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La Mujer del Año

Por Columnista Invitado

Hace 2 dias

POR: JORGE VOLPI

 

Los mejores augurios. Mujer. Científica. De familia judía. Tres novedades en un país machista, poco inclinado a la investigación académica y con frecuencia racista, xenófobo y chauvinista.

A ello habría que sumar el que, a diferencia de tantos militantes de Morena, careciera de antecedentes en el PRI, su larga militancia en la izquierda, sus preocupaciones ecológicas o la relativa independencia que, al menos durante sus primeros tres años en la Ciudad de México, exhibió frente al dogmatismo de López Obrador.

Motivos suficientes para celebrar su llegada al poder. El resultado de las elecciones ratificó la anomalía: una votación histórica, que redujo a la oposición casi a la nada, y un apoyo popular que no se ha desvanecido desde entonces.

Aun así, los tres primeros meses como Presidenta de la Mujer del Año han sido un desastre colosal; acaso de los inicios más preocupantes que haya vivido México desde Zedillo.

Y no porque, como le ocurre a cualquier nuevo Gobierno, haya cometido pifias de principiante o se halle en medio de la natural curva de aprendizaje, sino por desvanecerse dócilmente, por no fijar una sola prioridad propia para su Gobierno y someterse a los postreros caprichos de quien –a estas alturas resulta imposible no reconocerlo– ella continúa viendo como su mentor.

Contra toda lógica, en vez de centrarse en la agenda que prometió en campaña, basada en aliviar la desigualdad –tanto social como de género– en promover políticas ambientales inéditas o en desarrollar una nueva estrategia de seguridad, prefirió dedicarse a poner en marcha las más polémicas y dañinas reformas decididas, en un aberrante acto de machismo político, por su antecesor.

En sólo tres meses, Claudia Sheinbaum culminó la venganza histórica de López Obrador y destruyó lo poco que quedaba del Poder Judicial –y, en esa medida, cualquier posibilidad de que en México haya una justicia eficiente– y eliminó sin cortapisas los órganos diseñados para supervisar la labor del Gobierno: la mayor destrucción institucional operada en un país que de por sí carece de cualquier andamiaje institucional.

Con ello no quiero decir que tanto el Poder Judicial como los organismos autónomos no necesitasen ser reformados –no me he cansado de señalar cómo, en materia penal, en México la impunidad ya era ++absoluta++-, pero las reformas sólo empeorarán la situación.

Eliminar de un plumazo el servicio profesional de carrera y someter al voto directo la elección de ++todos++ los jueces es una de las medidas más absurdas llevadas a cabo por dirigente alguno en cualquier parte del mundo; resulta increíblemente doloroso observar cómo una científica, que se vanagloria de tomar decisiones a partir de los datos, haya validado este costosísimo –en términos presupuestales y humanos– disparate.

Por no hablar de que, para lograrlo, permitiese que sus líderes parlamentarios y sus legisladores exhibieran las más cínicas formas de actuar. Más allá del enredo de la elección misma, la reforma provocará que por años no exista posibilidad alguna de justicia en México.

Entre los jueces que se irán y los que lleguen, el vacío jurídico será inaudito; pasto para una mayor corrupción, así como la intromisión de los partidos y del crimen organizado en el proceso.

Sumada a la opacidad derivada de la eliminación de los órganos autónomos, Sheinbaum ha condenado al país a convertirse en un Estado fallido en materia de justicia; ningún cambio alentador, como el propuesto por García Harfuch, servirá de en este yermo.

Un sinsentido que sólo se ha agravado con el triunfo de Trump en el otro lado de la frontera, la más grave amenaza externa que hemos sufrido en décadas.

Por desgracia, no se vislumbra forma alguna de revertir el colapso. Hay quien aún confía en que en la Mujer del Año resurja la científica donde hoy sólo hemos visto a la sacerdotisa del culto lopezobradorista; por el bien de México, ojalá así sea.

Frente a la pavorosa devastación institucional interna y el peligro radical –y la locura racista y autoritaria– que nos viene de fuera, nuestro único margen de supervivencia se halla en el regreso a la sensatez.

 

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