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Coahuila

Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte

Por Wendoly Villarreal Villarreal

Hace 2 semanas

Estando en una librería hace unos días me encontré de frente con una colección de obras clásicas, entre ellos estaban Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas y la Odisea de Homero, entre muchos otros, pero llamó mi atención un libro que tenía en su portada la imagen de un jaguar al asecho, su título era Cuentos de la Selva, del autor Horacio Quiroga.

Extrañamente ese título no me era familiar, recordaba algunas cosas de Quiroga, pero nunca una obra con relatos de la selva, me froté el mentón y decidí que ese libro sería mío, minutos más tarde yo salía del establecimiento muy feliz con él en las manos.

Sobre Quiroga, recordaba que leí varias de sus historias en secundaria cuando me adentraba en un viaje literario sin retorno, pues marcó los inicios de mis primeras lecturas por gusto y no por obligación.

Tengo una fuerte impresión de los trabajos de este autor, su crudeza para arrancar las emociones es muy impactante, sobre todo a la corta edad de doce años, que fue cuando leí sus Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte; una compilación de relatos de horror, de los que recuerdo vívidamente aquel titulado, La Gallina Degollada, una historia bastante perturbadora de una niña y sus hermanos.

Ya por la noche, muy animada inicié con el idilio que tengo por abrir un libro nuevo y percibir su inigualable aroma, en las primeras páginas, una cita de Quiroga llamó mi atención sobre manera: “tengo la cabeza llena de Poe”, ahora todo tenía sentido, el autor uruguayo, evocaba la marcada influencia del bostoniano Edgar Alan Poe.

Ya que éste último es considerado uno de los grandes maestros de la literatura universal, padre del género descriptivo, la novela detectivesca, y de la novela gótica, es lógico que las obras de Quiroga sean tan impresionantes y muestren los sentimientos a flor de piel.

Como aquel cuento inolvidable del Almohadón de Plumas, que empieza como una lectura sencilla y romántica, pero poco a poco te sumerge en una travesía incesante de suspenso y desesperación; ese cuento es uno de los que tengo muy grabados de este autor, sobre todo porque nunca más volvía ver a las almohadas como un simple objeto que ayuda a descansar.

Las obras de Horacio, producen desde mi punto de vista, una idea fija en la mente después de leerlas, es un fenómeno  parecido a lo que sucede con las obras del creador de Best Sellers, el estadounidense Stephen King, de quien considero que su mayor mérito, no es la infinidad de novelas y su adaptación a la pantalla grande; sino que, al igual que Quiroga, pienso que dejan una idea distinta de como percibimos las cosas ordinarias, como un globo rojo o una almohada, para verlas como algo a lo que se le puede tener su debida prudencia.

Ahora se un poco de la vida del autor, sé que la muerte siempre marcó su vida, desde la edad de dos años, su padre se quitó la vida en forma accidental mientras bajaba de una embarcación, después a sus 18 años, su padrastro que lo crio como un hijo se suicidó por desesperación a causa de un derrame cerebral que lo había dejado parcialmente paralizado, en los des eventos Horacio estuvo presente, tanto en la muerte de su padre como en el momento mismo que su padrastro se daba un tiro por la boca mientras el atravesaba el umbral de la puerta de su habitación.

Pero, el destino le depararía una horrenda sorpresa, a nuestro autor, en el funesto año de 1901, la muerte que más marcó su vida; todo sucedió cuando su amigo Federico Ferrando, había recibido malas críticas de su obra por parte de un periodista capitalino de la ciudad de Montevideo, éste le comunicó a Quiroga que deseaba batirse en duelo para cobrarse la afrenta, por su parte preocupado por la integridad de su amigo, Horacio se ofrece a revisar y limpiar el revolver que iba a ser utilizado en el enfrentamiento, cuando inesperadamente al arma se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico matándolo instantáneamente; de ese incidente se sabe que Quiroga fue detenido, interrogado y encarcelado por el término de cuatro días en los que se aclaró la naturaleza de tan desafortunado accidente y fue liberado.

Retomando el libro que estaba leyendo, me atrajo la idea de que, ahora, los posibles escenarios escogidos por Quiroga para ambientar sus cuentos eran en la selva, me latía fuertemente el corazón, pensar en una narración situada en la noche inmensa, por la espesura de la selva, llena de jaguares y sonidos de las aves y el correr del agua fluyendo por el río; o sería de día, huyendo de mosquitos o pirañas carnívoras, ¿qué fantásticas historias estarían por venir?, proseguí dándole vuelta a la página.     

Desde mi adolescencia, que no leo a Horacio Quiroga, no niego que sentí un gusto cosquilleante en la boca de mi estómago cuando supe que volvería a leerlo, en este reencuentro, estoy ansiosa de saber si su obra causa en mí el impacto de aquellos días en los que estaba en secundaria y me quitaban el sueño.

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