Una de las consecuencias que ha traído la globalización financiera y comercial, aunado al encarecimiento de la vida, que ha demandado la incorporación de la mujer al mercado formal, restándole tiempo para la cocción de alimentos naturales (no procesados) realizados en casa, ha sido la desmedida proporción de personas con sobrepeso y obesidad, que a su vez trajo aparejados otros problemas de salud y de costos para las familias y los gobiernos. Infortunadamente, los porcentajes de obesidad se han elevado en naciones como Estados Unidos y México, cargando con los nada honrosos primero y segundo lugares a nivel mundial, respectivamente, según datos que publicó la OCDE, apoyada en información de la OMS.
Hace 50 años, la dieta de los mexicanos era básicamente de leguminosas, cereales y legumbres, y entre las clases menos favorecidas económicamente, la carne roja y blanca, se consumía una o dos veces por quincena, particularmente en las áreas urbanas del país. Para la década de los 70, la tendencia alimenticia empezaba a cambiar, dando lugar a una nueva cultura gastronómica, generalmente basada en los platillos estadunidenses, pero obviamente “tropicalizada”: sustituyendo los guisos y sopas caseras por comidas rápidas adquiridas en franquicias americanas, entre ellas, pizzas, hamburguesas, pollo capeado, papas fritas y un largo etcétera, las cuales contienen exceso de calorías y grasas.
Según la OCDE, datos de 2020 muestran que de cada 100 mexicanos, más de 70 padecen sobrepeso, y 34% de la población obesa sufre la versión mórbida; y la población obesa infantil pasó de 7.5% en 1996, a 15% en 2016, es decir, se duplicó en tan solo 20 años. De acuerdo con la misma organización, el costo económico del exceso de peso puede llegar a impactar negativamente en los siguientes indicadores: diezmar a la población económicamente activa remunerada, “en el equivalente a 2.4 millones de trabajadores por año”, que teóricamente estarían incapacitados por enfermedades derivadas de la obesidad; el presupuesto de salud se vería afectado, pues contemplaría un gasto adicional de alrededor de 8.9% anual, entre los años 2020 y 2050.
Los anteriores pronósticos se reflejarían en una caída del PIB nacional, en cerca de 5 puntos porcentuales.
Políticas de prevención. Después de no obtener lo que se había previsto, en cuanto a disminución de la tasa de obesidad entre la población por el incremento a los impuestos a las bebidas azucaradas y productos de los llamados “chatarra”, es decir, no esenciales para el consumo humano, ahora México trata de concientizar a sus ciudadanos a través del etiquetado en las envolturas de determinados alimentos, mediante sellos octagonales negros que resaltan ante la vista del comprador potencial (por cierto, muy pocos países han seguido esa forma de combatir la obesidad, el modelo mexicano se inspira en el chileno).
La nueva norma señala los productos que contienen excesos con respecto a los que fija la Secretaría de Salud, de calorías, azúcares, grasas trans, sodio y grasas saturadas. Los avisos o alarmas apelan al sentido común de los ciudadanos a elegir voluntariamente aquellos más saludables para su dieta personal y familiar.
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