En la semana que termina tuve la fortuna de ser invitada a impartir un taller de lectura dentro de las actividades de la Feria del Libro del ITR de Piedras Negras. La experiencia fue altamente gratificante: Hallarme entre jóvenes ávidos de leer con quienes pude pasar un rato de intercambio y sana convivencia. En teoría yo impartiría el taller, sin embargo, hay que decirlo, obtuve mucho más de lo que pudiera haber ofrecido.
Coincide mi grata experiencia con la lectura del libro de Eddi Jaku “El hombre más feliz del mundo”, que narra la historia en primera mano de un judío alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Nos habla de las condiciones en que vivió durante su confinamiento en distintos campos de concentración; la forma como más de un par de veces se salvó de morir providencialmente, y cómo, de principio a fin, pese a las condiciones infrahumanas en que vivía, lo mantuvo una sola cosa: La esperanza.
La historia de Eddi Jaku tiene un desenlace extraordinario: Logra salir con vida de la violencia ejercida por el sistema represor nazi, se moviliza a vivir en Australia, en donde finalmente fallece a los 101 años hace justo tres años, dejando una familia consolidada y un gran legado para la humanidad.
La lectura en combinación con la experiencia con los jóvenes tecnológicos reafirma para mí que en este mundo todos y cada uno tenemos una misión por cumplir, una consigna vital nos mantiene activos y entusiastas cada día de nuestra vida. Los estudiantes trabajan por terminar su carrera, tal vez por satisfacer las expectativas de sus respectivas familias, pero, finalmente, porque atienden a un llamado único que llega a cada uno de nosotros en la vida. Unas veces de manera temprana, otras quizá en las últimas etapas de la existencia. Un llamado tan poderoso de la vida, que no podemos ignorar.
Es muy estimulante trabajar entre jóvenes que han identificado el “qué” y ahora buscan el “cómo”. Se preparan para dar lo mejor de ellos mismos, y lo hacen, en primera instancia, por ser leales con su propia esencia.
Una de las complejas problemáticas de nuestros tiempos es esa terrible sensación de vacío interior. Plantarse frente a la vida sin saber bien a bien por qué estamos aquí o que espera la vida de nosotros. Este último punto es central: No se trata de lo que la vida nos va a dar, sino qué vamos a dar nosotros a la vida. En qué medida estamos comprometidos con nuestro tiempo y nuestro entorno para ofrecer lo mejor que hay en nosotros.
Cuando nos sentamos a esperar que la vida nos dé, y no nos da, surge la desesperanza. Nos sentimos extraviados y solos. En cambio, cuando cada uno de nosotros parte de la consigna de descubrir qué quiere la vida de mí, el enfoque da un giro de 180 grados y las cosas se aclaran, como fue el caso de Eddie Jaku cuando se preguntó si, con todo lo terrible que le estaba sucediendo se daba por derrotado y moría, o hacía un último esfuerzo salvador.
Bien dice el dicho que la felicidad no consiste en tener aquello que nos hace felices, sino en ser felices con lo que nos ha tocado tener. Parece un juego de palabras muy bobo, pero en realidad contiene una gran enseñanza. En la medida en que yo no espere de la vida, de los demás, del entorno… en esa medida lo que llegue sumará. Y en tanto yo trabaje convencido de que tengo una misión vital por cumplir, y que nadie más que yo puede hacerlo, cada día se convierte en un peldaño más en la escalera de nuestra propia realización. Cualquier esfuerzo se emprende con entusiasmo, en la convicción de que contribuye a lograr esa tarea vital, que le da sentido a nuestra existencia.
Uno de los últimos capítulos del libro citado se intitula: “Formamos parte del conjunto de una sociedad, y nuestro cometido es contribuir a una vida libre y segura para todos”. Aquí el autor nos habla de cómo, superada la angustia del sometimiento por parte de los nazis, finalmente pensó establecerse en tierras europeas, aunque finalmente descubrió que para él como judío y alemán, se había convertido en tierra hostil, por lo que decidió emprender el viaje hacia Australia, donde vivía su única hermana –también sobreviviente de los campos de concentración–, y es en aquel continente donde finalmente logra establecerse en definitiva. Resiliencia, fortaleza, longanimidad: Tres términos que definen el espíritu de este ser humano que, en ningún momento, se negó a darse por derrotado, por más obstáculos que la vida le presentara.
Termino con un mensaje para los jóvenes con quienes tuve en suerte coincidir esta semana: La lectura nos provee de unos lentes claros para ver la vida y facilita desarrollar empatía hacia personas que son distintas. Para descubrir el sentido último de la vida y creer en nosotros mismos.
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