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Agencia Reforma
Publicado el martes, 21 de febrero del 2023 a las 14:46
Ciudad de México.- Coyolxauhqui: El astro, la diosa, el hallazgo, exposición que conmemora los 45 años del descubrimiento de la monumental escultura mexica, conduce al visitante por un recorrido cósmico.
La diosa lunar esculpida en el monolito de ocho toneladas proviene de un universo nocturno, que se despliega ante el espectador en el Museo del Templo Mayor (MTM) y muestra sus asociaciones con la feminidad, la fertilidad, lo acuático y la oscuridad: un mundo pretérito, previo al mundo contemporáneo, destaca en entrevista Patricia Ledesma, directora del recinto que alberga la muestra, y curadora también de la misma junto con el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma y Judith Alva Sánchez.
“A 45 años del descubrimiento de Coyolxauhqui, un hito no sólo para la arqueología, sino también para la Ciudad de México, quisimos hacer en parte un homenaje, por supuesto, a toda la gente que ha trabajado aquí, pero también hablar del concepto de la Luna, porque es el centro del mito del cual forma parte esta escultura, y decidimos hablar del simbolismo que tiene ésta”, detalla.
Ledesma se refiere al mito mexica según el cual Coatlicue, deidad de la Tierra, barría en el cerro de Coatepec (montaña de la Serpiente) cuando encontró un ovillo de plumas que guardó en su seno antes de quedar preñada. Ofendida, su hija Coyolxauhqui, diosa lunar, junto con sus 400 hermanos -las estrellas-, se dispusieron a matarla.
Huitzilopochtli, divinidad solar, apresuró su nacimiento para defender a su madre y llegó al mundo provisto de armas para pelear con su hermana, quien, derrotada, cayó desde la cima, despedazándose.
Este mito se reprodujo en el Templo Mayor, que alude al cerro; en la parte superior de éste se colocó el adoratorio del Dios del Sol y de la Guerra, mientras que la inferior -de los vencidos- se reservó para la Coyolxauhqui.
Tras presentar el mundo nocturno al que pertenece Coyolxauqui, se exhibe por primera vez el conjunto de ofrendas que la acompañaban al momento de su descubrimiento, en 1978.
Suman 158 las piezas arqueológicas reunidas de materiales como piedra, cerámica, hueso y copal, así como restos óseos humanos, provenientes de los primeros trabajos de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, así como de las siguientes temporadas de excavación del Proyecto Templo Mayor (PTM), incluidos los más recientes.
Entre los hallazgos más próximos, Ledesma destaca cinco piezas de oro excavadas hace un par de años por el PTM, dirigido por Leonardo López Luján, relacionadas con la diosa, como sus aretes, sus cascabeles o la nariguera.
Coyolxauqui, refiere Ledesma, significa en náhuatl “la que se ornamenta las mejillas con cascabeles”.
“Será la primera vez que las presentemos en México y es muy importante, primero porque piezas de oro hay muy pocas en el Templo Mayor, y segundo, porque son objetos claramente relacionados con la diosa”, puntualiza.
La exposición, que rememora el descubrimiento un 21 de febrero de 1978 y el proyecto arqueológico que detonó, culmina con las concepciones de la madrugada y del amanecer en la cosmovisión mexica.
“Porque de eso se trata el mito, de por qué y cómo nace el sol”.
Ledesma subraya la presentación, también por primera ocasión, de restos infantiles ataviados como el dios Huitzilopochtli y la excepcionalidad de los mismos.
“Representaciones de Huitzilopochtli las podemos contar con los dedos de las manos, son muy poquitas, porque era un dios muy tardío y exclusivo de Tenochtitlan; nada más hay una, bien documentada, en el museo Quai Branly, y estas otras representaciones que Leonardo López Luján encontró junto con su equipo en el proyecto arqueológico.
“En esa época”, explica, “se pensaba que un dios podía tomar posesión de un cuerpo, y esos personajes eran entonces la representación viva del dios”.
La muestra, abierta al público del 22 de febrero al 4 de junio, incluye una maqueta en gran formato del Recinto Sagrado de Tenochtitlan, para poder entender de mejor manera el mito del nacimiento de Huitzilopochtli, dios patrono de los mexicas y la derrota de su hermana Coyolxauhqui.
Sobre esta maqueta se proyectará una iluminación artística, basada en la traducción del mito realizada por Alfredo López Austin y narrado exprofeso por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma.
Estarán disponibles las versiones en francés e inglés, narradas por Guilhem Olivier y Debra Nagao, respectivamente.
El descubrimiento de Coyolxauhqui en 1978 no solo transformó la fisonomía del Centro Histórico de la Ciudad de México, sino que demostró, también, que la civilización mexica no fue arrasada, como se pensaba entonces, reflexionó Ledesma.
“Muchos pensaban que el Templo Mayor estaba abajo de Catedral o muy cerca de ahí, y no fue sino hasta que se encontró la escultura de Coyolxauhqu que los arqueólogos pudieron determinar que ahí estaba el Templo Mayor. Gracias a esta escultura, el arqueólogo Eduardo Martos tuvo la oportunidad de presentar un proyecto arqueológico para ir excavando toda esta sección y develar lo que él pensaba que era el Templo Mayor y que efectivamente fue”.
Trajo entonces la diosa lunar sorpresa y emoción a un País que se reencontró con su pasado, añade Ledesma.
“Porque nos demostraba que no todo estaba perdido, no todo se destruyó en 1521, sino que podríamos recuperar parte de ese pasado que pensábamos perdido para siempre”.
El relieve de la diosa Coyolxauhqui ostentó hace más de 500 años cinco colores de origen mineral y vegetal (ocre, rojo, azul, negro y blanco), los mismos que se han descubierto en las pinturas murales, las esculturas y diversos objetos mexicas.
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