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Coahuila

Cuatro. Cuatro. Siete. Saltillo

Por Luis Carlos Plata

Hace 4 horas

El saltillense ha establecido a priori una relación con el medio que le rodea en El Valle de las Montañas Azules: si no es dentro de un automóvil, no existe la vida en el horizonte.

Así se ha propuesto cruzar meridianamente la ciudad transportado en uno, sin cruzar palabra con los demás habitantes de la metrópoli. Desde Buenavista hasta Capellanía. Interacciones mínimas, prejuicios máximos. Cree que todo lo conoce y sin embargo sus aproximaciones a la realidad son tangenciales, en la periferia del punto. Es un experto de oídas que no teme reinventar el proverbio “nada de lo humano me es ajeno” cruzado de brazos.

Locales en renta permanente, construcciones inacabadas y anárquicas como patrón grisáceo de identidad urbana, plazas comerciales y nuevos proyectos que no fraguan ni resisten en pie más allá de tres meses, mercados ambulantes, vendimias improvisadas, antiguas construcciones a punto de caer en el Centro Histórico, todo ello con un denominador común: el desinterés, la apatía y la desidia, tan naturales de los descendientes tlaxcaltecas hasta nuestros días.

En Saltillo el vehículo motorizado es el instrumento para ser, pues existir no es suficiente dentro de la comunidad. Se es en función de la marca y el modelo, en estratos y categorías de acuerdo al uso y las condiciones mecánicas. Donde algunos ven un asunto de movilidad y urbanismo, trayectos y rutas, otros, más avezados, entienden el tema como estatus social y autoestima baja. Dependencia.

Nada enerva más a un cochista de la capital que los bellacos en motocicleta, alardeando su libertad sobre la carpeta asfáltica. Tribus urbanas que para expresarse también requieren de ruedas pues a ras de suelo no se desenvuelve la personalidad.

Transportes de personal que despersonalizan. Asientos que se ocupan asimétricamente para evitar el contacto con Los Otros, ese infierno que identificaba Sartre, y butacas desocupadas que se acaparan usando las extensiones del cuerpo para marcar el terreno. Quienes pueden moverse unipersonalmente, evitan el contacto con Los Otros. Quienes no pueden, también.

Chinos, haitianos, coreanos e hindúes aún sobresalen a su paso entre la multitud como la estela de un cometa que deja un resplandor fulgurante, obligado de ver así sea por acto reflejo. Los hondureños, en cambio, se han integrado al ecosistema, al grado que se vuelve imposible distinguirlos de los ultramontanos nativos enclavados en las faldas de la Sierra de Zapalinamé.

Es la selva. Desplazamientos forzados en la cartografía; de arriba para abajo y viceversa en ese plano inclinado sin remedio que compone la orografía municipal, cuyo desarrollo se expande a contracorriente de la naturaleza.

Un onceavo mandamiento bíblico hace suya la mancha urbana: No Caminarás. Nadie lo hace. Actividad propia de migrantes y pedigüeños. De gente que arrastrando los pies purga una pena.

El saltillense está condenado a circular y jamás detenerse. Siempre tiene prisa por llegar a ninguna parte. Ansiedad social a secas. Del movimiento hacia la inmovilidad absoluta en una ruleta de circularidad que involucra a quienes llegaron de lejos para trabajar, y a los que por tener cerca las oportunidades no trabajan.

Casi nada es digno de su atención y su esfuerzo y su dinero, en ese orden de importancia. Un asunto de mezquindad confundida con exigencia, aunque nada une a recelosos y agrestes, atados eternamente a la piedra donde nacen, como la conjunción de dos palabras, acaso aquellas donde repica su alma: es gratis.

Algunos viven para añorar lo que un día fuimos. Edificios que ya no existen, héroes casi siempre relacionados con la política que dejaron el plano terrenal hace una centuria por lo menos, viejas glorias regionales que se venden como viejas glorias nacionales a falta de relevancia histórica real pues el esplendor -piensan- debería estar en alguna parte (debajo de varias capas de polvo como alegoría de que torcimos el camino pero es cuestión de desempolvarlo).

La historia oficial se compone de saltos cuánticos. Puntos negros en la línea temporal que abarcan centenarios, sin que se sepa qué de relevante pasó en ese tiempo. Los últimos resabios de grandeza en Saltillo datan de un siglo atrás. Luego todo es inactividad, resistencia y desgano. Folclore que hace 50 años pereció. Costumbres erradicadas. Anécdotas que no sucedieron. Leyendas que otrora daban sentido de pertenencia y hoy dan pena. Estereotipos consumados. Modelos rebasados. Lugares comunes dentro de los lugares comunes.

Una sociedad en donde perduran atavismos y se rechaza la progresía en cualquiera de sus manifestaciones. De falsos triunfalismos y una idea de sí mismos que no corresponde con la realidad.

 

Cortita y al pie

Acaso la mayor desgracia sucedió ya: su clima benigno, propicio para las artes y pensamiento creativo, o por lo menos reflexión y ensimismamiento, fue reemplazado por una masa de calor que domina la plancha urbana, deforestada y sustituida por kilómetros de asfalto y concreto donde alguna vez hubo naturaleza.

Ni perones ni membrillos. En los tiempos que se viven la vorágine de automóviles que circulan a diario por miles en sus vialidades y representan un gigantesco estacionamiento ambulante, genera un efecto olla de presión que crispa, enerva.

El mobiliario urbano paulatinamente se ha vuelto hostil para desincentivar la recreación y el esparcimiento. Superficies duras, sin bancas ni árboles, prevalencia de ángulos incómodos o sutiles púas intercaladas que impidan detenerse a descansar o simplemente contemplar lontananza. Arquitectura ideada para la repulsión: disuadir a las personas de utilizar los espacios públicos, impedir multitudes, evitar el desgaste por el uso.

En el momento que adoptó las letras GM como parte de su hábitat, inició el primer día del resto de su vida.

 

La última y nos vamos

Cuatro. Cuatro. Siete. En las fechas conmemorativas por lo regular se dicen muchas cosas, pero de cuál Saltillo hablan los que hablan de Saltillo en pleno 2024. Disonancia cognitiva, se llama el fenómeno.

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