“Citius, Altius, Fortius”, esta frase se traduce del latín como, “Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte”.
Este es el lema utilizado en los Juegos Olímpicos y fue acuñado por el padre Henri Didon, un sacerdote dominico francés y amigo cercano del barón Pierre de Coubertin, quien a su vez fue el creador y fundador de los Juegos Olímpicos modernos.
La primera vez que se utilizó fue en los Juegos de París 1924, y desde entonces ha servido como un recordatorio constante de la búsqueda de la excelencia.
En mi columna pasada utilicé como un subtitulo la frase que acuño como un deseo personal, que dicta que “Debería haber más Olimpiadas y menos Guerras”. Los actos y episodios humanistas que han sucedido en estos Juegos Olímpicos de Paris 2024, afloran como un oasis, en el oscuro y árido desierto de la realidad deshumanizada, que lamentablemente vivimos a nivel global, en este cada vez más caótico planeta.
El instinto de competencia inherente a nuestra especie, que salvajemente en muchas ocasiones, desemboca en terribles guerras, en las que, por el afán de competir y ganar a toda costa, nos matamos los unos a los otros, en los Juegos Olímpicos se manifiesta un claro contraste que humaniza y ennoblece al espíritu de competitividad.
El primer artículo de la Carta Olímpica dice lo siguiente: “El Olimpísmo es una filosofía de vida que exalta y combina, en un conjunto armónico, las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la educación, el Olimpísmo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”.
Los Juegos Olímpicos son un evento que trasciende el deporte. Son una celebración de la humanidad, un escenario donde se despliegan historias de triunfo y tristeza, de esfuerzo y perseverancia.
El lema olímpico que cito al principio de esta columna resuena con fuerza y pasión en los corazones de atletas y espectadores por igual, es una expresión del espíritu indomable que caracteriza a los Juegos Olímpicos en los que individualmente, o en equipo, la meta inobjetable es ganar y ser el mejor de todos.
Sin embargo, y sin contravenir el deseo del triunfo, para atenuar el clima de polarización y extrema tensión que vivimos en la actualidad debido a la competencia desleal que ocasiona conflictos y disputas, en el 2021, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió añadir una dimensión más al lema tradicional, reflejando así el espíritu de solidaridad y unidad que se debe inculcar en el mundo del deporte y más allá.
El lema actualizado, “Citius, Altius, Fortius-Communiter”, incorpora la palabra “Communiter”, que significa “Juntos”, o en “Comunidad”, en “Comunión”. Esta adición simboliza la importancia de la colaboración y el trabajo en equipo, reconociendo que, aunque los atletas compiten para ser los mejores, es el esfuerzo colectivo lo que verdaderamente eleva el espíritu de estos Juegos.
El lema no sólo representa la aspiración de los atletas a superar récords y alcanzar nuevas alturas, sino que también refleja los valores fundamentales del Olimpismo: la excelencia, la amistad y el respeto.
Estos valores son el núcleo de la Carta Olímpica y guían todas las actividades relacionadas con los Juegos Olímpicos. La excelencia se trata de dar lo mejor de uno mismo, en el campo de juego o en la vida.
La amistad fomenta el entendimiento mutuo y la construcción de un mundo mejor a través del deporte. El respeto incluye el respeto por uno mismo, pero también por los demás, por las reglas y por el medio ambiente.
Los cinco anillos entrelazados, representan el encuentro de atletas de todo el mundo y la llama Olímpica, lleva el mensaje de paz, unidad y amistad a través de su viaje desde la antigua Olimpia hasta la ciudad anfitriona de los Juegos.
Esta filosofía idealista y aparentemente utópica, es llevada a una realidad en Paris 2024, yo mismo he tenido la oportunidad de presenciar en los resúmenes difundidos por televisión muchos actos que ejemplifican y constatan el verdadero espíritu deportivo, que se podría definir en la controversial y polémica frase que dictamina: “Lo importante no es ganar sino competir”.
Esta frase es atribuida al Barón Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos, pero quien realmente la expresó por primera ocasión, fue Ethelbert Talbot, quien era el decimoquinto obispo presidente de la Iglesia Episcopal.
Talbot fue invitado a predicar en la Catedral de San Pablo en Londres el 19 de julio, un servicio al que se convocó especialmente a los atletas y dirigentes de los Juegos Olímpicos de Londres en 1908.
Los juegos fueron muy polémicos, con muchas protestas estadunidenses contra los fallos británicos. Talbot era consciente de esto y le preocupaba. En su sermón, Talbot dijo: “Es muy cierto, que cada deportista se esfuerza no sólo por el deporte, sino por el bien de su país, y esto crea nuevas rivalidades entre los vencedores y los vencidos, ¿y qué pasa con eso?.
“Que se pierde la esencia de la lección del verdadero Olimpia: Que los Juegos en sí son mejores que la competencia y el premio, y aunque sólo uno puede llevar la corona de laurel, todos pueden compartir la misma alegría del concurso, donde la importancia de estas Olimpiadas no es tanto ganar como participar, porque lo esencial en la vida no es conquistar, sino luchar bien”.
Más sobre esta sección Más en Coahuila