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Por un final digno

Por Juan Latapí

Hace 4 horas

Una película que causó gran impacto cuando se estrenó en 1971 fue “Johnny tomó su fusil”. En ella se narra la historia de un soldado norteamericano que durante la Primera Guerra Mundial resulta gravemente herido por una explosión pierde sus extremidades y también los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el gusto.

Postrado como un torso viviente consigue comunicarse con los médicos a través de clave Morse mediante movimientos de su cabeza. Pide que lo dejen morir pero no se lo conceden, lo dejan muerto en vida. Una enfermera –consciente del drama- intenta realizarle la eutanasia sujetando el tubo de respiración pero es sorprendida por un médico y la detiene antes de que Johnny pueda morir, prolongándole así la muerte más que la vida.

Años más tarde, otra película que impactó sobre el mismo tema fue “Mar adentro” –protagonizada por Javier Bardem- y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2004. Esta película trata sobre el gallego Ramón Sampedro que quería morir al no poder mover ninguna parte de su cuerpo de la cabeza para abajo y ni siquiera levantarse de la cama a causa de un accidente que le había dejado totalmente incapacitado y dependiente de sus familiares. Él no quería vivir así, para él, esa vida no era vida. Durante 29 años luchó ante los tribunales españoles para obtener su derecho a morir y a pesar de las numerosas peticiones judiciales para que la persona que le ayudara a morir no fuera acusada de delito, ninguna fue aprobada y acabó con su vida con una pastilla de cianuro que le entregó una amiga. Y es que así como hay el derecho a la vida debería haber también derecho a una muerte digna.

De las pocas certezas que hay en la vida están el nacer y el morir. Nadie escoge el momento y lugar donde nace así como tampoco el día y lugar donde morirá. Es normal pensar eventualmente cómo se morirá pero sobre todo que sea un trance sin sufrimientos, sin causar lástima ni molestias a quienes nos rodean, sin depender de terceros, ni ser una carga. Desafortunadamente para muchos no sucede así, y peor aun cuando se llega a una vejez en medio de soledad y abandono.

Paradójicamente esta situación se complica aún más debido a los avances médicos que han elevado considerablemente el promedio de vida y no sorprende que cada vez haya más adultos mayores de 90 años. Esos mismos avances médicos, además de aumentar el promedio de edad, también han logrado que las agonías se prolonguen y a veces hasta por años y con la irreparable pérdida de la calidad de vida.

Morir es inevitable, morir mal no lo es. En 1999 la mitad de los decesos a nivel mundial se debían a procesos crónicos; en 2015 la tasa se elevó: dos terceras partes morían por complicaciones de enfermedades crónicas; en la actualidad, en países ricos, más del 65 por ciento de las defunciones ocurren en hospitales y a menudo las muertes sobrevienen después de gran cantidad de tratamientos, algunos “heroicos”.

La realidad es demoledora ya que porcentajes significativos de la población viven mal su vejez, no les resulta fácil morir y, en lugar de fallecer acompañados en su casa, la muerte sobreviene en soledad en un hospital. Vivimos sometidos a una cultura médica donde los excesos predominan y buscan sin sustento prolongar la vida a pesar de la certidumbre del fracaso de las medidas terapéuticas y de la certeza del final. Por ello el ejercicio médico debe cambiar y facilitar a la persona para acceder o no a determinados tratamientos médicos que lo único que logran es prolongar inútilmente la agonía y con falsas esperanzas que solo consiguen prolongar la muerte y no la vida.

Los pacientes que mueren en el hospital padecen más dolor, estrés y depresión cuando se les compara con pacientes que fallecen en su casa. Los familiares de quienes fallecen en un hospital sufren episodios postraumáticos severos y prolongados cuadros de duelo. Morir con dignidad no es cuestión política ni religiosa, es una cuestión humana, por lo que los médicos deben afrontar esta situación para modificar las leyes respecto a la muerte asistida.

No es un tema sencillo y debe ser abordado junto al tema de la crisis de la salud pública en México, con instalaciones y equipos en pésimo estado, con el cruel desabasto de medicamentos, pero sobre todo por la atención de médicos, enfermeros y administrativos que raya en lo inhumano y a menudo con fines de lucro. Morir es inevitable, morir mal no lo es. Lástima que a nuestros diputados les valga.

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