Durante la Primera Guerra Mundial, París era recorrido por personas a las que les faltaba una pierna o la nariz. Proust se asombraba de que ante tamañas desgracias la gente se quejara de tener gripe. La humanidad no ha cambiado desde entonces.
La invasión de Ucrania, el genocidio en Gaza, las amenazas imperiales de Trump, el apoyo a la ultraderecha internacional de Elon Musk, el terrorismo de ISIS, la Constitución que cambia cada 15 horas, la elección de la peor candidata para la CNDH y el fentanilo, cuya fuente es tan ilocalizable como la de la eterna juventud, no impiden que nos afecten cosas menores.
Hay una causa para esto: las minucias definen secretamente nuestra vida. Cuando alguien de tu familia se niega a prestarte el cortaúñas, la sociedad está en peligro. Contaré una parábola navideña, basada en la “majestad de lo mínimo”, como diría López Velarde.
El 24 comemos cosas inusuales (pavo, romeritos, bacalao, turrones) para indicar que el momento es grandioso. En realidad, el ágape tiene un sentido de penitencia: cuesta mucho trabajo hacerlo y nos gusta poco.
El menú se complementa con la bondad de los invitados, que llega en forma de ponche, tejocotes caramelizados, peladillas, vino con clavo y otras rarezas que tampoco consumimos el resto del año. Como todos los relatos hipotéticos, este se basa en la realidad, pero la disfraza un poco.
Mi amigo Jerónimo tiene una relación adictiva con una chocolatería que le queda cerca. No es difícil entender esta preferencia. En una ciudad intransitable, donde los viajeros ya flotan en cablebús, cualquier sitio próximo parece genial.
Salvo que se padezca alguna alergia, el chocolate es bien recibido, incluso por alguien que lo tiene todo, y Jerónimo decidió demostrar su afecto con este regalo comodín. El problema es que los chocolates de su barrio son tan malos que un día supo lo que sus amigos pensaban de ellos (y por extensión, de él).
Pero el carácter de Jerónimo es obstinado. Volvió a la chocolatería como un minero que busca oro en una dura materia. Así dio con las gomitas. En un negocio ajeno al gusto, una charola condensaba translúcidas maravillas del sabor. ¿De qué recóndito convento venían esas plegarias con azúcar? El dueño se negó a decirlo, perfeccionando el misterio de la golosina.
Las gomitas carecen de prestigio social; sin embargo, al probar esa variante, la gente se deshace en elogios. Como la cena de Navidad se define por el exceso, el 24 Jerónimo llegó con cinco grandes bolsas de gomitas, y no las perdió de vista: mientras los demás criticaban pésimas series de televisión, él vigilaba su bastimento.
La dueña de casa era su cuñada. Al día siguiente, ella se encontró ante un caos en el que sobraban huesos de pavo y cuatro bolsas de gomitas. Se deshizo de ellas en las reuniones de temporada. Sabía que no es bueno regalar lo que te dieron, pero fue a lugares donde no conocen a Jerónimo.
El problema ocurrió en vísperas de la cena de Año Nuevo. Él llamó para decirle: “Vi que sobraron gomitas: ¿las llevas mañana?”. Jerónimo ya no era el propietario legítimo de esos dulces y hacía algo peor que regalar un regalo: pedir que lo devuelvan. Una grieta se abrió en la familia y la cuñada no supo qué decir. Su esposo, que conoce a Jerónimo de toda la vida, dijo para calmarla: “Mi hermano es un demente”.
El 31, antes de llegar a las uvas, Jerónimo deslizó la pregunta fatal: “¿Trajiste gomitas?”. La cuñada tuvo un ataque de pánico y sólo pudo dormir porque tomó un somnífero.
El día de la rosca de Reyes la tensión era tan grande que cada rebanada partía el ánimo. Jerónimo optó por una nueva estrategia, igualmente incómoda: se convirtió en la persona que no hablaba de gomitas. Su calculada manera de evitar el tema ofendió a su cuñada.
No hay duda de que el subempleo ha llegado a la rosca. Antes aparecía un solo muñeco; quien lo encontraba debía ofrecer tamales el Día de la Candelaria. ¿Qué hacer cuando hay seis muñecos? Como Jerónimo odia que las reuniones sean en su casa se apresuró a decir: “Llevo el postre”.
Antes de que pudiera continuar, su cuñada exclamó: “¡Y yo las gomitas!”. Jerónimo la vio como si le arrebatara la patria potestad de sus hijas. El mundo depende del orden secreto de las cosas. En las reuniones de diciembre, Jerónimo explicó cómo resolver la crisis de Medio Oriente, pero sembró la discordia con sus bolsas de gomitas.
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