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Como los monos de Gibraltar, taparse los ojos para no mirar

Por Columnista Invitado

Hace 3 horas

Por: Leonardo Curzio

A Sergio Ramírez

En estas fechas todos tenemos presente la escena de la Sagrada Familia huyendo de la persecución de Herodes. Hace muchos años mi padre escribió un cuento, parafraseando el Evangelio. Su Sagrada Familia eran unos nicaragüenses que escapaban de la atroz tiranía de Somoza.

¡Qué vueltas da la vida! y ¡qué paradojas nos toca ver en escorzo! En una generación hemos visto, en nuestra región, como aquellos que, con denuedo y valor, lucharon por derrocar a Somoza (como Daniel Ortega), ahora se han convertido en los émulos de tan nefasto personaje; en perseguidores de sus propios compañeros y compatriotas.

El tumulto revolucionario, diría Chateaubriand, va llevando a esta degradación del ser humano. El cuadro revolucionario considera que sus convicciones políticas siempre pasan antes que los derechos humanos.

Al deshumanizar al rival (“gusanos”, los llama el régimen cubano) tú puedes hacerle lo que quieras, porque ya no es una persona digna de respeto. En América Latina las revoluciones caen rápidamente en pragmatismo político y el único ideal que les queda es la conservación del poder; por eso, en su deriva autoritaria empobrecen a sus pueblos y se van dando todas las licencias que en otro tiempo hubiesen execrado.

Reflexionaba en esto mientras entrevistaba en la FIL a Sergio Ramírez, un escritor galardonado y reconocido, que un día fue privado de todo por quienes fueron sus compañeros de armas. Le quitaron incluso la nacionalidad. Si no fuera por la generosidad de España, sería un apátrida.

Por quitarle le quitaron el título de abogado que ahora, en un acto supremo de desagravio, la Universidad de Guadalajara se lo restituyó corregido y aumentado; ya tiene el título de doctor. No pude evitar pensar (al ver al personaje) en nuestras propias formas de ver el presente y el pasado.

Lo que le han hecho a una generación de nicaragüenses es similar a lo que en su momento los reyes católicos hicieron con los judíos: expulsarlos de España. Cuando se habla de ese tema o se recuerda la expulsión de moriscos por Felipe II, los más jóvenes tienden a preguntarse: ¿en qué clase de mundo bárbaro podían destrozar familias, apropiarse de casas y privar de ciudadanías y títulos por una venganza política o religiosa?

Es curioso y frívolo que el ciudadano contemporáneo se muestre más indignado por los relatos que le hacen de la historia que por aquello que le toca ver en tiempo real. Un Gobierno, como el de Nicaragua, ha decidido privar de la nacionalidad y de títulos a muchos ciudadanos y nos enteramos porque Ramírez es un personaje de gran relieve.

Los modernos Herodes no pagan la cuota de desprestigio que supone esta barbarie. Muchos gobiernos, incluido el nuestro, pasaron por alto estos episodios, como si no estuviesen ocurriendo en la segunda década del siglo 21, en países de nuestro entorno y estirpe. Dulce limosna para desalmados es la ignorancia de lo que acontece en Nicaragua. Curiosa dualidad es esa de indignarse por lo que pasaba hace muchos siglos y como los monos de Gibraltar, taparse los ojos para no mirar lo que ocurre en nuestro entorno.

Lo que ha hecho el régimen de Ortega es tan delirante como lo que hizo Pol Pot en Camboya, Mao en China o Stalin en la Unión Soviética; perseguir cruelmente en nombre de una revolución que hace muchos años dejó de ser redentora.

Hoy las familias huyen de Nicaragua, como en su momento huyeron de Herodes y muchos otros han tenido que huir de otros tiranos. Mi solidaridad con todos los nicaragüenses que han perdido un pasaporte, un título, pero nunca su condición de seres humanos.

¡Feliz Navidad!

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