ESTIMADOS Y ESTIMADAS LECTORAS: Deseando que estén teniendo un hermoso domingo familiar lleno de paz y amor en sus hogares.
El tema de hoy, es seguimiento de las heridas emocionales de la infancia que nos impiden tener una relación sana con nuestra pareja, porque no las hemos sanado.
Todo lo que quieres y le exiges a tu pareja sentimental, es todo lo que NO te dieron tus padres en la infancia, esa necesidad no estuvo cubierta, y como ya lo hemos leído en las columnas pasadas (lo pueden leer en internet, en la página de Zócalo Saltillo), cuando las necesidades primarias de un bebé, de un niño, no son cubiertas por sus progenitores, o por quien está a cargo del niño o niña, se hacen heridas desde las leves, hasta las más profundas. Sin dolo, recordemos. Claro, habrá personas que sean maliciosas, pero queremos hablar de esa ignorancia de los padres, de no saber cómo educar en amor, paciencia y satisfacer las necesidades primarias que son:
Mírame, cuídame, escúchame, acaríciame, reconóceme, apóyame, dame, hazme caso, protégeme, tenme en cuenta, ayúdame.
Las figuras paternas y maternas juegan un papel crucial en la formación de cómo percibimos el mundo y las relaciones en nuestra adultez. Es aquí donde las relaciones humanas se entrelazan con historias marcadas por la infancia, un periodo de aprendizaje crucial que deja una huella profunda y duradera en nuestro ser, a menos que se haya sanado, en terapia, o por la propia vida, que ayudó a que se sanara, incluso solo porque se estudió esta herida, porque lo trabajó, a veces sin ser consciente, porque se rodeó de gente amorosa y buena y fue sanado, sin ser consciente, a veces sucede. A veces la vida te da regalos.
Mira hacia adentro, hacia esos primeros años de vida, puede resultar desafiante, pero también esclarecedor y liberador.
En ese período temprano, donde la mente y el corazón son esponjas que absorben sensaciones, emociones y patrones de comportamiento que nos rodean, muchas de estas semillas que fueron plantadas, crecerán fuertes y frondosas, nutriendo nuestro ser en armonía.
Otras, sin embargo, pueden quedar enterradas en el suelo fértil de nuestra psique, esperando ser descubiertas y trastornadas. La necesidad de atención, de cariño, reconocimiento y protección puede derivar de etapas de la niñez en las que estos elementos escasearon. Es comprensible que en la adultez se busque llenar esos vacíos emocionales con el amor y el apoyo de la pareja. Del mismo modo, el miedo al abandono, la búsqueda de seguridad y el deseo de control pueden retomarse a momentos en los que nos sentíamos vulnerables e indefensos.
Es crucial comprender que estas demandas no son defectos, sino señales que nos muestran las áreas en las que aún podemos crecer y sanar. Reconocer estas heridas en ellas con compasión y determinación es un acto de valentía y autenticidad. La terapia y el autoconocimiento son herramientas poderosas que nos permiten trasformar esas heridas en sabiduría y amor propio, construyendo relaciones basadas en la comunicación honesta, el respeto mutuo y la empatía.
Recordar que cada ser humano es un universo único e irrepetible, tejido con los hilos de experiencias y memorias que moldean su camino con base en su propia vida, su pasado.
Las experiencias hacia la pareja pueden ser peldaños que nos lleven de regreso al niño o niña interior que anhela ser escuchado, comprendido y amado incondicionalmente.
Las exigencias hacia la pareja pueden revelar capítulos no resueltos de nuestra propia historia, revelándonos dónde y cómo necesitamos crecer y sanar.
Detrás de cada “mírame”, “escúchame” o “protégeme” se esconde el anhelo profundo de ser visto en nuestra autenticidad, de ser escuchado en nuestra vulnerabilidad, de ser protegido en nuestra fragilidad. Estas demandas, lejos de ser caprichos, son llamados del alma que buscan la integración y la plenitud. Debajo de la superficie de las exigencias hacia la pareja yace un universo de emociones no expresadas, heridas no cicatrizadas y necesidades no cubiertas.
La magia de la relación nos invita a explorar estos territorios desconocidos, mirar con valentía debajo de las capas de protección, de esas máscaras que nos fuimos poniendo por cada herida de la infancia, que por años nos hemos puesto hacia los demás, para que no vean nuestra vulnerabilidad, nuestro dolor en el rostro por años. En esta exploración profunda, encontramos tesoros escondidos de autoconocimiento y crecimiento, revelando aspectos de nosotros mismos que necesitan ser abrazados con amor, comprensión y empatía. Esta misma magia de la relación en pareja radica en su capacidad de ser un laboratorio vivo donde experimentamos el arte sagrado de la conexión humana. A través del espejo de nuestra pareja (la pareja es nuestro mayor maestro de vida) vamos reflejando nuestra luz y sombra, nuestras fortalezas y debilidades, nuestros sueños y miedos.
Este reflejo nos desafía a conocernos más profundamente, a abrazar nuestras imperfecciones con amor y a crecer juntos en un viaje de transformación con amor y a crecer juntos en un viaje de transformación continua.
En cada exigencia hacia la pareja se esconde una oportunidad de sanar, de crecer, de evolucionar. Al abrazar a nuestro niño herido, abrazando nuestras heridas de la infancia con compasión y valentía, transformamos la relación con nosotros mismos y con los demás.
Este viaje de autodescubrimiento y crecimiento, descubrimos el poder sanador del amor incondicional, que nos guía hacia la plenitud y la liberación, permitiéndonos ser quienes realmente somos: seres sabios, poderosos, conscientes, y sobre todo, seres llenos de amor. Y recuerden hacer sus chequeos de sus senos cada mes, y hacerse sus ecos mamarios y mastografías de ser necesario. Hay muchas promociones en este mes, Diosito por delante.
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