Seguridad
Por Agencia Reforma
Publicado el martes, 3 de diciembre del 2024 a las 11:12
Monterrey, NL.- La casa tenía años de estar abandonada, sin puertas ni ventanas, y con un viejo colchón en el patio donde jóvenes de la cuadra se pasaban las tardes, en Santa Catarina.
Hace 26 años, esa vivienda sola y descuidada, ubicada en el número 513 de la calle Cempoala, en la Colonia Fama 2, fue conocida a nivel nacional cuando dos muchachos rompieron una pared de lo que era la sala.
Ellos recordaban que un adolescente, quien años antes vivió ahí, solía volver a la casa ya abandonada y se pasaba largos ratos mirando de frente a la pared.
La curiosidad llevó a los jóvenes a entrar en la vivienda con una barra de acero y romper a golpes los bloques en aquel cuarto, esperando encontrar algo de valor, quizás un tesoro.
Tras abrir un hoyo en la pared, vieron empotrada una maleta que primero los emocionó, ante la posibilidad de haber encontrado dinero o algún objeto valioso. Pero de la alegría pronto se esfumó y se transformó en horror.
Lo que hallaron dentro de la maleta fueron los restos de una niña.
Aunque ya pasaron más de dos décadas del hallazgo macabro, en la colonia todavía no olvidan lo sucedido. Sobre todo, aún recuerdan a la niña que de pronto desapareció, hasta que los jóvenes la encontraron: era la pequeña Arianna, de 4 años.
Hacia finales de los años ochenta, la niña vivía allí con su mamá Sara Ramírez Cano y con su hermano Javier, de 8 años.
Era evidente que los hermanitos sufrían maltratos por parte de su madre, recuerdan los vecinos.
“Cuando la niña tendría un año y medio”, relata Claudia Solís, quien todavía vive por esa calle y que conoció a Sara, “mi mamá encontró a Arianna amarrada con un mecate en el cuello al protector de la ventana y se la trajo a la casa y la bañó.
“Sara se entera de que aquí estaba la niña y le reclama a mi mamá”.
En otra ocasión, recuerda, atestiguó el miedo que Javi le tenía a su propia madre.
“En una ocasión estábamos allá afuera de la casa, mi hermano, yo y Javi”, menciona la vecina, “y venía Sara y Javi la vio y se impactó, a ella no le gustaba que estuviera afuera, y lo metía y lo regañaba”.
Para 1989, los vecinos dejaron de ver a la niña. Sara, reservada, sólo decía que Arianna estaba en Guanajuato con su papá.
Después, hacia 1991, la mujer abandonó la casa y se fue a vivir a San Pedro junto con su hijo Javi.
Nadie podía suponer siquiera que la madre había ocultado el cuerpo de su hija en una maleta, que luego incrustó en una pared de la sala y la cubrió con concreto.
Los años pasaron y, durante la década de los noventa, Javi solía regresar a la casa abandonada.
Ya no era el niño de 8 años que jugaba en la cuadra cuando no lo veía su mamá, sino un adolescente que misteriosamente volvía, sin compartir la razón.
Se paraba frente a una pared un rato y luego se iba.
En el barrio se contaban historias, como que quizá había un tesoro escondido.
El 30 de noviembre de 1998, Eloy Pablo, de 15 años, y Sergio Marcos, de 20, usaron una barra metálica para hacer un boquete en la pared y encontraron la maleta. Al abrirla, hallaron unos huesos y pensaron serían de un mapache que Javi había tenido como mascota.
Al continuar hurgando hallaron el cráneo y el esqueleto de una persona pequeña.
Era la niña Arianna, a quien dejaron de ver cuando tenía 4 años.
El caso rápidamente atrajo la atención de las autoridades, y la noticia de que una mujer había matado a su niña y la había “emparedado” estremeció a Monterrey.
Sara fue detenida y enjuiciada. Aunque siempre buscó excusas, en el 2001 recibió una sentencia de 37 años de prisión por el crimen de su hija.
Sin embargo, en diciembre del 2019 recibió el beneficio de la libertad condicionada y salió del penal.
A 26 años de haberse descubierto el misterio, vecinos de la calle Cempoala aseguran haber quedado con una huella imborrable.
Diego, quien vivió en esta calle y conoce a Eloy, a Marcos y hasta a Javi -porque convivió con ellos cuando eran menores- destacó que sus antiguos vecinos quedaron marcados.
“Si les afectó bastante”, asegura, “Eloy un día me escribió y sí me dijo que ya no quería tener contacto, él sí quedó más afectado. Hace años lo vimos, salió el tema y nos platicó, pero sí nos dijo así como que le quedó el susto.
“Y Marcos ya no sé, él era más grande, después de ese caso nunca volvimos a platicar”.
Diego ya no vive en la calle Cempoala, pero regresa a visitar a su mamá, y siempre se acuerdan de los hechos que los estremecieron.
Hoy en día Diego mantiene contacto con Javi a través de las redes sociales, pero jamás ha comentado nada.
“Mensajeamos, nos damos algunos likes”, señala, “la última vez que lo vi fue hace como tres años, pero no sacamos el tema. Sé que se casó, tiene hijos, vemos las fotos y todo muy normal”.
Sin embargo, a él y a muchos vecinos, todavía les entristece el caso.
“Nos queda la tristeza, porque era una bebé, era la hermana de un amigo, de un vecino y nunca lo esperas”, dice.
“No sabemos qué le pasó, tal vez se cayó o tal vez algún mal golpe, pero el detalle de esconder un cuerpo y saber que era tu hija ¡qué clase de persona puede hacer eso!”.
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