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Publicado el martes, 24 de diciembre del 2024 a las 12:10
Ciudad de México.- Navidad no es la celebración de una fecha, sino de un hecho, el nacimiento del Salvador, evento absolutamente decisivo en la historia de la salvación. Es entonces una conmemoración del significado de ese hecho. Se lee en las profecías:
“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; le ponen en el hombro el distintivo del rey y proclaman su nombre: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre que no muere, príncipe de la Paz.”
Cuando nos preparamos para la Navidad meditando en su verdadero significado, nos preparamos para sentir a Cristo y sentir Su mensaje. Permítanme sugerir tres cosas que tal vez deseemos estudiar, meditar y aplicar en esta época de preparación.
Primero, regocijémonos en el nacimiento de nuestro Salvador. Celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, el Creador, nuestro Mesías. Nos regocija que el Rey de Reyes viniera a la tierra, naciera en un pesebre y viviera una vida perfecta. Cuando Jesús nació, el gozo en los cielos fue tan grande que no se pudo contener
Segundo, meditemos en su influencia actual en nuestra vida. La Navidad es una época para recordar al Hijo de Dios y renovar nuestra determinación de tomar su nombre sobre nosotros.
Es el tiempo para reexaminar nuestra vida y evaluar nuestros pensamientos, sentimientos y hechos. Dejen que sea un tiempo de recuerdo, de gratitud y un tiempo de perdón.
Permitan que sea una época para meditar en la expiación de Jesucristo y en el significado personal que tiene para cada uno de nosotros.
Dejen que sea, especialmente, un tiempo de renovación y de volver a comprometerse a vivir de acuerdo con la palabra de Dios y a obedecer Sus mandamientos. Al hacer eso, lo honramos mucho más de lo que lo haríamos con luces, regalos y fiestas.
Tercero, aguardemos anhelosamente Su venida. Si bien la época navideña suele ser un tiempo para dar una mirada retrospectiva y celebrar el nacimiento de nuestro Señor.
El viaje que efectuó San José y la Virgen María, fue bastante largo: más de 80 millas de recorridos. Se necesitarían al menos cuatro días, si todo marcha bien, en una de las caravanas que viajaban al sur de Galilea. La Virgen María no estaba obligada a ir, ya que el censo era el deber del jefe de la familia. Pero, ¿cómo podría San José dejar a María por su cuenta cuando ella estaba a punto de dar a luz?
San José y María estuvieron fuera de la comodidad de su casa y sin saber a donde llegarían ni quienes los recibirían.
Ellos estuvieron lejos de toda su familia y sin el apoyo emocional y físico que esta representa.
La Virgen María y San José llegaron cansados en medio de la noche a un pueblo desconocido para ellos. Seguramente habrían pasado hambre y sed en todo el camino.
Exhaustos por el gran viaje soportado y la incomodidad y dolencia de venir sentada sobre una mula en tan largo camino. ¿Sabes que se siente ir sentado sobre una mula durante un largo tiempo y además embarazada?
La indolencia con que la que fueron recibidos (no “había” posada para una mujer embarazada) Nadie quiso hacer un espacio en su casa para recibir a unos cansados viajeros.
Esta Sagrada Familia, valiente y arriesgada, no contaban con asistencia médica oportuna ni tenían experiencia en partos.
María dio a luz en un sucio y frío establo. Muchos creen que un establo es como los pesebres bonitos que hoy en día representamos en nuestros nacimientos, pero no, un establo es un sitio para guardar a los animales durante la noche, allí ellos defecan, ensucian todo y emanan un muy mal olor.
María recostó a su Hijo en un cajón lleno de pajas, donde comen las bestias, que improvisó San José porque no tenían otra cosa a la mano.
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