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Comala

Por Guadalupe Loaeza

Hace 2 horas

Para Miguel Ángel Landeros y Malini.

 

“¿Qué habrá pasado con Juan Rulfo, después de muerto?”, me preguntó Enrique. “Seguro se regresó a Comala, porque él es el héroe muerto de su novela Pedro Páramo. Porque como dice Octavio Paz: ‘solo después de morir podemos volver al edén nativo. El personaje de Rulfo regresa a un jardín calcinado, a un paisaje lunar, al verdadero infierno’”.

Tal como describe nuestro Premio Nobel, a Comala como un llano seco, en el cual se escucha a lo lejos un cuchicheo de sombras y eterna incomunicación, lo percibimos en la maravillosa película Pedro Páramo, dirigida por Rodrigo Prieto. Confieso que al principio no alcanzaba a entender esos murmullos, tan confusos y enredados. Sin embargo, poco a poco, y de más en más, nos sentimos atrapados por los personajes. Queremos entender, queremos ubicar a los personajes y saber más sobre ese personaje tan misterioso que tiene tantos hijos regados por todo el pueblo. Como bien dice Ilse Salas, en la espléndida interpretación como Susana San Juan, el amor de juventud de Pedro Páramo, “la novela de Rulfo es entender la mexicanidad, la muerte, la violencia de género, el mestizaje, de dónde venimos, por qué seguimos acatando las órdenes de caciques que no tienen ni idea de qué están haciendo y no saben cuál es la herencia que tienen ni qué hay en sus manos”.

Tiene razón la actriz mexicana, porque en los últimos seis años, nuestro país se ha convertido en un país de caciques (léase capos), de muertos, de desaparecidos y de mucha violencia para las mujeres. La actuación de Ilse Salas coincide perfectamente con el recuerdo que tengo de Susana San Juan, desde la primera vez que leí la novela, hace muchos años, y gracias a las explicaciones de Gonzalo Celorio, nuestro maestro, en el taller de Elena Poniatowska, quien no dejaba de recomendarnos respecto a la obra: “Escuchen sus silencios”.

Esos mismos silencios son precisamente los que transmite Ilse, convertida en Susana San Juan, con su mirada triste y melancólica. También como un alma en pena, se diría que tiene tatuada en la piel toda la tristeza del mundo, desde que se murió su primer amor, Pedro Páramo, interpretado por Manuel García-Rulfo, quien después de muchos años, por fin la vuelve a ver y no quiere dejar de observarla sentado desde un equipal, mientras ella, Susana, revive en la cama y con un camisón largo y su cabellera oscura, su historia de amor, en tanto se acaricia todo el cuerpo con ternura y pasión.

El hijo de Pedro Páramo se llama Juan Preciado, en la actuación de Tenoch Huerta, y es el que va en busca de su padre. “Yo también soy hijo de Pedro Páramo”, le contesta el campesino (Noé Hernández) que se encuentra en su camino. Los “flash backs” confunden y hasta aturden, sin embargo, el filme tiene muchos aciertos, los diálogos, el vestuario muy apropiado para la época y de muy buen gusto, realizado por la muy profesional y conocedora de los textiles mexicanos, Anna Terrazas; la música, la fotografía y la ambientación son muy acertadas a la ambientación de Comala, ese pueblo fantasmagórico, resulta muy de a deveras y nos acerca aún más a los personajes.

Antes que nada habría que leer o releer la novela de Rulfo y después ver de nuevo la película y verla otra vez, hasta terminar por escuchar los silencios. Porque como dijo una escritora cubana: “Aprendamos de Rulfo el rol del silencio y celebremos esta otra manera de escribir que es el callado”. Para el director Rodrigo Prieto: “Es México hoy, es muy impresionante cuando lo entendemos, cuando atamos esos cabitos, duele muchísimo, yo diría que es triste, pero también hay algo de esperanza”.

Yo tuve el privilegio de conocer a Juan Rulfo. Guillermo Tovar y de Teresa me lo presentó hace muchos años. En esa época el escritor trabajaba en el Instituto Indigenista, que se encontraba en Avenida Revolución. Recuerdo que, como cualquier burócrata, estaba hasta el fondo de un corredor en un pequeño cubículo. Llegamos a su lugar de trabajo, nos saludó con mucha cortesía y enseguida nos ofreció algo para beber, de un archivero viejo y destartalado sacó dos botellitas de Coca-Cola, las abrió con un viejo destapador que sacó de un cajón. No platicamos mucho porque Rulfo era un hombre de pocas palabras. Parecía como un alma en pena, una persona metida en su mundo, escuchando muchos murmullos. Al despedirme lo hice con un nudo en la garganta a sabiendas de que tal vez ya no lo volvería a ver. Porque como me dijo Enrique, qué habrá pasado con Rulfo después de muerto.

 

ATICO

Habría que leer o releer la novela de Rulfo y después ver de nuevo la película y verla otra vez, hasta terminar por escuchar los silencios.

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