Para Elvira.
Siempre me han gustado las autobiografías, los libros escritos en primera persona. Por ello me devoré el tercer tomo de la obra de un amigo que conocí hace muchos años y cuya personalidad intensa y generosa me sedujo enseguida. Me llamó la atención por su curiosidad en la literatura y su pasión por la medicina y la ciencia.
Más que la salud física de sus pacientes, lo que le interesaba al doctor Luis Todd era la salud de su alma, era ver a través de ella, para conocerla mejor y así poder recetarle, además de un medicamento, el título de un buen libro o escuchar un concierto de Mozart. El contacto humano para Luis Todd era la mejor medicina, por lo mismo le gustaba más que recibir, dar. Dos semanas después de conocernos en una cena en casa de unos amigos, me mandó una laptop como regalo, no concebía cómo una periodista en ciernes escribiera en una máquina de escribir Olivetti.
Así era Luis, un ilustre universitario, intelectual regiomontano y exrector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, su “alma mater”, donde fuera profesor y fundador de la Unidad Renal y pionero en el uso del riñón artificial, coordinando el primer trasplante hace más de 55 años, además de dirigir la Unidad de Resonancia Magnética Nuclear del Hospital Universitario.
Por ello, para mí fue un honor presentar en la Pinacoteca que dirige su mujer el tercer tomo de la obra titulada Anatomía de una utopía. La lectura me atrapó, no obstante, lamentaba no haber leído los dos primeros tomos. De allí que el día de la presentación escuché con enorme atención a su hija Isabella.
Frente a las autoridades universitarias, al rector, el doctor Santos Guzmán, amigos y familiares, con una voz muy cálida y firme a la vez, comentó a propósito del primer tomo: “En esta colección mi papá menciona que él siempre sentía que vivía en dos mundos, uno de ellos el mundo de los libros. Menciona el impacto profundo que tuvieron los clásicos en su infancia, fue residente de Macondo, del increíble García Márquez, luchó al lado de Bolkonsky en la Guerra y la Paz de Tolstoi, acompañó a Ulises de regreso a su reino de Ítaca en la Iliada y la Odisea. Fue en este mundo literario que aprendió a pensar, a dialogar y a abrir su perspectiva del entorno que lo rodeaba”.
En esa época en que Luis era un ávido lector de esos libros fundamentales para entender mejor la vida, seguramente lo que nunca se imaginó es que muchos años después no solo tendría que tratar de entender a estos personajes literarios, sino que como funcionario del entonces Gobierno de Carlos Salinas, tenía que convivir con políticos como Manuel Bartlett y Ernesto Zedillo, entre muchos otros.
No tardó mucho tiempo en llegar a la conclusión de que en “México se jura sobre la Constitución, que es como una mujer violada”, tal como escribiera en el tercer tomo. De hecho los capítulos en que habla de la política fueron los que más me interesaron. En ellos, se refiere a las intrigas palaciegas, a las traiciones de los que supuestamente se decían sus amigos y a sus decepciones entre sus congéneres.
Del expresidente, el doctor Ernesto Zedillo: una pieza sui géneris para un estudio psicoanalítico profundo, cuentan que Zedillo planchaba, él mismo, sus camisas, hacía las compras de la casa porque “la familia no contaba con servicio doméstico”.
Incluso su mujer le confiesa a Elvira Todd: “No, Ernesto es un buen empleado de banco; no tiene ninguna habilidad ni capacidad política para llegar a ninguna parte”. Por su parte, Isabella Todd nos comenta que en el segundo tomo: “Mi papá habla acerca de su época de oro. El momento de su carrera que más mencionaba que disfrutó, fue el ser rector en su ‘alma mater’, la de más relevancia a su constante sentido de responsabilidad, que sentía por servir a una comunidad educativa y universitaria, con la cual siempre estuvo agradecido, y con la que más se identificó y fue más feliz”.
Durante su presentación, hubo un momento que a Isabella se le quebró la voz, especialmente al mencionar a todas las personas que ayudaron a su padre “y la familia que siempre lo cobijó y protegió y en particular, a mi madre, quien fue siempre la columna vertebral de nuestra familia Todd”.
Hay que leer los tres tomos, que escribió este médico tan sabio y enamorado de la vida, los tres libros escritos con las tres “C”: cabeza, corazón y mucha. honestidad y autocrítica.
Nunca olvidaremos la eterna sonrisa del doctor Luis Todd, quien era más feliz dando, que recibiendo.
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