumplió 39. El escenario era ideal: tenía una pareja solidaria, éxito profesional, madurez y estabilidad económica. Sólo que el mundo ideal no siempre es respetado por los caprichos de la naturaleza. Embarazarse no resultó tan fácil como lo pensaba: tuvo que pasar una década entre revisiones médicas y largos tratamientos de fertilidad. Y nada. Lucía, sin embargo, continuó con su misión. Ahora tiene 49 años y un embarazo de cuatro meses. Su larga sonrisa me recuerda a esas niñas traviesas que después de salirse con la suya corren con su mejor amiga para contarles su aventura.

Lucía forma parte de una generación, cada vez más visible, que desean recibir los 50 con un embarazo, preparando mamilas, cambiando pañales o corriendo tras un niño que aprende a pedalear una bicicleta. No se resignan a que la edad cancele su maternidad.

Ellas ya estaban en edad reproductiva —Lucía tenía 15, por ejemplo— cuando nació en Inglaterra la primera persona por el método de fecundación in vitro. “Superbabe”, tituló un tabloide británico. Otros la llamaron “la bebé probeta”. La foto de Louise Brown envuelta en una cobija, 18 horas después de su llegada al planeta, acaparó las portadas de la prensa mundial aquel 25 de julio de 1978. Un espermatozoide de su padre había sido implantado en el óvulo de la madre, pero fuera del cuerpo de ésta, en un laboratorio médico. Muchos se escandalizaron, otros tantos estaban maravillados. Las mamás de 50 de ahora habrían podido tener un hijo en aquellos años. Pero no fue así. Decidieron dejarlo para después. El desarrollo médico les ayudó dándoles métodos anticonceptivos y ahora los avances científicos y tecnológicos vuelven a ser sus cómplices.

La maternidad puede esperar

Sandra. 46 años. Una historia profesional de éxito, ejecutiva, buen sueldo, independiente y con ganas de ser madre. Me pide que no publique su nombre real porque no quiere que sus compañeros se enteren de su vida privada.

“Siempre tuve la idea de ser mamá, pero la ambición profesional fue mayor. A las mujeres de mi generación nos enseñaron que no podíamos quedarnos sentadas, que teníamos que luchar, que si querías destacar profesionalmente tenías que trabajar duro. Y eso fue lo que hice, viví dedicada al trabajo”, me cuenta en un restaurante italiano, frente a dos copas de vino.

Su deseo de maternidad surgió cuando, teniendo 46 años, se reunió con una amiga de 43 que quería presentarle a sus gemelos. A los pocos días tenía una cita en un centro de reproducción asistida. Si su abuela tuvo a su último hijo a los 50, por qué ella no podría cumplir su meta. En su primera cita con el especialista, Sandra escuchó lo que ningún maestro de biología le explicó en la secundaria o en la prepa.

Resulta que desde el momento en que las mujeres estamos en el vientre de nuestra madre ya tenemos la dotación de óvulos que usaremos toda la vida. Cuando nacemos “gastamos” buena parte de ellos. Después, a lo largo de los años nos vamos quedando sin reservas. Los estudios marcan que es a partir de los 35 —algunos son más optimistas y dicen que es después de los 38— cuando los óvulos comienzan a ser “viejos”. A partir de los 40, entre el 80 y el 90 por ciento de los óvulos ya no funcionan. Eso hace que después de esa edad sea muy complicado lograr un embarazo de forma natural. Las posibilidades son menores cuando no ha habido hijos. En cambio, los hombres tienen una producción constante de espermatozoides, incluso hay quienes pueden ser padres a los 70 años.

Los ocho especialistas que consulté me dijeron lo mismo: las mujeres se casan más grandes, quieren cumplir sus anhelos profesionales, tener buen sueldo, viajar… Y van postergando el embarazo. Ellas han cambiado mucho en lo social y cultural, pero “su biología sigue siendo la misma”.

Cuando Sandra escuchó sobre las dificultades biológicas que tienen las mujeres mayores de 40 años no pudo evitar sentir frustración: “La naturaleza también nos discriminó. Es como si las mujeres tuviéramos una fecha de caducidad para tener hijos. ¿Por qué las mujeres que planeamos tener hijos, cuando ya tenemos todas las condiciones para hacerlo, tenemos tantos obstáculos? Seamos sinceras, las mujeres que tienen sus hijos cuando son jóvenes es porque les falló la cuenta o porque decidieron cancelar su vida profesional”.

Los apóstoles de la reproducción asistida encontraron la forma de darle la vuelta al problema de los óvulos viejos. En 1983, en Australia, el equipo del doctor Alan O. Trounson logró el primer embarazo utilizando óvulos donados en una mujer con menopausia precoz. Cinco años después, en Monterrey, Nuevo León, el doctor Samuel Hernández Ayup reportó el primer embarazo en México utilizando donación de óvulos.

No todos los médicos se animan

A mediados de los 90, las salas de espera de los centros de reproducción asistida comenzaron a recibir mujeres mayores de 45 años que buscaban experimentar la maternidad. En los últimos cinco años, dicen los médicos, cada vez es más común que mujeres de 50 lleguen a sus consultorios.

Cada clínica fija la edad para recomendar a sus pacientes ya no utilizar sus óvulos y recurrir a la donación. Hay algunos que consideran que una mujer de 39 ya no debe intentar tener un hijo con sus óvulos. En otras, la edad límite son los 43.

No todos los centros están dispuestos a ser aliados de las mujeres de 50 que desean ser madres. Alberto Kably, del Centro Especializado para la Atención de la Mujer del Hospital Ángeles de Interlomas, levanta la ceja cuando pregunto si tiene pacientes de esta edad: “A las mujeres de 50 ya no les podemos ofrecer un embarazo. Tenemos un comité de ética y no se permiten embarazos con óvulos donados para mujeres que tienen arriba de los 50 años”.

—¿Por qué?
—Una mujer que se embaraza a los 50 años va a tener un adolescente cuando ella sea una viejita. Hay problemas de estructura social. Además, no es fisiológico que la mujer se embarace a los 48 ó 50 años. El organismo de la mujer está hecho para que se embarace antes de los 40 años.

Y me cuenta que entre más años tiene una mujer hay más riesgos. Se multiplican las posibilidades de que se eleve su presión arterial, que presente diabetes gestacional, que tenga problemas de implantación y desprendimiento de placenta.

Un embarazo a partir de los 35 años tiene 20 por ciento de posibilidades de un aborto o parto prematuro. El riesgo se eleva al 50 por ciento en mujeres mayores de 45 años.

Entonces, ¿cómo fue que mujeres como la británica Patricia Rashbrook, de 62 años, dio a luz a un niño? ¿Y cómo explicamos que la inglesa Liz Buttle se embarazó a los 60 o que la brasileña Elizabeth das Dores Sales prestó su vientre, a los 53 años, para que su hija de 29 —que nació sin útero— pudiera tener un hijo?

“Si la matriz no tiene problemas, no presenta fibromas o cicatrizaciones, no importa que la mujer tenga 60 años. Una mujer pudo haber dejado de ovular hace diez años, pero si su matriz está sana, ella puede embarazarse. Claro, con donación de óvulos”, me dice Alfonso Gutiérrez Najar, especialista que comenzó su carrera científica investigando cómo poder controlar la fertilidad de las mexicanas. Eso ocurrió en los años 60, hasta que el gobierno ordenó que se detuvieran esas investigaciones, porque consideraba que México necesitaba más población. Así que Gutiérrez Najar tuvo que darle vuelta a la moneda: aprovechó sus conocimientos para desarrollar la reproducción asistida en México y ahora puede presumir de ser el primer médico del país en lograr el nacimiento de un bebé por fertilización in vitro: una niña que nació en 1986.

Ahora, con 82 años de edad, Gutiérrez Najar es director de la Clínica de Reproducción y Genética del Hospital Ángeles del Pedregal.

—¿Usted se negaría a atender a una mujer mayor de 50 años?
—No. Nadie te puede quitar el derecho de reproducción. Ahora podemos encontrar mujeres de 50 años que tienen una excelente salud, que se miran muy jóvenes y que no tienen ningún problema con su matriz. Si ellas pasan todos los exámenes médicos y psicológicos pueden tener un hijo utilizando un óvulo donado —me responde.

Los costos de la persistencia

Lucía tenía 44 años cuando llegó ISSSTE. La ginecóloga la miró con incredulidad. Le habló de los protocolos, de las reglas, de las prohibiciones. Le dijo que en el sistema de salud pública los tratamientos de reproducción asistida sólo se otorgan a mujeres que tienen entre 35 y 40 años. No más. Pero no salió llorando. Insistió y defendió su derecho a la maternidad. Les contó a los médicos sobre su accidente automovilístico y, finalmente, logró saltar las prohibiciones.

La atendieron en el Hospital Regional Adolfo López Mateos, en el DF. Cada mes se inyectaba una fuerte dotación de hormonas para estimular la producción de óvulos. La desilusión aparecía también cada mes, cuando advertía que el ansiado embarazo no se daba. “Lo intentamos doce veces —ese es el número de intentos autorizados en las instituciones de salud pública— y no se pudo. No regresé más. Ni siquiera regresé para ver si se había logrado reestablecer mi nivel hormonal”.

Lucía estuvo a punto de sucumbir ante las tacañerías de la naturaleza. No más inyecciones, no más estudios, no más pastillas. Sepultó sus ganas de tener un hijo y entró en un periodo de duelo que le duró dos años. Sus esperanzas resucitaron cuando un médico le propuso recurrir a la donación de óvulos. Tenía 48 años. “Nunca me cuestioné tener un hijo con la carga genética de otra persona, lo que quería era tener un bebé sano”, me dice.

Una mujer de 45 años que decide embarazarse, utilizando sus propios óvulos, se arriesga a que su hijo pueda nacer con un defecto genético. Los estudios muestran que la probabilidad de tener un bebé con Síndrome de Down es de uno entre 400, en una persona de 35 años; pero a partir de los 45 años la cifra aumenta a uno entre 40.

Hay mujeres que se resisten a utilizar un óvulo que no es de ellas. Hay dos razones para que no acepten y abandonen sus deseos de un embarazo. La primera es que si funciona el tratamiento, el bebé no será su hijo biológico; tendrá los genes de la donadora. La segunda razón tiene que ver con el bolsillo. Un tratamiento de fertilidad, utilizando óvulos donados, cuesta al menos 60 mil pesos.

“La donación de óvulos no es como ir a donar sangre; no es una obra benéfica. Implica pagar. De donación no tiene nada. Nosotros pagamos entre mil y mil 500 dólares a nuestras donadoras”, me cuenta el doctor Alfredo Gutiérrez Najar.

En Portugal y Alemania está prohibida la donación de óvulos. En Francia se limita su implantación a mujeres que no superen los 40. En México no existe legislación sobre esta práctica.

Intento saber cuántas mujeres mayores de 48 años se estrenaron como mamás en los últimos años. En ninguna de las bases de datos disponibles en el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el Consejo Nacional de Población (Conapo) o la Secretaría de Salud existe ese dato. Las únicas cifras sobre el panorama de la reproducción asistida en México están en el Registro Nacional de Trasplantes. Suena extraño, pero la utilización de óvulos o espermatozoides en un tratamiento es considerada un trasplante. Al menos en este país. Por eso es que cualquier centro que desee ofrecer estos servicios tiene que inscribirse en el Registro Nacional de Trasplantes. Hasta mediados de febrero, este registro tenía 63 centros que realizan tratamientos con células germinales; veinte de ellos funcionan en el Distrito Federal; ocho en Guanajuato y siete en Jalisco.

Enrique Martínez Gutiérrez, director del Registro, revisa sus datos y encuentra que en 2010 se realizaron 2,874 procedimientos de extracción de óvulos para utilizarlos en una fertilización in vitro. ¿Cuántos de esos tratamientos funcionaron? ¿Cuál era la edad de las mujeres que recibieron los óvulos donados? Esa información no existe.

Los empeños de una futura mamá

Pero volvamos al caso de Sandra, la profesionista exitosa que intenta embarazarse a los 46 años. Ella conoce los riesgos de tener un hijo con sus propios óvulos, por eso decidió someterse a un tratamiento de fecundación con uno donado. “Nunca me he cruzado de brazos esperando que las cosas lleguen. Nunca lo he hecho ni a nivel profesional ni a nivel personal”, me dice. Así que lo intentó. El primer paso fue realizarse más de diez estudios médicos para saber si su organismo podía resistir. Comenzó a crear las condiciones para que su matriz pueda recibir al embrión. Una inyección diaria por doce días alrededor del ombligo fue sólo el principio. Siguió un bombardeo de hormonas. “Esos días estás como loca con la cantidad de hormonas que tienes que tomar, que te inyectas. En el trabajo tienes que aparentar que no pasa nada, que todo está bien”. Cada 48 horas tenía que visitar al médico para que valorara el estado de su matriz.

A Sandra le preguntaron si necesitaría donador de espermas. “Puede ser extranjero o nacional”, le dijeron. Ella tiene pareja, así que no necesitó recurrir a un donador.

En el centro de reproducción asistida buscaron a una donadora de óvulos que tuviera rasgos parecidos a los de ella. Recibió un correo electrónico con los datos de las donadoras disponibles. “Te informan sobre su edad, el color de sus ojos, su estatura, color de piel, complexión. Si es profesionista o ama de casa. Si tiene hijos o no. Nunca te dan su nombre. Eso era algo que yo tampoco quería saber”, me cuenta.

El doctor Alberto Kably, fundador de la primera Unidad de Reproducción asistida en el Instituto Nacional de Perinatología, y que hoy atiende en el Hospital Ángeles de Interlomas, dice: “Si en algún momento la receptora del óvulo quiere ver la fotografía de la donadora, se la mostramos, pero casi siempre dicen que está fea. Nunca están de acuerdo, por eso evitamos mostrar las fotos”.

Sandra eligió a una donadora de 25 años. Y siguieron más exámenes médicos para corroborar la compatibilidad con la donadora. “Nunca pensé en todas las inyecciones, los medicamentos, los exámenes. Sabía que tenía que hacer todo eso, que es un medio para conseguir un fin, para lograr un embarazo. Tampoco pensé en lo que tuve que pagar. Por todo el tratamiento, incluyendo los gastos de la donadora, pagué como 170 mil pesos. En ese momento, lo que quieres es tener un hijo, así que si tienes lo que te piden, lo pagas”.

La mayoría de los especialistas que entrevisté aseguraron que buscan que las donadoras sean estudiantes de enfermería o medicina que necesitan dinero. También me dijeron que no aceptaban a familiares de las pacientes como donadoras, que lo mejor era que receptora y donadora no se conocieran. Esta regla no siempre se cumple.

La matriz de Sandra finalmente recibió dos embriones. Durante 14 días más se inyectó estrógenos para ayudar a que el embarazo fuera una realidad. Siguió sin reparo todas las indicaciones médicas. Llegó el día del examen de embarazo. Cuando leyó “negativo” en el resultado sintió que se quedaba sin proyecto de vida. “Yo tenía una fe ciega en el médico y nunca me prepararon para el fracaso. En ese momento me arrepentí de todas mis decisiones anteriores y me reproché por no embarazarme antes”.

La profesionista de 46 años necesitó de ayuda psicológica para enfrentar el fracaso del tratamiento. Durante más de un mes evitó pasar frente a los lugares donde vendían revistas, porque no quería mirar las fotografías de los sonrientes bebés que aparecen en las portadas de publicaciones para padres. Se ausentó de su trabajo y cada que miraba a un niño trabajando en la calle o a una adolescente embarazada no podía evitar los reproches: “Llegó un momento en que estaba enojada con el mundo y me decía constantemente: ¿Por qué no puedo ser madre, si puedo darle a un hijo todo lo que necesita?”.

—¿Por qué no adoptar? —le pregunto.
—Lo he pensado. Mi obsesión no es estar embarazada. Tengo muchas amigas que sí quieren a toda costa estar embarazadas. Pero yo lo que quiero es ser madre. Y si el único camino es la adopción, es una opción que estoy valorando.
Sandra se dará unos meses más para decidir si vuelve a intentar tener un embarazo con óvulos donados. El miedo al fracaso y el costo del tratamiento hacen que lo piense más de una vez.

Yo presto mi cuerpo

Los conejos tienen fama de reproducirse con facilidad. Camila los estudia para despejar muchas de las dudas científicas que aún hay sobre su reproducción. Ella tiene estudios posdoctorales en biología de la reproducción, reconocimientos nacionales e internacionales. Desde su época de estudiante, Camila sabía que, según la biología, la mejor etapa para embarazarse es entre los 20 y los 35. A esa edad, ella estaba ocupada con los estudios y concentrada en construir su carrera científica. “En esa época, lo que busqué fue no embarazarme. Veía lo complicado que era para mis compañeras tener un hijo y continuar con la carrera y yo no quería eso”, me cuenta.

A los 40 años pensó que pronto llegarían los hijos. Sabía que existían posibilidades de complicaciones, pero nunca pensó que se le presentarían tantos problemas. Llegó a los 49 con dos abortos y una serie de problemas médicos que la llevaron a una operación para quitarle el útero. Eso le cerró las puertas para un embarazo. Pero no canceló los deseos de tener un hijo.

En estos casos, utilizar una madre sustituta puede ser una buena opción. “Yo sabía que sí podíamos ser padres, siempre y cuando utilizáramos óvulos donados y consiguiéramos una madre sustituta”, me cuenta José, esposo de Camila, también biólogo. Un familiar se ofreció como la donadora de óvulos. Pensaron que encontrar a una “madre subrogada o sustituta”, alguien que se embarazara por Camila, sería difícil. Al buscar en internet se sorprendieron del mercado negro alrededor de la reproducción asistida. “Encontramos a mujeres en México, Centroamérica y Sudamérica que se ofrecen como madres sustitutas y cobran miles de dólares por ello”, me dice José. Pero no les gustó la idea de pagar porque alguien tuviera a su hijo. Pensaron en abandonar la misión; no lo hicieron.

Camila y José cuentan su odisea sentados en una banca del amplio jardín de su casa. Es sábado y la tarde es fría. En la misma banca también están sentados Álex y Natalia.

Para entender esta historia hay que ir al pasado. Camila y Álex vivieron juntos pero en algún momento se dieron cuenta de que funcionaban mejor como amigos y decidieron separarse. Los dos hallaron nuevos compañeros. Camila se casó con José y Álex con Natalia. Las dos parejas se convirtieron en cómplices hace cuatro años, cuando Natalia, a los 35, prestó su útero a Camila.

Fue Álex quien propuso que Natalia prestara su útero. “Camila me platicó todo lo que habían hecho para tener familia. Estaba muy desanimada, necesitaban a una madre sustituta y no sabían cómo encontrarla. Natalia me había dicho que a ella le gustaba estar embarazada. Nosotros ya teníamos hijos y no había planes para otros más. Así que pensé que ese era el momento: Natalia podía estar embarazaba, no era nuestro hijo, no teníamos que mantenerlo y podíamos ayudar”.

—Natalia, ¿te gustaría participar en un experimento de Camila? —le preguntó Álex, mientras ella cocinaba.
—¿De qué se trata?
—De que te embaraces —dijo Álex.

Natalia recuerda que aceptó sin pensarlo. “Quería volver a estar embarazada porque es padrísimo sentir cómo se mueve el bebé. Lo que yo no quería era desvelarme y cuidar al niño. Era una oportunidad magnífica. Además, soy creyente y pensé: ‘si Dios me dio la oportunidad de ser madre, porque no ayudar a que otra mujer lo sea'”.

No todos pensaron igual. Algunos familiares los acusaron de atentar contra las leyes de Dios o de violentar las reglas de la naturaleza.

También se encontraron con médicos que los criticaron. En el primer centro de reproducción asistida que visitaron, el especialista los regañó. Camila lo recuerda así: “Llegamos con toda la información, con la donadora y la madre sustituta. Teníamos todas las piezas, sólo íbamos por el procedimiento, pero lo más escandaloso para el médico fue que yo tenía 50 años. Dijo que era una mujer muy grande para tener hijos. Salimos muy deprimidos”.

Buscaron otro centro de reproducción asistida. Les hicieron decenas de exámenes médicos y psicológicos. Doce óvulos de la familiar de Camila que colaboró como donadora se inseminaron con esperma de José. Se desarrollaron diez embriones; dos de ellos fueron transferidos al útero de Natalia, el 9 de marzo del 2007.

El embarazo unió más a Camila y Natalia. “Durante el embarazo me preparé para el día en que tenía que entregar a los niños —cuenta Natalia—. Siempre me decía: ‘no son míos’. Cuando me bañaba hablaba con ellos y les decía: ‘ya falta menos para que se vayan con sus padres'”.

Juntas organizaron el baby shower. Ese día, las dos recibieron abrazos y buenos deseos. El 28 de octubre, un mes antes de lo esperado, nacieron una niña y un niño. Días después, cuando los bebés fueron dados de alta, Natalia se los entregó a Camila en el estacionamiento del hospital.

“Le dije: aquí están tus hijos, yo ya cumplí. Pero no fue tan fácil. Hoy, cuatro años después, te puedo decir que sí me dolió separarme de ellos. Yo sabía que los niños iban a estar bien, que llegarían a un hogar con mucho amor, que tendrían a una muy buena madre y un buen padre. Estos niños, a diferencia de muchos otros, fueron muy planeados”.

Natalia cuenta su experiencia como madre sustituta mientras los niños que ella dio a luz corren de un lado a otro, bajan y suben de la resbaladilla, juegan con los dos perros y preguntan a qué hora se irán a la fiesta. Camila los abriga. Natalia y Álex son como sus tíos.

Camila recuerda sus primeros días como mamá: “Llegué a casa y me puse a llorar. Los niños nacieron con un peso muy bajo. Teníamos que cuidarlos mucho para que no enfermaran”.

José dice: “Recuerdo los tres primeros meses como los más miserables de toda mi vida. Dejamos una vida de glamour, de solteros, para entregarnos a ser padres. No dormíamos, bajamos de peso, estábamos siempre preocupados por la salud de los niños. Fue un verdadero shock”.

Las dos parejas involucradas en esta historia aceptaron ser entrevistadas con la condición de que no se publicaran sus nombres reales. Aún no deciden cómo le contarán la verdad a los hijos.

Camila y José, que pagaron cerca de 800 mil pesos para cumplir su sueño de ser padres, también tendrán que decidir qué hacer con los ocho embriones que aún tienen congelados en el centro de reproducción asistida que los atendió. Tienen dos opciones. La primera es donarlos a una pareja que necesite de inseminación artificial. La segunda es autorizar que se utilicen para estudios científicos sobre células madre. José dice que le gustaría facilitar el proceso a otra pareja que esté viviendo lo que ellos pasaron.

Camila ahora tiene 54 años. Hace unas semanas la niña le preguntó: “¿Mamá, verdad que yo estaba en tú panza?”.

50 velitas con un bebé en los brazos

Lucía, la mujer que tuvo que postergar el deseo de ser mamá por un accidente automovilístico, pudo cruzar los tres primeros meses de embarazo, considerados los más riesgosos. Después de la implantación del embrión en su útero y para evitar un aborto se aplicó 120 inyecciones, una diaria. Primero fue en los glúteos, después en las piernas porque ya no había lugar dónde poner más piquetes. Durante esos 90 días tomó hormonas y otros medicamentos. En total eran diez pastillas diarias. Tiene cinco meses de embarazo y está tomando suplementos alimenticios para el bebé.

En unas semanas más deberá utilizar muletas para que la prótesis, tras el accidente, pueda soportar el peso del embarazo. Ella sabe que, por sus 49 años, el riesgo de perder al bebé está latente. Por eso, lucha por no hacerse ilusiones. “Ahorita estoy muy contenta, pero también estoy consciente de que se puede perder. Por eso estamos viviendo el día a día. No queremos adelantarnos a comprar cuna y todas esas cosas porque ya sabemos que si no tenemos éxito, puede ser muy doloroso”, me comenta.

Los costos emocionales para llegar a esta etapa han sido altos, confiesa Lucía. Los gastos económicos también han sido fuertes. Jaime calcula que, hasta el momento, llevan desembolsados 100 mil pesos; tan sólo de la donación del óvulo y la implantación de éste pagaron 55 mil pesos.

Lucía y Jaime me pidieron que no publicara sus nombres reales. Ellos, a diferencia de Camila y José, prefieren que su hijo no se entere: “No queremos que se enfrente a un cuestionamiento sobre su identidad. Por eso, no le diremos que recurrimos a la donación de óvulos”, me dice Jaime.

Y aunque no quiere hacerse ilusiones, Lucía ya tiene una definición de lo que significa ser mamá. “Es sentir que vas acompañada, que nunca estás sola. Que hay alguien ahí y es mi responsabilidad que esté bien”. Recientemente comenzó a comprar ropa más holgada. Días antes de la entrevista visitó el departamento de maternidad en una tienda para preguntar sobre algunos modelos.

—¿Sabe usted la talla de la persona que está embarazada? —le dijo con amabilidad la vendedora.
—Soy yo
—¿Usted?

Pero a Lucía no le preocupa que la miren con extrañeza cuando la gente se entera de que tiene 49 años y está embarazada. “Estoy en el mejor momento para tener un hijo. Tengo una carrera profesional y un trabajo que ahora me permitirá dedicarle tiempo a mi hijo. Tengo una relación de pareja muy consolidada. Sé que si todo sale bien, yo estaré en la tercera edad cuando mi hijo tenga diez años. Así que, como sabemos que no le vamos a durar mucho, tenemos que educar a un individuo independiente, fuerte y que se valga por sí mismo. Así que debo tener toda la energía para hacerlo”.

Si todo avanza por buen camino, su hijo nacerá en julio. Cuando el bebé cumpla seis meses, Lucía celebrará sus 50 años.

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