Justamente ayer estaba en la biblioteca, sentada en el sofá, pensando en qué color de papel de china envolvería este año los regalos de Navidad, cuando de pronto miré hacia uno de los anaqueles y mis ojos se toparon con los de un niño, de aproximadamente dos años, cuya fotografía aparecía en el lomo de una obra voluminosa.
Fijé la mirada y leí el título: Vivir para contarla; era nada menos que la autobiografía de Gabriel García Márquez.
Como impulsada por un resorte me incorporé y tomé el libro de tapa dura, lo abrí y cuál no fue mi sorpresa al descubrir, en el ángulo izquierdo, una flor pintada con un tallo larguísimo y leer la dedicatoria: “Para Guadalupe, la flor más allá, GABO, 2003”.
No lo podía creer; tuve ganas de llorar y a gritos agradecerle al Premio Nobel de Literatura esa dedicatoria tan personal y poética.
¿Cómo era posible que no me acordara de tal privilegio, de esa flor de cinco pétalos pintada con su puño y letra? ¿Cómo era posible que tuviera este libro dedicado entre tantos otros de autores y temas que me parecían muy lejanos?
Y, ¿cómo era posible que no recordara el lugar, día y hora, cuando Gabo me lo entregó personalmente? Por más que hago esfuerzos para revivir ese momento, no lo logro. ¿Dónde fue, en la FIL de Guadalajara, en la casa de José Luis Cuevas, en donde llegué a encontrarme al escritor varias veces, en una comida organizada por Elena Poniatowska, en la librería de Rosario Castellanos, dónde diablos me lo dedicó?
Este volumen, se trataba del primero de tres tomos de sus memorias, el cual había vendido un millón de ejemplares. García Márquez, de una familia de once hermanos, muy pobre de Colombia, no publicaba desde 1996, para entonces ya había escrito 17 obras. Como dice en el prólogo de la obra: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Lo que me llena aún más de gusto y que no recordaba fueron los subrayados que hice con mucho cuidado para no ensuciar la espléndida edición realizada en Harrisonburg, Virginia, y publicada por Alfred A. Knopf, a quien se le conoce por su atención a la calidad de la impresión, encuadernación y diseño de los libros, y por su apreciación de la literatura contemporánea.
El primer fragmento que marqué con dos asteriscos fue el siguiente: “Iba a cumplir veintitrés años el mes siguiente, era ya infractor del servicio militar y veterano de dos blenorragias, y me fumaba cada día, sin premoniciones, sesenta cigarrillos de tabaco bárbaro.
Alternaba mis ocios entre Barranquilla y Cartagena de Indias, en la costa caribe de Colombia, sobreviviendo a cuerpo de rey con lo que me pagaban por mis notas diarias en ‘El Heraldo’, que era casi menos que nada, y dormía lo mejor acompañado posible donde me sorprendiera la noche.
Como si no fuera bastante la incertidumbre sobre mis pretensiones y el caos de mi vida, un grupo de amigos inseparables nos disponíamos a publicar una revista temeraria y sin recursos que Alfonso Fuenmayor planeaba desde hacía tres años. ¿Qué más podía desear?”.
Gabriel García Márquez decía que el mejor oficio del mundo era el de periodista. Por eso en estas memorias se refiere mucho a esos años cuando se iniciaba en el periodismo. “Más por escasez que por gusto me anticipé a la moda en veinte años: bigote silvestre, cabellos alborotados, pantalones de vaquero, camisas de flores equívocas y sandalias de peregrino. En la oscuridad de un cine, y sin saber que yo estaba cerca, un amigo de entonces le dijo a alguien: ‘El pobre Gabito es un caso perdido’”.
Líneas abajo en la página siguiente, marqué con otro par de asteriscos: “Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia”.
A lo largo de las 576 páginas que conforman la obra, tengo decenas de asteriscos, parece un libro de astronomía. Ahora que Enrique y yo estamos viendo con mucho interés la primera serie de televisión de ocho capítulos basada en la obra maestra de García Márquez, Cien años de Soledad, releeré con fervor su autobiografía que, como bien dice Tomás Eloy Martínez: “Lo mejor que se puede decir de ‘Vivir para contarla’, es que, de todos los admirables libros de García Márquez, es el que más se le parece”.
Ya grabé en el corazón y con letras mayúsculas su dedicatoria: “Para Guadalupe, la flor más allá”. ¡Vaya privilegio! ¡Gracias, Gabo, por este maravilloso regalo de Navidad!
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