Coahuila
Hace 1 mes
Todos sabemos que cada 27 de septiembre, los huérfanos del criollo quien se sintió noble, Agustín Cosme Damián De Iturbide y Arámburu Aregui Carrillo y Villaseñor, salen cual almas en pena a clamar que a su ídolo lo hacen menos y no le reconocen que fue él quien consumó la independencia de México. Para paliar su dolor, le dedican misas en su honor y vaya usted a saber cuántas cosas más harán ante la cripta que guarda sus despojos en la Catedral Metropolitana.
En ese sitio, los dejó el estadista Plutarco Elías Calles Campuzano quien decidió que los restos de otros caudillos independentistas deberían de descansar en la columna del Ángel de la Independencia. Razón no le faltó al tomar esta decisión, aquel criollo no fue sino un oportunista que se adjudicó la victoria de un movimiento al que había combatido con saña sin igual.
A pesar de que este escribidor Liberal-Juarista-Carrancista-Elíascallista no profesa admiración alguna Agustín, acorde con las enseñanzas de sus profesores de historia, gusta de revisar ambos lados de los hechos el pasado y en esta ocasión, para regocijo de los huérfanos del iturbidismo, decidió irse a buscar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y la crónica de la entrada a la ciudad de México de Agustín Cosme Damián. Quien lea ambos escritos, y no sepa nada más, acabará convencido de que los seguidores del criollo vallisoletano tienen razón en estar enojados.
Iniciemos por recordar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano en donde se lee: “La nación mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido”. Las primeras diecinueve palabras ni quien las pusiera en duda, las nueve siguientes podían ser consideradas como una aspiración a materializar. Volvamos al texto del Acta en donde se apuntaba: “Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados, y está consumada la empresa eternamente memorable, que un genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su patria, principio en Iguala, prosiguió y se llevó a cabo arrollando obstáculos casi insuperables”. El sanguinario resultaba un dechado de virtudes, era el Mesías esperado. ¿Sería este el motivo que generaba lo que a continuación se leía?
“Restituida esta parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el Autor de la naturaleza, y reconocen por inajenables y sagrados las naciones cultas de la tierra, en libertad de constituirse del modo que más les convenga a su felicidad, y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios, comienza a hace uso de tan preciosos dones y declara solemnemente por medio de la Junta Soberana del Imperio que es una Nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha en los términos que prescribieren los tratados; que entablará relaciones amistosas con las demás potencias, ejecutando respecto de ellas cuantos actos pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones sobernas; que va a constituirse con arreglo a las bases que en el plan de Iguala y los tratados de Córdova estableció sabiamente el Primer Jefe del Ejercito Imperial de las tres Garantías y en fin, que sostendrá a todo trance, y con el sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos (si fuere necesario) esta solemne declaración hecha en la capital del Imperio a 28 de septiembre de 1821, Primero de la Independencia Mexicana”.
El documento señalado era firmado por treinta y ocho personas encabezadas por Agustín Cosme Damián; el obispo de Puebla, José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles; y Juan O’Donoju. Entre el resto de los firmantes no aparecía ninguno de los caudillos insurgentes. Era, como se diría en lenguaje vulgar, un autentico agandalle. Los representantes de quienes habían combatido a los Insurgentes estaban ahí. Pero eso que importaba, en el papel el Imperio Mexicano nacía y era independiente, había que formalizar aquello. Cabe apuntar que el Imperio emergía sin un emperador. Aún cuando ya se vislumbraba quien era el candidato al cargo,
Dado lo anterior, vámonos al texto publicado, el martes 2 de octubre de 1821, en el número primero de La Gaceta Imperial que era el órgano oficial del gobierno del Imperio Mexicano, algo así como La Jornada de nuestros días. Aquello era desparramar melcocha desde el inicio cuando se apuntaba: “Después de trescientos años de llorar el continente rico de la América Septentrional la destrucción del Imperio de Moctezuma, un Genio de aquellos con que de tiempo en tiempo socorre el cielo a los mortales para redimirlos de las miserias, en el corto periodo de siete meses consigue que la Águila Mexicana vuele libre desde el Anáhuac hasta las provincias más remotas del Septentrión [Polo Norte], anunciando a los pueblos está restablecido el Imperio más rico del globo, pero tan mejorado su sistema gubernativo, que si el destruido por Hernán Cortés era el modelo de despotismo, este va a serla base más firme de libertad y copia perfecta del gobierno paternal”. El suministro de helio daba inicio para inflar el globo.
En ese tenor, se leía: “La voz dada en Iguala por el coronel D. Agustín de Iturbide, luego en el mismo instante demostró la justificación de los principios que lo gobernaban; porque si por una parte el Plan descubrió al reino su religiosidad y respeto a todo lo sagrado y eclesiástico, por otra su prudencia supo reunir los ánimos por los lazos de la moderación y la sinceridad; siendo su misma exactitud el seguro mejor que puede presentar, como tiene acreditada la experiencia en todos los pueblos”. Tras de anunciar que las buenas nuevas corrían a la velocidad de la luz por todos los confines del Imperio, La Gaceta continuaba en su labor para elevar al cielo a su elegido.
En ese contexto, se enfatizaba que “unánimes los mexicanos juran sostener los derechos de la libertad de la patria; y empeñando el sable, y adiestrados en el manejo del fusil, vuelan hasta encontrar al Héroe bajo cuyo mando se consideran invencibles”. Como aquello no era cosa de andarse con pequeñeces, para continuar daban inicio las comparaciones. “Si para explicar la fortaleza de Alejandro el Grande, no se encontró mejor expresión que llamar a los soldados capitanes, y a estos reyes, se conocerá las ventajas que llevó el Trigarante si se reflexiona que él se componía de hermanos amorosos, dedicados a sacrificar su propia existencia por liberar a los que aún permanecían bajo la cuchilla del Conquistador que los oprimía. Él llevaba a su frente la victoria y la consiguió en todas las ocasiones en que atacado le fue preciso combatir; más al propio tiempo, su templanza era el iris que anunciaba la tranquilidad en los pueblos que disfrutaban la dicha de hospedarlo”. Pero faltaba llegar al sitio más importante, la ciudad de México cuyos habitantes habrían de inaugurar algo que, hasta nuestros días, prevalece: Nunca equivocarse y siempre estar prestos para vitorear al vencedor en turno sin importar de quien se trate.
En aquel otoño de 1821, “ya la capital estaba llena de la fama de sus virtudes [las de Agustín] pero aún encontró mucho más de lo que había oído cuando lo tuvo en su seno. Suspiraba por ese momento en que cifraba su felicidad; deseaba ensalzar el mérito de sus libertadores; y teniéndolo a sus puertas experimentaba todas las angustias del que espera algún a dicha próxima que se la retrasan accidentes inevitables”. Ya nos imaginamos a los capitalinos con las manos sudorosas, mascándose las uñas, y con el alma en vilo elevando plegarias para que nada malo le hubiera acontecido a Iturbide quien no se aparecía. Pero pronto, como dirían en el pueblo, el subsidio se terminó al anunciarles que, el 27 de septiembre, se aparecería por ahí el criollo apellidado De Iturbide y Arámburu Aregui Carrillo y Villaseñor.
Para confirmar que su proyecto en construcción, de emperador, era de calibre sin igual, el redactor de La Gaceta Imperial escribía: “Nunca vio Roma un triunfo semejante; los de sus guerreros serian más ostentosos por los cautivos y esclavos que encadenados y postrados ante el vencedor denotaban sus conquistas, y más soberbios por las riquezas que lo adornaban, pero nunca comparables con el del Sr. Iturbide. El pueblo mexicano, por carácter amable y agradecido, desde muy temprano ocupó las calles deseoso de admirarlo; los balcones de las casas estaban adornados de cortinas y gallardetes, pues todos procuraron esmerarse en asearlos; entre nueve y diez comenzó a marchar la vanguardia a cuya cabeza venía sin divisa alguna a caballo, enjaezado este de un modo muy sencillo. Llega a la entrada al poniente de la calle de San Francisco [hoy Madero], en el arco triunfal que el Exmo. Ayuntamiento Constitucional mandó erigir entre la prisa y la urgencia, … el mismo le presentó las llaves de la ciudad por medio de su presidente el Sr. Alcalde de primera elección [coronel José Ignacio Ormachea]. En aquel acto manifestó la pureza de sus deseos, pues con ellas en la mano contestó la arenga del Sr. Alcalde en los precisos términos siguientes: ‘Estas llevas, que lo son de las puertas que únicamente pueden ser cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abiertas para todo lo que puede hacer la felicidad común, las devuelvo a V.E. fiando de su celo, procurara el bien del púbico a quien representa”. Lo que a continuación se describía era una muestra de como el pueblo ¿bueno? amaba a su libertador (¿?)
“Concluida la ceremonia continuó la carrera hasta apearse en el palacio Imperial. No es posible siquiera descifrar el gusto de las gentes, el aplauso universal, ni los modos con que significaban su alegría por el bien que les había granjeado para darles la libertad, y el amor que les inspira la gratitud al considerar que expuso su vida, su familia, y todo cuanto le pertenecía por conseguir tamaña empresa, tan importante y tan sublime….entre el Palacio y la garita de Belén, no se oyeron otras expresiones que las de viva el padre de la patria, el libertador de la N.E., el consuelo de nuestras aflicciones, el Genio tutelar que nos atrajo el mayor de los bienes; y el que venciendo el prestigio que nos asombró, abre las puerta de la felicidad nacional para el bien del pobre , para mayor aprovechamiento del rico, para la mejor educación común, y para que disfrutemos de la abundancia, de la producciones de la naturaleza, de los prodigios del talento y de los primores de las artes.. personas de las diferentes clases del Estado; y todas según sus alcances lo bendicen y aplauden…” Al llegar a este punto de la lectura, pensamos que Agustín había sido elevado a la altura de Jesucristo y, a la par, exclamaban hosana, pero no se atrevieron a tanto.
Se conformaron con mencionar como algunos corrían a lo largo del trayecto para verlo pasar una y otra vez pues “el Grande Iturbide fue el libertador de los mexicanos, el fundador de su imperio y el autor de la felicidad nacional”. Tras de eso, se acordaron de que, también, habían participado en la marcha los miembros del Ejercito Trigarante, “ocho mil hombres y diez mil caballos” resaltaban que los miembros de la tropa exhibieron una conducta correcta. Destacaban como una virtud que “la desnudez de parte de este ejercito victorioso sirvió de agradecerles más su esfuerzo y sus fatigas, por la consideración que ni el hambre, ni la desnudez pudieron entibiar su valor”. Con eso era suficiente para la soldadesca, con haber llegado vivos a la celebración era más que suficiente.
Para el caudillo triunfador, sin embargo, el Ayuntamiento Constitucional le preparó “…la habitación, no con el lujo que el apetecía, por falta de tiempo; la que también hizo que la mesa que dispuso para doscientos cubiertos, y el refresco de la noche no igualaran sus deseos, que son las mayores para complacer al Genio superior que ha obrado una de las mayores acciones que aplaudirá el universo todo en medio de la admiración y el asombro general”. Ah, caray, nunca imaginamos que aquel gacetillero tuviera contactos con seres de otras galaxias hasta donde había llegado la noticia de que un criollo vallisoletano había realizado tales acciones. En la noche, tras de asistir a una función de opera en donde se presentó el Califa de Bagdad, y, nuevamente recibir mil y un halagos, Agustín se fue a descansar.
El día 28, fue a presentarse ante la Junta Suprema de Gobierno, en donde pronunció un discurso y “a nombre del Ejército prestó obediencia a la Junta, dejando este testimonio público de la nobleza de sus ideas, de la sinceridad de sus procederes, y la puntualidad de sus promesas que ha llevado a efecto en todo lo que hizo y ejecutó”. Pero aún le faltaba ir a rendir pleitesías ante los miembros de la transnacional más antigua. No obstante que el día anterior fue recibido por el arzobispo de México, Pedro José de Fonte Hernández, una vez que la junta fue instalada, “pasó en toda ceremonia a la Santa Iglesia Metropolitana [en donde lo recibieron en la puerta los miembros del Cabildo] acompañándolo hasta su asiento respectivo. Luego, inmediatamente, otorgó el juramento debido, bajo la forma que señaló y se leyó en voz alta por el secretario el Lic. D. José Domínguez, subiendo al presbiterio a verificar el acto de poner la mano sobre los Evangelios. De este lugar se trasladó a la sala del Cabildo a elegir presidente, y recayó la elección con absoluta uniformidad de votos en el Sr. Iturbide… Se cantó el Te Deum y después la Misa solemne de acción de gracias al Todopoderoso por un bien tan incalculable…” Parafraseando a don Francisco Rodríguez, tabique a tabique, Iturbide erigía su imperio en donde el ocuparía el trono de emperador, aunque para ello haya requerido que, meses después, se apareciera el pueblo ¿bueno? representado por el sargento Pío Marcha.
Como podrá apreciar, lector amable, en aquella crónica no se hacía mención alguna a Vicente Ramón Guerrero Saldaña. Era como si nada hubiera hecho para lograr poner fin al movimiento de Independencia. Mucho menos, se acordaban de Hidalgo, Allende, Jiménez, Abasolo, Rayón, Morelos, los hermanos Galeana, Matamoros, Bravo, Aldama y tantos quienes, a lo largo de once años en etapas diversas, lucharon por lograr la Independencia. Así que los huérfanos del iturbidismo no tiene porqué quejarse de que los despojos de su ídolo estén solitarios en la Catedral Metropolitana. ¿Acaso olvidan que el criollo vallisoletano quien se creyó noble, Agustín Cosme Damián De Iturbide y Arámburu Aregui Carrillo y Villaseñor, se vendió como si él “solito” hubiera logrado la independencia del Imperio Mexicano? [email protected]
Añadido (24.37.117) Ya que andan tan sensibles con eso de pedir que les ofrezcan disculpas, nos preguntamos: ¿También, van a exigirle al gobierno de los Estados Unidos de América un acto desagravio por habernos invadido tres veces y nos devuelva la mitad del territorio nacional que se llevaron, a precio de ganga, por veinticinco millones de dólares pagados en dos exhibiciones? Por favor, déjense de balandronadas y enfóquense en ver como van a resolver el problema económico mayúsculo que no tarda en estallar.
Añadido (24.37.118) Dado el sistema de salud de primer mundo que heredan, seguramente, entre las novedades que nos esperan, se encontrará el anuncio de la instalación de un Centro de Recambio Genético para que a él acudan aquellos que se sienten incomodos con su condición de mestizos y decidan eliminar su carga genética hispana para adquirir la que les permita presumir su pureza indígena. Ya hasta tienen el primer cliente quien, a partir del primero de octubre, tendrá mucho tiempo disponible. ¿Pero, cómo procederán si hay por ahí otras razas mezcladas?
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