Nacional
Por Sipse
Publicado el jueves, 8 de diciembre del 2011 a las 20:28
Mérida, Yuc.- Recientemente conmemoramos el 111 aniversario de la Revolución en nuestro país y bien valdría la pena rememorar un dramático episodio que se registró en Yucatán durante esos agitados años de principios del siglo pasado. Nos referimos al milagroso caso del “Fusilado de Halachó”, uno de los capítulos más sensacionales de esa lucha armada que bañó de sangre todo el país y que costó la vida de más de un millón de mexicanos.
Es la curiosa historia de Wenceslao Moguel Herrera, quizá el único hombre en el planeta que haya sobrevivido a un fusilamiento y al posterior tiro de gracia. Un suceso inédito que incluso está recopilado por la enciclopedia “Aunque Ud. no lo crea” (Believe it or not!), de Robert L. Ripley, como un hecho extraordinario.
Pero para narrar este extraño episodio de la historia de nuestro Estado, ocurrido en el ya lejano 1915, habrá que remontarse a unos años atrás para poner en antecedentes a nuestros lectores y prepararles el escenario.
Fue en Yucatán donde se registró la primera chispa de la Revolución el 25 de junio de 1910 en la ciudad de Valladolid, misma que fue conjurada con el ajusticiamiento de los alzados. Posteriormente, con el levantamiento general en todo el país el 20 de noviembre de ese mismo año inició oficialmente la lucha armada contra la dictadura de Porfirio Díaz y la península yucateca también se vio involucrada en este nuevo movimiento antigubernamental.
Sin embargo, tras las constantes traiciones de los altos mandos que comandaban la lucha revolucionaria, como los asesinatos de Madero y Pino Suárez ordenados por el chacal Victoriano Huerta, así como los crímenes de Pascual Orozco y otros caudillos, la Revolución empezó a tomar distintos caminos y había líderes de diversas ideologías, así como otros que sólo aprovechaban la ocasión de desgobernabilidad que existía en el país. El constitucionalismo que triunfó sobre Victoriano Huerta en agosto de 1914 ocasionó profundos cambios en la sociedad yucateca, sobre todo en la “Casta Divina”, y fue así como en Yucatán mucha gente no estaba de acuerdo a como se querían dirigir los destinos de la República y entonces un grupo de gente, principalmente los hacendados que veían peligrar su patrimonio, se opuso a las medidas de las nuevas autoridades e incluso se habló de una separación de Yucatán con respecto al resto del país.
Esta coyuntura fue capitalizada por el general hidalguense Abel Ortiz de Argumedo, comandante militar de la ciudad de Mérida, que aprovechando que el entonces gobernador Toribio de los Santos lo había enviado a sofocar la rebelión de Temax, en vez de cumplir la orden que recibió y contando con el más amplio estímulo de la oligarquía local se declaró en rebeldía y derrocó al gobernador De los Santos argumentando que éste violaba los principios de la soberanía yucateca el 9 de febrero de 1915.
De los Santos, al recibir la noticia del brote rebelde, consideró que no tenía los elementos militares para enfrentar la asonada y decidió abandonar la plaza , dejándola a merced de los sediciosos . Así, el coronel Ortiz se autoproclamó gobernador del Estado.
Esto era inaceptable para el centro, que enseguida envió tropas bien armadas para controlar a los “separatistas”. Entonces Venustiano Carranza, a la sazón jefe máximo del Ejército Constitucionalista, encomendó al general sinaloense Salvador Alvarado aplastar la rebelión.
Mientras tanto, en Yucatán Ortiz de Argumedo, que era casado con una yucateca de sociedad, se preparaba para repeler a las tropas de Alvarado, pero no contaba con un buen ejército ni armamento adecuado. Como pudo reunió una improvisada fuerza de unos 4 mil hombres.
Por el contrario, Alvarado tenía una tropa bien entrenada, con experiencia en batalla, contaba con numerosa caballería y artillería pesada e incluso dos aviones.
El primer encuentro militar se registró en la hacienda “Pocboc”, en Campeche, el 14 de marzo, donde los alvaradistas prácticamente corretearon a los argumedistas, que se fueron a replegar a otra hacienda campechana, “Blanca Flor”, donde también estos últimos fueron derrotados al día siguiente, siendo la batalla definitiva el día 16, en los alrededores de Halachó, donde el grupo de jóvenes yucatecos, casi todos adolescentes que jamás habían agarrado un fusil, ya que muchos de estos “soldados” sólo tenían 16 ó 17 años, mostrando su inexperiencia durante las hostilidades.
Entre ellos estaba el héroe de esta historia, Wenceslao Moguel Herrera, que se había unido a los rebeldes sin plena convicción, más bien llevado por sus ímpetus de juventud y su yucatequismo por defender la patria chica ante los mandatos centralistas, muy a menudo impositivos hacia con la provincia. Además, en aquel entonces la influyente “Revista de Mérida”, al servicio de la “Casta Divina”, hacía publicaciones falsas y alarmistas, informando que Alvarado, en su camino hacia Mérida, venía incendiando todas las haciendas a su paso, matando a ancianos, mujeres y niños. Todo esto influyó en Wenceslao para unirse a los rebeldes. La batalla fue muy desigual, pues los inexpertos mozalbetes convertidos de la noche a la mañana en soldados, mal armados, con antiguos fusiles cuyos cartuchos en ocasiones no eran del mismo calibre, unidos a los militares de la original tropa de Ortiz de Argumedo, fueron presa fácil de las experimentadas fuerzas de Alvarado, compuestas de unos 7 mil soldados bien pertrechados, con modernas armas, incluyendo ametralladoras. Se combatió de 7 de la mañana a 5 de la tarde, cuando los rebeldes terminaron claudicando. Hubo cerca de 450 muertos por el bando derrotado, además de 622 prisioneros.
Todavía quedaba en pie de lucha la brigada “Comercio”, integrada por adolescentes yucatecos entre los que estaba Wenceslao y comandada por Jacinto Brito. Esta fuerza fue rápidamente sometida en los alrededores de la estación del tren “San José” y tras un juicio conjunto sumarísimo, que no tardó ni media hora, los generales Toribio de los Santos y Heriberto Jara ordenaron al coronel Millán que fusilara a los estudiantes y a otros los colgara de un roble en los patios de la estación.
De este modo fueron pasados por las armas ante un pelotón de 9 federales 40 de esos mozalbetes del grupo contrarrevolucionario, entre ellos Julio Molina Font y los hermanos Aurelio y Adolfo Gamboa. Hasta que llegó una contraorden del Gral. Alvarado para que se suspendieran los ajusticiamientos, y se dice que uno de los jóvenes que se salvaron de morir, Arturo Erosa Casares (o Cáceres), por el estrés que vivió esos momentos en los que estuvo a punto de ser pasado por las armas, se le encaneció el cabello ese mismo día.
Pero en el último grupo de los fusilados estaba precisamente Moguel, y aquí es donde comienza esta milagrosa historia. Wenceslao recibió tres disparos de la descarga de los fusileros. Uno le pegó en el costado derecho, sin interesar órganos vitales; otro hizo impacto en su brazo derecho, y el tercero, en su muslo izquierdo. Ninguno de los balazos fue mortal, pero suficientes para que el joven halachoense cayera como muerto entre sus demás compañeros de desgracia. Enseguida, el coronel Millán, pistola en mano, ejecutó el tiro de gracia a cada uno de los caídos, pero de nueva cuenta la providencia salvó a Moguel, ya que el disparo no dio en su sien, sino que la atravesó parte de la quijada, saliendo el proyectil del lado izquierdo, destrozándole el maxilar inferior. Como fueron los últimos en ser fusilados esa tarde cuando llegó la contraorden de que se suspendieran las ejecuciones, los cuerpos fueron dejados ahí tirados. Wenceslao, quien había perdido el conocimiento por la sangre derramada por sus cuatro heridas de bala, volvió en sí, encontrándose macabramente entre una pila de cadáveres de sus compañeros de batalla. Como pudo, el moribundo hizo un esfuerzo sobrehumano, y entre el dolor de sus heridas se fue arrastrando poco a poco y lentamente hasta llegar a un caserío, donde ya de madrugada tocó a las puertas. Una mestiza le abrió y gran susto se llevó la mujer al ver al desangrante individuo en la entrada de la choza. Tras reponerse de la desagradable sorpresa por el dantesco cuadro que presenciaba, la buena señora auxilió al desfalleciente Wenceslao. A escondidas fue por el médico del lugar, quien haciendo milagros logró contener las hemorragias que el combatiente sufría y lo condujo luego a Mérida, donde un cirujano logró reconstruirle, dentro de lo que entonces se podía hacer, la mandíbula destrozada.
Pasaron los años, terminó la Revolución y el milagroso episodio que viviera Wenceslao Moguel Herrera empezó a circular en todo Yucatán, en todo México y fue tal su trascendencia que llegó a nivel internacional. Tan es así, que en 1930, Robert L. Ripley, creador de la enciclopedia de lo insólito y lo increíble Aunque Ud. no lo crea se interesó tanto en este hecho que invitó al “Fusilado de Halachó” a ir con todos los gastos pagados al “Museo de Ripley”, ubicado en Cleveland, Ohio, donde el mismo Ripley lo entrevistó para la cadena NBC como el único caso de un hombre que haya sobrevivido tras ser fusilado y recibido hasta el tiro de gracia.
En esta entrevista, Wenceslao Moguel, quien heredó de sus padres la hacienda “San Gerónimo”, de la comisaría de Dzidzibachi, de Halachó, manifestó que en esa batalla del 16 de marzo de 1915 ellos se enfrentaron a un ejército bien armado de Salvador Alvarado, y que durante la refriega sólo la valentía y el pundonor los mantuvo en pie de lucha, ya que sus armas, antiguas escopetas de un solo tiro, usadas durante la “Guerra de Castas” (1847-1901), en ocasiones con cartuchos que no correspondían al calibre del arma, no podían hacer frente ante los modernos fusiles “Mauser”, dotados de filosas bayonetas, así como ametralladoras de tripié, granadas, cañones, etc., de las fuerzas federales.
Contó que cuando se le colocó en el paredón para ser fusilado, se encomendó a Dios, consciente de que su vida ahí terminaba. Cuando recibió la descarga y cayó, estaba aturdido y no sabía si se hallaba vivo o muerto. Al recibir el tiro de gracia se desmayó, pero horas más tarde, ya en la obscuridad de la noche, cuando despertó de la “muerte”, no sabía dónde se encontraba. De momento, confesó, creyó estar en el infierno, junto a tanto cadáver a su alrededor, pero cuando se dio cuenta de la realidad, dio gracias al Señor de estar aún con vida. Como zombie se arrastró hasta una choza donde una buena mujer lo ayudó, como narramos líneas antes.
Don Wenceslao Moguel Herrera, quien falleciera en los años 70 (según datos que amablemente nos proporcionó el maestro Jorge Canché Escamilla, catedrático de la Facultad de Economía de la Uady y oriundo de Halachó) y que también fue presentado en el programa “Hoy Domingo”, conducido por el periodista Jacobo Zabludovsky, se convirtió en parte del folklore de la Mérida de mediados del siglo XX.
Era un milagro viviente, un hombre que había “resucitado”, que se había librado de una muerte segura, que se casó y tuvo hijos, y que ahora caminaba como todo un personaje en las calles de la capital yucateca, donde los que sabían de su increíble historia sólo decían: “Ahí va el fusilado”…
Es así como nació la leyenda de “El Fusilado de Halachó”…
Reacción de los hacendados
Batalla desigual
Despierta entre cadáveres
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