“El 14 de noviembre de 1927 todos los diarios del país publicaban en la primera plana la noticia más importante: “Ayer, domingo 13 de noviembre, el candidato a la presidencia, Sr. Gral. Álvaro Obregón, sufrió un atentado”. Efectivamente, cuando El Manco de Celaya, en compañía de varios amigos se dirigía a la corrida de toros, al pasar por el bosque de Chapultepec, su Cadillac, fue acometido por otro automóvil del que le arrojaron varias bombas de confección casera y una serie de disparos de pistolas. De los cuatro que tripulaban el automóvil agresor, uno fue herido y murió en el hospital Juárez; dos fueron aprehendidos días después y fusilados, sin juicio previo, el día 23. El chofer del auto agresor, José González, pudo huir, murió tranquilamente años después, lleno de años, de recuerdos y añoranzas. Nunca se arrepintió de haber intentado matar a Obregón y, como muchos mexicanos de su tiempo, admiró a José de León Toral, el tímido dibujante que eliminó a quemarropa al gran general de la revolución.
Don José y sus compañeros del atentado siempre pensaron que liquidar a Obregón era una “acción de guerra” para terminar con todas las barbaridades de la guerra cristera. El atentado contra Obregón no fue el único intento magnicida de nuestra historia: Sin contar el asesinato de Colosio, por lo menos hubo otros dos muy memorables: los que sufrieron el Nopalito Ortiz Rubio y don Manuel Ávila Camacho y por supuesto el otro atentado en que José de León Toral victimó al sonorense mayor. Al ingeniero y general Pascual Ortiz Rubio le fue muy mal el día de su toma de posesión, el 5 de febrero de 1930, cuando se retiraba del Palacio Nacional, Daniel Flores le hizo varios disparos y el presidente tuvo sus primeros acuerdos con su gabinete luciendo un impresionante vendaje en la cara. El agresor Daniel Flores amanecería muerto meses después en su celda de la prisión. Catorce años después, el 10 de abril de 1944, el presidente don Manuel Ávila Camacho, también en el Palacio Nacional, fue agredido por el teniente Antonio de la Lama Rojas.
Don Manuel usaba un chaleco blindado que le salvó la vida, y, con mucha calma se arrojó sobre el agresor y lo llevó a su despacho para hablar con él: Se quejaba de los bajos salarios y condiciones precarias en que vivían los oficiales de menor rango en el ejército. Al llevarlo a los separos de la policía para internarlo, un grupo de pistoleros, a las órdenes de Maximino Ávila Camacho, se apoderaron del prisionero y lo mataron; aunque alguna versión asegura que fue el propio hermano incómodo de don Manuel quien lo asesinó. Obregón, presidente electo, fue asesinado. Madero fue asesinado también, aunque técnicamente ya no era presidente. Venustiano Carranza, asesinado, aunque legalmente no era ya presidente, porque, intentó cambiar la sede del Ejecutivo sin permiso del Senado y la historia…la historia todavía se está escribiendo.” (Extracto de un artículo de Jesús Gómez Fregoso, historiador y académico de la Universidad de Guadalajara. V.pág.23 del periódico Público del 14 de noviembre de 2003)
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