Coahuila
Hace 1 mes
Nos cuesta dinero, y no precisamente poco. De 2018 a la fecha se ha embolsado alrededor de 240 millones de pesos en presupuesto de Coahuila con la bandera de ser la vanguardia jurídica del estado (o por lo menos cobran como si lo fueran): un espacio ajeno a los vicios de otros como la Facultad de Jurisprudencia, y particularmente su grilla que históricamente se vive puertas adentro y puertas afuera con influencia en la comunidad.
Ellos, por lo contrario, fueron concebidos diferentes. Únicos. Mejores. Moralmente superiores. Asiduos al erario, la Academia Interamericana de Derechos Humanos (AIDH), nuestro protagonista de la columna, volvió por sus fueros en 2024 y se llevó 33 millones de pesos, recuperando terreno presupuestal perdido años atrás.
Está ubicada en el Campus Arteaga de la Universidad Autónoma de Coahuila y nació como rémora. Integra su estructura y organigrama, sí, no obstante cada partida que se le asigna se maneja por separado, en el articulado del Presupuesto de Egresos anual (el artículo 40, para ser exacto), ajeno a la bolsa global que recibe de la Secretaría de Finanzas la Máxima casa de estudios del estado.
Es independiente aunque no lo es. Un limbo jurídico deliberado para existir sin supervisión. Eso le otorga cierta emancipación de Tesorería General, y atribuciones como la obligatoriedad de que su anualidad “especial y adicional” nunca podrá ser menor a la del ejercicio fiscal previo. “De manera irreductible”, dice textualmente su propia ley. Además, “administrará libremente sus recursos financieros”.
Su matrícula de Licenciatura es tan baja que tranquilamente puede ser absorbida por otras instituciones que impartan Derecho, como la Facultad de Jurisprudencia, ya puestos a la austeridad republicana que reclama el régimen y que requiere como ahorro la UAdeC para cumplir con obligaciones financieras de otra índole.
Para dimensionar, basta la cifra irrisoria de alumnos en su “Licenciatura en Derecho con Perspectiva de Derechos Humanos”. Un total de 33 aspirantes presentaron examen de admisión a la AIDH en 2022, su curso inaugural. La selectividad, por tanto, es inexistente. Y cuestionable la utilidad.
El fenómeno es tendencia mundial en instituciones de educación superior: más que servir de semillero, o abrir a los jóvenes otra alternativa que atienda el número de rechazados por la universidad pública, se convierten en (o nacen como) guarderías ideológicas del pensamiento woke (seudoprogresista). Incuban modas del establishment como si fuesen valores.
Priorizan la envoltura “moderna”, antes que el contenido sólido. Y no, no defienden derechos elementales. Aquí llegamos a un punto interesante: ¿Por qué la Academia Interplanetaria no ha emitido una sola opinión en todo este tiempo sobre la reforma judicial?
En el país hubo foros, protestas estudiantiles, reforma general, tómbola, votación de leyes secundarias y hasta performance de los empleados del Poder Judicial en Saltillo por lo menos media docena de ocasiones. Desde el lunes posterior a la jornada electoral del 2 de junio no se habla de otra cosa (me refiero a la agenda pública y el círculo rojo, pues es notorio y evidente que al pueblo bueno y sabio nada le importa este tema ni ningún otro).
Ellos, sin embargo, no están alzando la voz. Salvo un foro intrascendente, escondido en una sala de la Infoteca Central, sin convocatoria ni trascendencia, no están convocando a debates. No manifiestan su desacuerdo con el despropósito y no señalan la sinrazón. ¿Por qué?
Han de pensar, como aquél poema famoso de Niemöller: “cuando los nazis vinieron, guardé silencio ya que no era judío…”. Pero los nazis guindas poco a poco van arrasando colectivos y territorios, y aún así el elefante morado guarda silencio.
Pese a que su fundador (y prácticamente dueño) es magistrado del Tribunal Superior de Justicia del Estado, es decir, directamente afectado por la reforma (per)judicial (acostumbrado al cabildeo tras bambalinas, la concertacesión y firma de convenios que unen a partes interesadas en algo rimbombante con él como mediador), nunca se mojaron. Mucho menos tomaron partido.
Cortita y al pie
Nadie los extraña ni necesita. Incluso al momento de iniciar la lectura de estas líneas probablemente usted ni siquiera recordaba su existencia. No es como si hubiese sido trascendental su influencia, ni mucho menos necesaria para frenar lo inevitable. Sin embargo si no se posicionan en los asuntos que importan, ¿para qué sirven en realidad?
Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral, ha escrito Dan Brown, a propósito de la obra de Dante.
La coyuntura, en este caso, sirve para exhibirlos. Eludir durante cinco meses el tema de moda (y no sólo es un asunto de tendencia, sino de viabilidad constitucional incluso), los tiene ocupados deliberando en torno a tópicos como “alimentación adecuada y sostenible” (lo que sea que eso signifique). Nadando de muertito mientras órganos autónomos alistan su desaparición como el INAI y otros que –a juzgar por algunos– son sólo reductos de presupuesto.
La última y nos vamos
La coartada es sencilla: si existe la Comisión, con sede en Washington, por qué no una Academia que iguale sus apellidos: Interamericana de Derechos Humanos, en un paraje de Arteaga. Aunque nada les vincule ni tengan algo en común, más allá del redituable negocio “derechohumanero”.
El sexenio estatal de los derechos humanos como coartada terminó en 2017, y su sucedáneo en 2023. Acabó entonces la función desempeñada en esa época, como colaboracionista en el lavado de imagen, particularmente al repartir atole con el dedo cada sábado a los familiares de personas desaparecidas en la entidad.
No obstante su nula actuación en la coyuntura legal más importante de los últimos 100 años tendría consecuencias en una democracia funcional: renovación total de su dirección y plantilla, o extinción. No hay más.
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