Coahuila
Hace 1 dia
Durante los años previos, se dedicaron a fomentar el divisionismo. Todo aquel que no compartiera su perspectiva era sujeto de cuanto epíteto estuviera al alcance. Ellos eran los poseedores de la verdad eterna. Su proclama la sustentaban en que el pasado era lo único y lo mejor, ir hacia adelante significaba cometer herejía. El liderazgo les venía de la luz divina, no debería de haber nadie que osara cuestionarlos y quien así lo hiciera corría el riesgo grave de que sobre ellos cayera, desde los cielos, el rayo vengador. No les importaba que el país se ensangrentara y empobreciera, su verdad era la única. De pronto, sin embargo, las cosas empezaban a descomponerse y, como dirían en el pueblo, la realidad que es canija se hizo presente y les empezó a descuadrar su engañifa. Y aquí, empezamos la historia que esta semana decidimos compartir, si es que usted lo considera conveniente, con usted lector amable.
Era el 17 de noviembre de 1860, desde casi tres años atrás el país estaba inmerso en una lucha fratricida entre quienes miraban hacia el futuro y aquellos que insistían en que prevaleciera el santo y la seña sobre el Estado de Derecho. Quienes apoyaban esto último, siempre, estuvieron convencidos de que la razón les asistía y actuaron en consecuencia resistiendo la andanada de anatemas que junto con las balas lanzaban los retrogradas quienes poco a poco fueron cediendo terreno hasta el punto en que el 17 de noviembre de 1860, con la lumbre en los aparejos, quien se autonombraba presidente interino de México, Miguel Gregorio de la Luz Atenógenes Miramón y Tarelo, a quien todos identificamos como Miramón, lanzó un manifiesto a sus conciudadanos.
Orgullosamente clamaba que tres años atrás, respaldado en la proclama del Plan de Tacubaya, el ejército por él encabezado había iniciado y triunfado en aquella “revolución salvadora”. Gracias a ella, había sido factible establecer un gobierno en la Ciudad de México y dominar la mayor parte del país. Sin embargo, tanta belleza vino a deteriorarse cuando se dieron, a principios de marzo de 1860, los acontecimientos ocurridos en Antón Lizardo, Veracruz. Miramón calificaba que lo acontecido era “un eterno baldón para el partido constitucionalista”. Esto es un evento que da para analizarse de manera amplia, pero trataremos de sintetizarlo.
Uno de los lugartenientes de Miramón, el contralmirante Tomás Francisco de Paula Marín Zabalza, logró adquirir en La Habana dos embarcaciones, “Marqués de la Habana” y “General Miramón”, mismas que repletó de municiones y se dirigió a Veracruz para apoderarse del puerto. Las fuerzas constitucionalistas se percataron del arribo y, a la vez, el ministro estadounidense avisa a su gobierno que dichos navíos no son mexicanos y por lo tanto pueden considerarse piratas. Aunado a ello, los barcos de Miramón se meten a Veracruz sin izar bandera. Asimismo, el estadista Juárez García había adquirido en los EUA un par de vapores, “Wade” e “Indianola”. El primero, remolcaba a la corbeta estadounidense “Saratoga”. Al acercarse al puerto, lanzan un ataque en contra de la “flota” de Miramón, la cual desde la embarcación que llevaba su nombre responde y da inicio un intercambio de fuego en donde finalmente las fuerzas republicanas y las estadounidenses se imponen y logran apropiarse de los barcos miramonistas y los pertrechos de guerra que cargaban. Y a continuación, Miramón escribe una versión que podría equipararse con el tango de Gardel y Le Pera, “Cuesta Abajo”, en aquello que dice: “Ahora, cuesta abajo en mi rodada. Las ilusiones pasadas, yo no las puedo arrancar. Sueño con el pasado que añoro…”. Pero veamos lo escrito por el llamado Joven Macabeo.
Reconoció que “la marcha decadente desde entonces ha seguido; grandes desastres en la guerra han reemplazado a los espléndidos triunfos obtenidos antes por nuestras armas; sucesivamente han sido conquistados los departamentos que estaban unidos a la metrópoli, y hoy sólo México y alguna que otra ciudad importante está libre del imperio de la demagogia”. El tinglado se le venia encima y como todo iluminado buscaba explicaciones en el imaginario para justificar su incapacidad.
En el contexto de lo anterior, se preguntaba: ¿Será que la Providencia quiere probar aún la virtud del pueblo mexicano? ¿Será que quiere probar la constancia, la abnegación, y la fe del ejército nacional? ¿Será que aún no suena la hora de que mi desgraciada patria goce de tranquilidad bajo una forma de gobierno acomodada a su naturaleza, a sus costumbres a sus tradiciones, a sus necesidades?” Como todo iluminado, a invocar asuntos de la divinidad para justificar sus trapacerías, ellos fueron quienes propiciaron el baño de sangre, al ver que las cosas no iban en la forma por ellos deseada, se presentaban como los preservadores de un pasado que desde su perspectiva fue glorioso y perfecto que lo llevaba a lamentarse de la situación prevaleciente al tiempo que olvidaba que ellos la habían propiciado.
Miramón clamaba: “Nuestra historia en los últimos años está llena de luto y horror; campos talados; pueblos incendiados; ciudades asoladas sobre la superficie del país; por todas partes ha dejado su huella el azote terrible de la guerra. Preocupado el gobierno [así denominaba a la facción encabezada por él], en vano ha pensado en mejorar la administración y los elementos todos que hacen dulce la vida social; apenas ha podido conservar en los lugares de su mando algún orden que asegurase las garantías individuales. En medio de la agitación en que ha vivido, ha intentado más de una vez encontrar una solución conveniente y debida a las grandes cuestiones que dividen no ya a los mexicanos sino a los habitantes todos de este suelo; sus esfuerzos han descollado en dificultades que no estaba en su mano vencer y ha seguido la lucha que incesantemente ha tenido que sostener”. Vaya, vaya, hasta parece un lamento de emisión reciente, pero no nos perdamos, pertenece a un iluminado de 1860.
Tras de quejarse de todas las calamidades económicas causadas por la guerra, misma que no reconocía fue generada por él y los suyos empeñados en retrasar el reloj de la historia, buscaba presentarse como una víctima más al mencionar: “¿Quién al ver el cuadro de la república que presenta nuestra historia más reciente, no suspira, pronunciando esta bellísima palabra: paz?” Acto seguido procedía al dramatismo.
Como lo hacen todos aquellos que primero ensartan al país en un proceso de división y sangre, procedía a presentarse como adalid de la unidad cuando señalaba: “Conciudadanos, yo soy mexicano , amo a mi patria como el mejor de sus hijos, la veo con amargura desgarrada por dos partidos que se desgarran mutuamente; conmovido profundamente por los males que le aquejan, he brindado con el olivo de la paz al partido opuesto, haciendo una abstracción absoluta de mi persona y proponiendo como la gran base de la paz la voluntad nacional, y alguna garantía de estabilidad para el orden de las cosas que resultara de esta revolución que ha venido a ser verdaderamente social”. Inmediatamente, pasaba a acusar a los jefes del otro grupo de negarse a entrar en negociación alguna, al tiempo que los acusaba de “cometer crímenes atroces y [estar] obstinados en imponer a la nación una ley que rechaza, o más bien interesados en prolongar indefinidamente una situación en que ninguna ley impere, han frustrado las diversas negociaciones que con diversos motivos se han iniciado para buscar la paz”. Eran una partida de malvados quienes no se percataban de la bondad emanada del cuerpo de aquel niño héroe del ayer quien, al sentir la derrota inminente, les ofrecía toda aquella bondad que no le cabía en el cuerpo. Y para que no haya duda, revisemos el texto siguiente contenido en aquel manifiesto.
Desnudando la fuente de donde le emanaba tanto amor por la paz, señalaba: “Hoy el enemigo ha batido a nuestras tropas por todas partes; dueño de una vasta extensión del país, emprende su marcha sobre el capital rodeado del prestigio que da la suerte próspera en las batallas, y pocos días pasarán antes de que sus baterías estén apuntando sobre las puertas de la ciudad”. Como se puede observar la piedad supuesta de Miramón no tenía otro nombre sino la inminencia de la derrota y tratar de sacar alguna raja de ella. Ante eso, se preguntaba: “¿Qué debo de hacer ante tan crítica situación? ¿Qué exigen del gobierno [y dale con asumirse lo que no era] los caros intereses de la patria?” Ante esos cuestionamientos, se lamentaba de no poder recibir respuesta de la mayoría de los ciudadanos, por lo cual no tuvo otra opción sino recurrir al consejo “de una junta numerosa compuesta de las personas residentes en México [la ciudad], más notables por su ilustración y patriotismo [¿?] he encontrado su juicio conforme con los sentimientos que animal al gobierno”. ¿Pero que iba a esperar como de respuesta de quienes eran sus patrocinadores? Revisemos, en los tres párrafos siguientes, a que le llevaron aquellas recomendaciones.
“Sí la revolución no limita sus pretensiones a la política y al ejercicio del poder, sí no respeta a la Iglesia, si no deja incólumes los principios eternos de nuestra religión, si no se detiene ante el sagrado de la familia, combatamos a la revolución, sostengamos la guerra aun cuando se desplome sobre nuestras cabezas el edificio social”. La paranoia en pleno, sustentando el argumento en una sarta de mentiras, pues a lanzarse al precipicio al no poder mantenerlas.
Aquel a quien el futuro le deparaba un sitio al lado de Maximiliano, gritaba desquiciado: “¡Pluguiera [agradara] a Dios que el enemigo dócil al fin a las indicaciones de la recta razón, y oyendo a los clamores de la conciencia, abriera un camino para poner término a la efusión de sangre mexicana! Pero no, conciudadanos, el enemigo más fuerte hoy, será más exigente, seguirá gritando: ‘guerra contra la religión de nuestros padres que es esencialmente civilizadora, guerra contra el ejército que es el sostén del orden y la salvaguardia de la independencia nacional, guerra contra la sociedad, en que están cifrados los intereses de los individuos’; y yo con dolor deberé de contestarle: ‘guerra en defensa de la religión; guerra en defensa del ejército, guerra en nombre de la sociedad”’. Como es factible apreciar, el recurso último era recurrir a la patraña de que los Liberales querían extinguir el catolicismo cuando lo único que se buscaba era colocar los asuntos de la fe en donde pertenecen en el ámbito de lo privado de cada individuo y eso de que dicha religión era civilizadora, pues si, siempre y cuando se tuviera al; alcance un látigo y una espada. ¿Acaso no fue así como “civilizaron” a los nativos de estas tierras? Lo del llamado a la paz que realizaba en párrafos anteriores quedaba en el olvido, era la hora de exterminar a los infieles.
En ese contexto, Miramón indicaba que “numerosas fuerzas se presentaran ante las murallas de México para asediarla; pero en el recinto de esta plaza estará un ejército que, defendiendo sus principios y sus convicciones, ha hecho sacrificios heroicos, ha sufrido la miseria con una gran resignación que lo ennoblece, y sabrá derramar toda su sangre antes que deshonrarse”. Vaticinaba que habrían de presentarse eventos sangrientos en el Valle de México y “…se verificará un encuentro decisivo entre las fuerzas de la demagogia y el ejército nacional. ¿Quién será coronado con los laureles de la victoria? Hoy sólo está en el alto juicio de Dios”. Y, necios estos fulanos con inmiscuir al Gran Arquitecto en sus trapacerías. A manera de despedida, conminaba a sus conciudadanos: “Ánimo, constancia, un poco más de sufrimiento, un sacrificio más en aras de la patria, y esperemos con fe un porvenir de felicidad para México”. Treinta y cinco días después, en Calpulalpan iba a tener respuesta a sus plegarias, las fuerzas de la razón destrozarían a quienes no les importó que México se bañara en sangre mientras buscaban detener el reloj de la historia.
Como se puede observar, no importa del lado del espectro político, o la época en que se ubiquen, los generadores del divisionismo, cuando ven la derrota cercana claman por la unidad demandando eso, inclusive, a aquellos que lastimaron con sus acciones retrogradas. En caso de que no presten atención a su llamado, proceden a endilgarles el adjetivo de apátridas. ¿En donde hemos escuchado eso recientemente? [email protected]
Añadido (25.04.12) No es lo mismo ejercer el poder de la firma, en un pedazo de papel tamaño media carta, para controlar poderosos en el entorno doméstico que ir a terrenos externos para lidiar con quienes valúan esa signatura y su palabra en absolutamente nada.
Añadido (25.04.13) Si ellos quieren llamarle Gulf of América y nosotros Golfo de México, pues muy su gusto y el nuestro. Total, si de aquel lado lo intitulan Río Grande, nadie nos prohíbe que nosotros lo denominemos el río Bravo. ¿O sí?
Añadido (25.04.14) Ante la retirada de los EUA, los directivos de la Organización Mundial de la Salud salen llorosos a clamar que esperan una reconsideración en su decisión. El quejido no es por amor sino porque pierden los 500 millones de dólares que ese país les aportaba anualmente. Pero de que se quejan, sí a la mano tienen a su cómplice durante la pandemia. O ¿Acaso fueron solamente objeto de uso de su compinche y ya no le son útiles?
Añadido (25.04.15) En los EUA andan indignados porque Elon Musk realizó un ademan que, aseguran, asemeja el saludo nazi. ¿Qué opinarían si se dieran una vuelta por acá, al Estadio de CU, y vieran como saludan los aficionados cuando se entona el Himno de los Pumas?
Añadido (25.04.16) Lo que ningún presidente emanado del Partido Demócrata se atrevió a hacer, lo viene a realizar uno surgido del Partido Republicano, desclasificar los archivos de los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King. “Stay tuned…”.
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