Saltillo|Monclova|Piedras Negras|Acuña|Carbonífera|TorreónEdición Impresa
Colombianas rescatadas en Veracruz temen volver a su país por amenazas Fundación Carlos Slim entrega 13 toneladas de ayuda a afectados por ‘John’ en Acapulco Claudia Sheinbaum sale de Palacio Nacional rumbo a Acapulco Biden avisa a Israel de que no apoyará un ataque a instalaciones nucleares en Irán Pochettino anuncia primera convocatoria con EU para enfrentar a la Selección Mexicana

Zócalo

|

     

Opinión

|

Información

< Opinión

 

Coahuila

¿Cuando se vaya, quién salvará a la patria?

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 1 mes

En atención al compromiso que la semana anterior adquirimos con usted, lector amable, en esta ocasión les comentaremos lo que el diario El Ómnibus publicó, el 13 de julio de 1855, con respecto a todas las bondades albergadas en la humanidad de López De Santa Anna, el único capaz de salvar a la patria. Quedaban exactamente treinta días para que se cerrara la etapa negra del lópezsantanismo. Pero, aún existían plumas bien refaccionadas con líquido argentífero dispuestas a cantar loas. Vayamos al texto de aquellos días.

El redactor de El Ómnibus, se ufanaba de que ellos habían sido los primeros en sugerir “al gobierno supremo la formación de un estatuto que asegurase las garantías sociales  de los mexicanos, aun cuando estábamos y estamos íntimamente convencidos de la necesidad que hay de que la obediencia constituya nuestro deber primero hasta que se haya reestablecido el respeto a la ley, tan indispensable para los progresos de la marcha tranquila del gobierno”.  Léase, todos con la cabeza agachada y diciendo: “Lo que uste diga patroncito”. Una sugerencia que si viajara en el tiempo sería música celestial para los oídos de un aspirante a lograr la obediencia total. Dejémonos de especulaciones y retornemos al Siglo XIX.

Dado que la bondad (¡!) no le cabía en el cuerpo, “el general presidente [López] De Santa Anna] a las insinuaciones de la prensa convocó el consejo de Estado y exploró la opinión, tan pronto como se dijo que ya era tiempo de establecer un principio bajo el cual quedaran aseguradas las garantías individuales, la demagogia levantó la cabeza, irguió la frente y se ha presentado en la palestra provocando al gobierno, insultándole con audacia y haciendo alarde grosero de un poder y una arrogancia ridículas”. Como podrá observar, lector amable, eran  los rejegos que siempre han existido, quienes no escuchan que la voz del amo debe de ser acatada sin chistar. Pero revisemos en qué consistía aquella afrenta a personaje tan preclaro.

Acorde con la narrativa de aquel verano de 1855, “con el título de Boletín de la revolución ha circulado un papel impreso, lleno de vituperios al general [López] De Santa Anna y tan groseramente está escrito, que a las claras revela cuanto es pérfida la intención de sus redactores. ¡YA NO ES TIEMPO DE REFORMAS! ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué sería de nosotros si el general [López] De Santa Anna nos abandonara? ¿Quién es el hombre que puede sustituirle? ¿Dónde está el paladín denodado que afronte los peligros y cuya respetabilidad sea bastantemente autorizada por sus antecedentes, su valor, por sus talentos, por la historia, para que se le tema y respete, para que ante su voluntad dobleguen la suya la multitud de parásitos gobernantes  que se levantarían inmediatamente que el general [López] De Santa Anna faltará en la silla presidencial?” La perorata es tan larga que, por un momento,  nos pareció leer  un texto de otro tiempo, afortunadamente las diez palabras últimas nos situaron en contexto. Sin embargo, la filípica aun no terminaba, el redactor de El Ómnibus  tenía una buena cantidad de  líquido argentífero en su pluma y deseaba desquitar la chuleta.

Dado lo anterior, indignado clamaba que “el inmundo papelucho cuyos principios combatimos, no puede estar escrito por ningún mexicano…”. Como podrá deducirse, de manera intemporal, nunca faltan intrusos externos deseosos de romper el encanto dulce de la armonía mexicana. Retornando al texto, se planteaba que “…es preciso que esa pluma empapada en hiel, sea de algún miserable que piensa medrar a la sombra de nuestras desgracias o solazarse con el drama horrendo de la anarquía que nos preparan los demagogos”. No se vaya a creer que para El Omnibus estaba sesgado por la infusión del líquido argentífero basto que había recibido, aun podía señalar: “Conocemos liberales de buena fe, hombres de honor para quienes la federación tiene todavía los hermosos atractivos que el día en que proclamada por la vez primera; pero esos liberales no se denigran escribiendo tan nefandos vituperios, porque, ante todo son mexicanos y si no transigen con el general [López] De Santa Anna, porque llevan su opinión republicana hasta la injusticia, conocen que si el general [López] De Santa Anna militara en sus filas tendrían en él al caudillo valeroso y esforzado que sostuviera con brazo de hierro la bandera de sus principios. No,  esos liberales no atizan vilmente la hoguera de la discordia, porque quieren tener patria antes de ver establecidos principios que proclaman como salvadores, y envuelven la semilla de la disolución social”.  Ni quien lo dudara, López De Santa Anna podía levantar cualquier lábaro proclamando que cobijaba sus principios, no en balde, a lo largo de 45 años, había enarbolado cuanta bandera encontró proclamando que esos eran sus principios, según fuera la ocasión y la ventaja que planeara sacar de tal hecho. Todo lo anterior no era sino el preámbulo, ahora venía  el momento de fijar posiciones sin tapujos.

Dado que no habían podido acabar con la Revolución de Ayutla, lo más indicado era denostar a sus líderes. En ese contexto,  señalaban: “La rebelión de [Juan Nepomuceno] Álvarez [Hurtado] no puede ser nunca más que vandalismo de un faccioso de montaña. [Manuel García] Pueblita, [José Epitacio Desiderio] Huerta [Solorio] y demás corifeos del alzamiento que se combate, no son, ni serán más que  unos capitanes de bandidos. Hable por nosotros la historia de sus crímenes. Véanse los campos empapados con la sangre de tantos infelices; véanse esas poblaciones demolidas; esas mieses quemadas, esos árboles derribados…  ¿Que  hacen esos liberales de oficio? Devastar, llevar por todas partes la desolación, el espanto, la muerte”. ¿En dónde hemos escuchado y leído eso de que los opositores solamente buscan destruir el encanto de la felicidad que se vive en los pueblos? Hasta aquí, aun no se precisaba explícitamente que era lo que se demandaba en aquel escrito, veámoslo.

“El papelucho al que aludimos pide la federación, la cabeza del tirano y de su corte, pide que triunfe el liberalismo levantando su estandarte sobre montones de cadáveres y sobre arroyos de sangre. ¿Sabéis todos los males que ocasionaría semejante escrito  si el pueblo mexicano fuera de la rebelde condición de otros imbuidos en las máximas del socialismo insensato? Componiéndose la mayoría de ese pueblo de una raza diferente de la nuestra, envilecida por la conquista y la dominación, levantaría la cabeza y ¡pobres de nosotros!…”. Vaya, vaya, decían proteger al pueblo de los liberales malvados que buscaban cambiar el estado de cosas, pero se daban de santos de que el pueblo mexicano era una masa agachona, claro que esto último era culpa de nuestros ancestros hispanos quienes vinieron a terminar con aquel paraíso en el que vivían nuestros ancestros nativos en donde una sola familia controló el poder a través de los siglos, en donde la estratificación social era perfectamente marcada, en donde las ofrendas de corazones humanos a los dioses era cosa de todos los días, en donde la superchería y la idolatría  abundaban, en donde se sometía a los vecinos por la vía de la fuerza, y ni para que continuar si aquello era una especie de  Shangri-La. Nuevamente, nos fuimos por otro lado, retornemos al texto de marras.

Para El Omnibus, “los que escriben para infamar, para hacer daño, son unos malvados,  que no quieren ley fundamental, ni orden, ni paz, ni otra cosa más que el pillaje y el latrocinio”. Nada como los corpúsculos dispuestos a cantar loas a cuanta ocurrencia tenga el gobernante en turno. Esos son los que hacen patria y hay que cobijarlos con  líquido argentífero suficiente, ello permite que la pluma  se deslice con facilidad mayor sobre el papel.

Tras de invocar que los rebeldes no eran sino una partida de facinerosos que, en cuanto se vieran en una ciudad plena de riquezas, habrían de dedicarse al pillaje y nadie podría detenerlos. Alababa la actitud de Hidalgo cuando se abstuvo de tomar la capital de la república, evitando así un baño de sangre, aun cuando  no se menciona que eso implicó una lucha por diez años más.  Citaba, también, la reacción del populacho italiano al asesinato, en 1848,  del liberal italiano Pellegriono Rossi  a quien privara de la vida un miembro de una sociedad secreta, tras de lo cual el cuchillo utilizado fue colocado en un altar. Como acotación al margen, cabe apuntar que ese fue el último crimen  cometido en El Vaticano reconocido oficialmente hasta que, en 1998, se suscitaron los asesinatos del miembro de la Guardia Suiza, Alois Estermann, su esposa, Gladys Romero y otro integrante de la corporación, Cédric Tornay.  Lo del ciudadano Albino Luciani Tancon, y quien sabe cuántos más,  es asunto de mentes cochambrosas. Otra vez agarramos monte, retornemos a 1855.

En el contexto de lo descrito en el párrafo anterior, El Ómnibus mencionaba que “…el pueblo bajo es el mismo en todas partes., quebrantad la cadena que le ata, y de cada uno de sus eslabones hará un puñal para inmolar víctimas mil a su capricho o instinto de destrucción”. Ya entendemos porque aquel redactor odiaba a los liberales, tan sólo de imaginar que pudieran dar acceso a libertad de pensamiento, de creencias religiosas, de que podían instruirse, de que iban a tener opción de elegir sus gobernantes, de que podría generarse una economía de mercado y tantas otras cosas inherentes al liberalismo, pues era para que alguien quien promovía la esclavitud como forma de gobierno pues se preocupara y por ello, se lanzaba a defender a un patricio de la talla de López De Santa Anna.

En ese entorno, clamaba que “en buena lid debe de disputarse al general [López] De Santa Anna la supremacía. Él, como hombre está sujeto a errores [nada de creerse que era habitante celestial, prueba de ello es que] él tiene bastante modestia para conocer que no es infalible; [una bendición que lo aclarece] pero es sobradamente dócil para oír el acento de la razón; habladle en nombre de ella, y por exaltado que se encuentre se calma en el acto, oye, discute, cede”. Todo era cuestión de encontrarle el modo y se hallarían alguien bueno como el pan. Para que no hubiera duda sobre la postura, el redactor, presumía de  conocerlo “bien, sabemos todo lo que tiene de fiero, de caballeroso, de prudente. En el papelucho de que hablamos, se dice  que trata de dar una constitución porque teme a la rebelión que amaga de muerte su poder, y porque deseando conservarle, teme perderle; se dice que es débil y que por débil se plega a las exigencias del pueblo. Se plega a las exigencias de la mayoría, porque quiere gobernar  con la opinión; tendrá cualquier otro defecto, pero ¡débil! ¿Queréis que trate a los mexicanos a la manera de los invasores?” ¿En dónde hemos escuchado y visto eso de que un gobernante quiere gobernar por consenso y para ello pregunta al pueblo bueno y sabio que opina acerca de sus ideas grandiosas? Pero dejemos dudas producto de nuestra memoria corta y vayamos al cierre de aquella pieza laudatoria dedicada a su alteza serenísima, el general López De Santa Anna.

El redactor, seguramente para entonces ya levitaba, empezaba por sentirse   magnánimo y alejado de vulgaridades cuando indicaba: “No es el modo de ilustrar una cuestión apelar a las injurias; eso acredita falta de razones”.

Tras de lo anterior, planteaba que “la lucha tremenda, la lucha sorda del aspirantismo, en la que se persuade a muchos hombres que porque trabajan algunos  de ellos, porque les persuaden que cuentan con partidarios, ya está formada la opinión ya van a triunfar del hombre que gobierna”. Entonces todo el origen de los males partía de las posturas aspiracionistas, un  argumento que ha trascendido a través de los tiempos. Nunca han faltado aquellos rejegos quienes  se niegan a permanecer quietos en espera del mendrugo gubernamental  y, mediante la instrucción, el esfuerzo  y el trabajo, buscan mejorar las condiciones de vida de su entorno personal y del país, vaya que son una calamidad. No entienden a aquellos gobernantes quienes buscan imponer que se viva apenas con lo indispensable, casi casi como argumento de película mexicana de la llamada época de oro del cine mexicano, en donde los pobres eran más felices con sus penurias que los ricachones que lo tenían todo en exceso. Pero dejemos melodramas del Siglo XX y leamos como concluía aquel lamento que nada tenía de borincano.

Al punto de una crisis nerviosa, el redactor de El Omnibus señalaba: “Dado caso de que el general [López] De Santa Anna nos abandone; dado que es malo el actual gobierno, los hombres de arraigo, el comercio,  por ejemplo, ¿qué espera de los que sucedan en el mando al general [López] De Santa Anna?  La respuesta que incluye no  solamente a los mencionados, sino a todos los mexicanos, es que pudieran tener acceso a la libertad de pensamiento, creencias religiosas incluidas; fuera factible terminar con un conglomerado de feudos y crear una nación; los habitantes del país, de cualquier edad, empezarían a tener acceso de manera más amplia a la educación libre de supercherías; sería factible empezar a construir una economía de mercado; se concretaría la separación Estado-Iglesias y así podríamos continuar con todos los cambios que se habrían de dar  una vez que López de Santa Anna se  fue o, mejor dicho, lo fueron.

Posteriormente, se preguntaba: “¿Dónde está ese grande hombre oculto 45 años hace? ¿Le ha reproducido la revolución actual?…”. Es entendible que el redactor de El Omnibus no supiera de quien se trataba, pero aquella persona ya estaba ahí. Su presencia no se ubicaba  en la línea primera. No era producto de aquella revolución,  tras de sí tenía ya un bagaje importante dentro de la vida pública a nivel estatal y nacional. Los endiosados con López De Santa Anna no alcanzaban a distinguir al personaje que habría de dar respuesta al cuestionamiento, contaba con 49 años, su estatura no rebasaba los 1.40 metros y su piel era oscura. Pero no era el único, junto a él participaban otras figuras poseedores de una capacidad intelectual grandiosa y sobrados de redaños quienes integrarían la generación más brillante que haya dado la patria, la de LOS HOMBRES DE LA REFORMA. Ellos si miraban el cambio como un vehículo para viajar hacia el futuro y no para tratar de reproducir modelos que en su tiempo funcionaron, pero que ya no era factible reinstalarlos ante un mundo diferente. Cuando López de Santa Anna se fue, concluyó una época negra de la historia y gracias a ello fue factible iniciar el proceso para que la patria se salvará y se constituyera en una  nación. En ese contexto, mientras más nos adentramos en la revisión de aquella época, más nos convencemos de que el inspirador  auténtico del modelo que siguen, quienes se dicen impulsores del cambio, es  el de Antonio de Padua María Severino  López De Santa Anna y Pérez De Lebrón y no el de  Benito Pablo Juárez García ¿Cuál es su opinión lector amable? [email protected]

Añadido (24.31.101) De acuerdo con el historiador y bisnieto del presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, Carlos Tello Díaz, “Santa Anna fue muchas cosas, pero no un traidor a su patria”. (“Santa-Anna defensor de México”. Milenio 15-VIII-2024). ¿Habrá leído la carta que López De Santa Anna envió a Maximiliano? ¿Acaso el contenido de dicha misiva es factible considerarlo una expresión de patriotismo extremo?

Añadido (24.31.102) Lo dijimos aquí, no les quedaba ni un gramo de credibilidad. El domingo anterior, se mostró que un mimo,  en el Jardín Hidalgo de Coyoacán,  reúne más gente que la ciudadana Gálvez y sus corifeos. ¿Acaso creyó que los votos fueron por ella?

Añadido (24.31.103) Por fin, las armas nacionales se cubrieron de gloria, le ganamos a Argentina. No, no se trató de un partido de panbol. Acorde con cifras de la CEPAL, la victoria se dio cuando México  alcanzó, durante los últimos seis años, un crecimiento promedio anual de 0.98 por ciento, mientras que Argentina, bajo los gobiernos populistas de Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Ángel Fernández,  promediaba un decrecimiento de 1.4 por ciento anual. Con esas cifras, ocuparon el penúltimo y último lugar respectivamente entre todas las economías de América Latina. ¿Será que los cepalinos herederos de Raúl Federico Prébisch Linares, también, son parte de la mafia del poder y no son capaces de percatarse de que aquí, entre 2018 y 2024, tuvimos el mejor gobierno del mundo mundial? Vaya parvada de miopes.

Añadido (24.31.104) Los sepultureros del PRI no son capaces de advertir que cuando se narre la historia de las exequias de ese instituto político, aun los gacetilleros que hoy tienen a sueldo habrán de señalar a quienes actuaron en calidad de enterradores del partido poderoso de antaño.

Notas Relacionadas

Coordinación y cercanía

Hace 8 horas

Buen augurio para La Laguna

Hace 9 horas

Es tiempo de las mujeres

Hace 9 horas

Más sobre esta sección Más en Coahuila

Hace 8 horas

Coordinación y cercanía

Hace 9 horas

Buen augurio para La Laguna

Hace 9 horas

Es tiempo de las mujeres