Arte
Por Agencia Reforma
Publicado el martes, 2 de julio del 2024 a las 05:14
Ciudad de México.- Que los mayas prefirieran ofrendar doncellas vírgenes en sacrificio es una idea que a través de la investigación científica comienza a desmitificar.
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Mucha gente creyó, normalizó y hasta cierto punto creó la leyenda alrededor de que tenían que ser mujeres vírgenes”, refiere en entrevista remota el arqueogenetista Rodrigo Barquera (Ciudad de México, 1983).
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Yo no sé de dónde sacan la parte de la virginidad, pero la mente colectiva siempre se va a esa referencia”, refrenda el investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA, por sus siglas en inglés), en Leipzig, Alemania, donde realiza una estancia postdoctoral.
Barquera, académico de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) durante 12 años, es el autor principal de una publicación en Nature que ha dado la vuelta al mundo por revelar que los restos óseos de 64 menores sacrificados, descubiertos en la cueva adyacente a un chultún -depósito subterráneo de agua dulce- en la zona arqueológica de Chichén Itzá, corresponden únicamente a varones (REFORMA, 12/06/2024).
Esto sólo podía corroborarse por medio del análisis genético de dicho material óseo, de niños de entre 3 y 6 años, pues con la mera observación es imposible determinarlo debido a que “las diferencias que se deben al sexo biológico aún no son evidentes antes de la madurez sexual”, precisa Barquera.
En cambio, con el ADN ya puedo ver los cromosomas, y exactamente saber cuál es la asignación sexual para cada individuo. Como esto no se había hecho hasta ahora, pues no teníamos idea de cómo estaba distribuido el entierro, si eran del mismo sexo, si eran todos varones, todas mujeres, o mitad y mitad, sin ningún tipo de sesgo. No había forma de saberlo.
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Ahora que ya tenemos el resultado duro y podemos decir: ‘Sí, eran todos varones’”, subraya el especialista. “Y esto, obviamente, cambia toda la interpretación del entierro”.
El hecho de que se trate únicamente de hombres resultó, de inicio, increíble. Y daba respuesta a una de las inquietudes originales de Barquera y la antropóloga física Oana del Castillo, coautora del artículo e investigadora a cargo de la colección de huesos hallados en la primavera de 1967, y conservados desde 1980 en el Centro INAH Yucatán.
Acaso más sorprendente aún fue descubrir, también gracias a la aproximación genómica, no sólo que muchos de los niños inmolados entre los años 800 y 1000 estaban emparentados entre sí en diferentes grados, sino que entre ellos había dos pares de gemelos idénticos. Algo que hasta ahora no había sido reportado ni descrito, y que contribuye a un nuevo entendimiento sobre los rituales religiosos de los antiguos mayas.
Nueve años transcurrieron entre el inicio del papeleo ante el INAH para solicitar el préstamo y llevar a analizar a Alemania este alijo de restos óseos, y la publicación de los resultados de tal estudio.
Cómo lo lograron?A la pregunta sobre por qué no se había hecho un trabajo así antes, Barquera cuenta que hace apenas una década era imposible imaginar que pudiera recuperarse ADN de un contexto como el de Chichén Itzá, y además en las cantidades necesarias para ser estudiado.
El problema de un sitio tropical como la ciudad maya enclavada en la Península de Yucatán es que la preservación del material óseo suele ser muy limitada dadas las condiciones del entorno; “es como si uno tratara de hacer recuperación de una figura de yeso en lodo solidificado”, ilustra el arqueogenetista.
Es una textura y una preservación mínima; muchas veces ni siquiera puedo recuperar el hueso entero, sino que queda hecho polvo o una masa blanca. Y en esta masa, en este polvo, pues ya no hay nada de ADN, prácticamente, entonces no se puede analizar”, añade.
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