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El sueño primero

Por Columnista Invitado

Hace 3 dias

Por: Horacio Marchand

 

“Tu peor pecado es haberte destruido y traicionado por nada”.
Fyodor Dostoievski

Puede ser un sueño vago y persistente, uno articulado y por escrito, un anhelo inconsciente o un plan de vida detallado; el caso es que todo lo que existe en el mundo concreto, empieza primero ahí: en la sutileza abstracta y en la intención.

¿Cuál es tu sueño?

Hace algunos años, impartía una clase de MBA en Miami. El primer día le pregunto a mis alumnos: ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué quieren lograr ¿A qué le tiran? ¿Cuál es su sueño? ¿Quién los mandó? ¿Se pagaron ustedes el MBA?

Las preguntas son duras, existenciales y difíciles. Enmudecen. La asignatura es Crecimiento Estratégico y Valor, pero insisto: ¿cuál es su sueño? Callados. Se las pongo más fácil y les digo: describan su visión general de a dónde quieren llegar como personas, qué quieren hacer con su empresa y/o con su carrera profesional.

Cierto, no siempre los sueños se ejecutan tal cual; es más, rara vez ocurre así. Pero el tener una visión general, aunque sea borrosa, permite direccionar la intención y asignar recursos. Como en los emprendimientos de negocios, los arranques empiezan con un sueño o una visión del fundador, que suele ser bastante emocional, incluso, a veces, irracional.

Recuerdo un encuentro que tuve con Michael Dell (el fundador de Dell Technologies). Le pregunté si le llamaron loco al pretender vender computadoras sin el canal de distribución tradicional, y él contestó con una sonrisa: “yes, of course, but I didn’t listen”; agregó que si se la hubiera pasado preguntando, quizá lo hubieran persuadido para no hacerlo. Pareciera que respecto a innovaciones a veces una cabeza piensa mejor que muchas.

Naturalmente que un sueño o una visión es un proceso dinámico. En el hacer, el sueño se estrella con la realidad. O, mejor dicho, el sueño se va afinando. A base de tenacidad, la visión se va haciendo nítida; se ajusta y se replantea.

Los retos y las oportunidades se transforman. Muchos tiran la toalla. Pocos siguen ahí terqueándole, superando obstáculos, improvisando, redefiniéndose, tomando nuevas oportunidades.

Tener y perseguir un sueño también aplica en el colectivo. Por ejemplo, Narendra Modi, Primer Ministro de la India, por tercer periodo consecutivo, promete abiertamente a sus ciudadanos que hará de India una potencia mundial para el año 2047. Increíble su promesa para un pueblo con necesidades apremiantes de corto plazo.

Y ahí la lleva: entre las economías grandes, es la de mayor crecimiento del mundo, su bolsa de valores está en un máximo histórico y los analistas estiman que el PIB indio crecerá entre el 2017 y 2050 a un vertiginoso promedio anual de casi el 5 por ciento. Su foco: infraestructura que catapulte el crecimiento.

Algo parecido hizo Deng Xiaoping, a principios de los 80 en un viraje ideológico y peculiar hacia el capitalismo, llevando a China a romper todos los récords: casi cuatro décadas de crecimiento promedio del 10% anual.

Hoy en día, Trump atrapa al imaginario colectivo e iza la bandera nacionalista del poderío norteamericano, mientras que el sueño de Europa languidece.

El francés Pascal Lamy recién declaró en un foro continental que “el problema de los europeos es que no tienen sueños y miedos comunes”, y que éstos son los verdaderos tejidos de una dimensión y geopolítica unitaria. Fascinante.

Cuesta lo mismo soñar en pequeño que en grande. Nada puede ocurrir si no lo imaginamos como posible o si no lo incorporamos en una narrativa personal; jamás podremos verlo, mucho menos construirlo, aunque la oportunidad nos golpee en la cabeza.

Es relativamente fácil vencerse ante la vida y caer en la inercia cotidiana. Es que soñar en serio tiene una potente implicación: parece imponernos una meta que puede resultar incómoda frente a la comodidad de “flotar de muertito”.

El potencial está ahí. Lo sutil precede a lo concreto, la imaginación al esfuerzo, el sueño a la potencia.

Año nuevo, sueño nuevo. O año nuevo, viejo sueño renovado y en turbo.

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