Faltan muy pocos días para Navidad. Para mí, en lo personal, esta es la época más mágica del año: es cuando todo parece posible. Quizás muchas personas no estén de acuerdo. Es cierto que esta temporada, en la que buscamos amor y calidez hogareña (más que en otros momentos), también puede ser muy triste. Pensemos, por ejemplo, en todas aquellas personas que han perdido a un ser querido o que están enfrentando momentos difíciles en sus vidas.
También es cierto que hay personas que se dedican a ver exclusivamente lo malo de estas fechas, como el consumismo (la búsqueda casi frenética de regalos navideños) o la hipocresía de las felicitaciones y los buenos deseos. Si lo pensamos bien, en realidad este tipo de personas actúa igual durante todo el año; sólo que en Navidad esto se amplifica.
Aun siendo consciente de que no todo lo que brilla es oro (y que seguramente hay muchas contradicciones en estas fechas), a mí me encanta la Navidad. Adoro ver las decoraciones y las luces, abrazar y expresar buenos deseos, y preparar detalles pensando en lo que podría gustarles a las personas que quiero. No hago nada por obligación o compromiso. Vivo las fiestas decembrinas desde el corazón, agradeciendo todos los dones y aprendizajes que la vida me ha dado.
Y hablando de regalos: querida persona lectora, ¿ya escribiste tu carta a Santa Claus? Estoy segura de que la gran mayoría de quienes leen estas líneas pensarán que escribir una carta a Santa es algo infantil. Para mí, es parte de la magia navideña: pedirles a niñas y niños que escriban lo que quieren encontrar debajo del árbol es algo extraordinario.
Las personas adultas, en cambio, dejamos de creer en esa magia. Al final, la mayoría de nosotros, si quiere algo material, busca y encuentra la manera de adquirirlo. Pero la verdadera magia navideña no es simplemente tener una lista (escrita o mental) de bienes materiales que deseamos. Esos objetos pueden gustarnos mucho y regalarnos momentos de felicidad.
Sin embargo, creo que la Navidad es el momento ideal para reflexionar de manera profunda, seria y sincera sobre qué tipo de personas queremos ser. Obviamente, no existe un prototipo de persona perfecta; nadie puede ser perfecto. De ser así, dejaríamos de ser humanos. Además, todas las personas somos diferentes.
Aun así, la gran mayoría buscamos serenidad y paz interior. ¿Cómo? Las modalidades y vías pueden ser muy distintas. Para mí, después de muchas enseñanzas y aprendizajes, una de las cosas que más serenidad y paz interior me da es tener la capacidad de tomar decisiones que considero justas. No sólo para mí, sino también para mi entorno, mi familia y mi comunidad. Quizás este no sea el espacio para discernir sobre cuándo una decisión puede considerarse justa o no.
Soy muy consciente de que algo que puede ser justo para mí seguramente será injusto o discriminatorio para alguien más. Lo que cuenta es la intención con la que tomamos decisiones. Si nuestra intención es proteger y garantizar igualdad de trato y derechos para las demás personas, es muy probable que esa decisión sea no sólo justa, sino también correcta. En cambio, si anteponemos nuestros intereses personales, incluso cuando se corre el riesgo de afectar a los demás, esa es una decisión que a mí no me dejaría tranquila.
No, ni siquiera Santa Claus puede ayudarnos a tomar decisiones justas. Se trata de una tarea que nos corresponde única y exclusivamente a cada uno de nosotros. Este es, para mí, uno de los mejores regalos: tomar decisiones que protejan a la comunidad y contribuyan a generar paz y tranquilidad. Porque, a pesar de todo (y especialmente de que no todo el mundo estará de acuerdo y quizá alguien se vea afectado), sabes que es la decisión correcta.
Entonces, querida persona lectora, si todavía no has escrito tu carta de deseos navideños, aún estás a tiempo de hacerlo. Y ojalá incluyas todo lo que te genera paz y serenidad. ¡Que tengas una muy feliz Navidad!
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