Este recurso renovable se produce en biodigestores, dispositivos que transforman desechos como estiércol, restos alimenticios y residuos agrícolas en energía útil.
El proceso incluye etapas que convierten compuestos complejos en moléculas más simples, ácidos grasos y, finalmente, metano.
El gas generado puede ser utilizado para producir electricidad, calefacción o como combustible vehicular tras su purificación. Además, el residuo sólido resultante, conocido como digestato, se emplea como fertilizante orgánico.
En México, según la Asociación Mexicana de Biomasa y Biogás, existe un potencial para generar hasta cinco millones de metros cúbicos diarios de hidrógeno verde y siete mil megavatios de energía en zonas con alta disponibilidad de residuos orgánicos.
Pese al potencial, el desarrollo de esta tecnología enfrenta retos en infraestructura, costos iniciales y conocimiento limitado en algunas comunidades.
Los biodigestores tienen mayor impacto en granjas pecuarias, la agricultura y pequeños productores del campo, donde se financian a través de empresas privadas ante la falta de subsidios e incentivos fiscales.
Estos proyectos han mostrado beneficios económicos y ambientales, al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, minimizar el impacto de los residuos y fomentar modelos energéticos sostenibles.
México tiene una Ley de Reforma Energética que busca asumir un papel más activo en el contexto energético global.
Su objetivo es que, para 2040, el 34 por ciento de la energía que se requiere provenga de fuentes renovables.