Dicen que quieren reformar el Poder Judicial para limpiarlo de corrupción. Pero para conseguir los votos en el Congreso, extorsionaron a dos senadores. Despidieron a mil 560 magistrados y jueces en una tómbola en la que se les cayeron las pelotitas y privó el ánimo de chacoteo: el presidente del Senado, en funciones de “niño gritón”, se dijo listo para la Lotería Nacional. Está programado que el INE organice un debate entre las ¡92 personas! que aspirarían a ser ministros de la Suprema Corte y está planteado que la boleta electoral tenga los 92 nombres de los cuales el votante tiene que elegir y transcribir 5.
Está claro. La Reforma Judicial de la dupla AMLO-Sheinbaum tiene una pizca de mafia, otra de chunga, una más de desorganización, otra de caos y una última de exclusión.
En el fondo, el objetivo está muy claro: es un proceso diseñado para que la ciudadanía no participe y la maquinaria electoral de Morena -en el Congreso y en las calles- termine definiendo quiénes son los ministros, quiénes son los magistrados y quiénes son los jueces.
Con el argumento de abrirle las puertas a la democracia, se las están cerrando. El régimen no se está tomando en serio el ejercicio. Porque todos saben que es un laberinto para el que sólo ellos tienen el mapa. Basta ver los gestos de mofa de los legisladores del oficialismo, la chunga permanente en la que convirtieron la importantísima sesión del fin de semana, para descubrir que ellos saben de qué se trata, y lo que toca ahora es hacer la simulación, la pantomima, cumplir con la recta final de un engaño del que son parte porque resultarán ampliamente beneficiados. Por eso se mueren de la risa y ufanan de que Monreal va a tener 300 jueces, Adán Augusto más de 100 (además de los que ya había metido desde Gobernación) y Scherer ya está armando otro grupo.
Pero cargarán también con el estigma. De esta no se salva la doctora Sheinbaum en el juicio de la historia. El primer párrafo de su página en la historia lo está escribiendo con una tómbola a la que se le caen las pelotitas, un presidente del Senado que juguetea con su papel, unas leyes imposibles de cumplir y un régimen que a ojos de todo el mundo democrático está dando pasos hacia el autoritarismo.
Saciamorbos
Viernes de exhibidas. ¿Qué habrá sentido en la soledad de Palenque? ¿Habrá dolido, habrá ardido, habrá enojado? En un mismo día, la presidenta Sheinbaum le pegó una doble exhibida a su antecesor y mentor López Obrador.
Primero, declaró en su mañanera que el embajador de Estados Unidos en México ya no podía hacer lo que hacía en el sexenio de AMLO, de estarle llamando a todos los secretarios de Estado cuando le diera la gana, que ahora todo lo tendría que solicitar en una sola ventanilla, la de la Cancillería, que la relación estaba muy desordenada y había que ordenarla. Vaya golpe al discurso de la soberanía nacional de López Obrador.
Y segundo, se reunió con damnificados en Acapulco. AMLO siempre tuvo miedo. Sheinbaum, en su segunda gira a la zona afectada por el huracán John, se despojó de ese prejuicio. Y le fue muy bien. La recibieron, la rodearon, la abrazaron, le hicieron peticiones. Lo normal. Lo hicieron todos los presidentes antes que AMLO y lo hace la primera que va después. Sólo uno quedó exhibido.
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