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En pie de guerra

Por Columnista Invitado

Hace 8 horas

POR: JORGE VOLPI
 

“Tuvimos una llamada muy cordial con el Presidente electo, Donald Trump, en la que hablamos de la buena relación que habrá entre México y Estados Unidos”. Estas palabras de Claudia Sheinbaum no suenan muy distintas a las que debió pronunciar Neville Chamberlain tras reunirse con Adolf Hitler en Múnich el 30 de septiembre de 1938. Para entonces, el Führer ya había anunciado que incorporaría al Reich el territorio de los Sudetes: un paso obvio antes de lanzarse por el resto de Checoslovaquia y Polonia. El resultado lo conocemos: la guerra más devastadora de la historia y más de seis millones de judíos, gitanos y homosexuales asesinados en campos de concentración.

Las comparaciones con el nazismo resultan siempre odiosas: a unos les parecen exageradas o inútiles para advertir sobre un peligro que no juzgan inminente. Tanto en Estados Unidos como en México -y en particular algunos sectores de la 4T- abundan quienes prefieren rebajar la amenaza. Durante su primer gobierno, advierten, Trump no cumplió la mayor parte de sus promesas más radicales; las instituciones -o la presión pública- moderaron sus ambiciones y le impidieron, por ejemplo, continuar separando a los hijos de sus padres; sus declaraciones contra los migrantes no fueron sino ejercicios retóricos a fin de obtener la victoria, insisten. Otros recuerdan que Obama fue responsable de un mayor número de expulsiones que Trump -como si fuera un consuelo- y los más cínicos añoran la entente cordial que, por las peores razones, López Obrador articuló con él.

No nos engañemos: un Trump atrabiliario e inexperto, que apenas acababa de llegar a la Casa Blanca, que aún no se había apoderado del Partido Republicano y no había puesto a prueba los límites de su poder, doblegó por completo a AMLO -y de paso a Marcelo Ebrard- y a partir de entonces, el Gobierno mexicano no sólo abandonó su agenda migratoria -una más de sus incontables traiciones a la izquierda-, sino que aceptó desempeñar el lamentable papel de guardia fronterizo, auspiciando un sinfín de violaciones a los derechos humanos. La mera intención de aumentar los aranceles a los productos mexicanos nos convirtió en el muro que Trump había prometido construir: si ahora ya no habla siquiera de él es porque reconoce que la valla física es asunto menor comparado con la sumisión de México a sus políticas.

“Los inmigrantes envenenan la sangre de nuestro país. Los inmigrantes ilegales van a cortarle el cuello a los estadunidenses comunes en sus propias casas. Los inmigrantes no son civiles. No son humanos, son animales. Es una invasión de nuestro país. Una invasión que quizás ningún país ha visto antes. Vienen por millones. Veinte millones de inmigrantes, muchos de ellos provenientes de cárceles, de prisiones, de asilos mentales. Vamos a devolverlos a los lugares de donde vinieron. Llevaré a cabo la más grande deportación doméstica en la historia de Estados Unidos”.

Las palabras de Trump se hacen eco de las de Hitler, y no podrían ser más ominosas y contundentes. Para quien crea que son sólo eso, baste constatar los nombramientos del equipo que las pondrá en práctica: Marco Rubio en la secretaría de Estado; Stephen Miller -el responsable de la separación de las familias de migrantes- como subdirector de política de la Casa Blanca; Kristi Noem en la secretaría de Seguridad Nacional; Matt Gaetz como fiscal general; y en particular Thomas Homan como zar de la frontera. Una panda de demagogos y fanáticos, no muy distintos de Goebbels, Göring o Himmler. Y con las dos cámaras y la Suprema Corte de su lado.

Ante este escenario -en el que México ocupa el lugar de Checoslovaquia o Polonia-, no cabe el menor optimismo. Tenemos que prepararnos para el mayor desafío exterior que el país ha sufrido en un siglo. Debido a nuestra posición de extrema debilidad, es urgente dejar atrás la oprobiosa división que hoy vivimos -y que Sheinbaum ha terminado por impulsar- y construir un frente común para acoger a todas las víctimas del racismo y la barbarie y para enfrentar, juntos, a quien no sólo es nuestro enemigo, sino de la humanidad.

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