Como es notorio percibir, esta columna de opinión se llama “Quiero Ser Libre” se empezó a publicar en este espacio el 15 de mayo de 2021, por lo cual, haciendo cuentas, ya son 3 años y 4 meses, en los que agradezco a quienes hacen posible que se publique, y por supuesto también agradezco encarecidamente a quienes la leen. Es la columna número 169, y la razón por la cual lleva este singular nombre, es porque su propósito inicial ha sido liberar a quien lo requiera de la ansiedad, el estrés, y la depresión; y a vencer el miedo, el rencor y la culpa. Redimir a quien lo necesite y desee de cualquier condición mental o emocional negativa que le haga daño y le impida estar en paz y ser feliz. Debido a que terminé mis estudios de Licenciado en sicología, y después una maestría en Coaching Ejecutivo Integral, e imparto cursos y conferencias de superación personal, además de dar terapias que liberan a la gente rápida y eficientemente de cualquier problema mental o emocional, es que me siento cabalmente capacitado para escribir sobre este tema, que aparentemente iba a ser exclusivamente el concepto sobre cual versarían mis reflexiones y opiniones. Sin embargo, en nuestro país y estado, en estos intensos años han sucedido muchos acontecimientos extraordinarios, sobre todo en el ámbito político y social, que han ampliado la gama de mis razonamientos literarios. En la columna pasada, si la recuerdan quienes la leyeron, me encontraba yo en la disyuntiva de plasmar tal cual una definición que clasificaba al caballo refiriéndose a él con su nombre científico y algunas otras características inherentes a su especie. Decidí escarbar y ahondar en el origen de la citada clasificación, y la columna cobró vida propia, encauzándose por si misma hasta llegar a redescubrir al padre de la taxonomía, el científico sueco Carl von Linneus. Espero que como sucedió conmigo, a algunos de los lectores también les haya sido interesante, satisfactorio, ilustrativo y educativo conocer algo que desconocían. Como ingeniero agrónomo zootecnista, en multitud de ocasiones me he topado con estos nombres científicos que describen a plantas y animales, añadiéndose a sus nombres comunes, y jamás que yo recuerde, en ninguna clase en la universidad, ni siquiera mencionaron como había nacido la taxonomía, ni quien había sido su progenitor. Antes de mandar la columna para su revisión a mis estimados y amables editores César y Carlos, que me hacen favor de revisar mis escritos, le hablé por teléfono a varios de mis colegas agrónomos de distintas especialidades, para averiguar si ellos sabían algo sobre el Sr. Linneus y su aportación a la ciencia, como ninguno supo nada sobre el tema, decidí que debía publicar lo que había encontrado al respecto, ya que, si los agrónomos desconocíamos al citado personaje y sus contribuciones, era lógico que muchos otros seres humanos, cuyas profesiones o actividades no tienen ninguna relación con la biología, la agricultura o la zootecnia, menos estarían enterados de este tema, así que haciendo uso del axioma que me encanta, y he utilizado frecuentemente en la educación de mis hijos: “Es mejor saber que no saber”, porque yo pretendo que por lo menos alguno de mis lectores, aprenda o le regocije algo al leer estas líneas, si así fuera, yo me daría muy por satisfecho, gracias.
He utilizado toda esta larga introducción, para hacer énfasis en añadir algo de lo que todos debemos buscar liberarnos, y que no mencioné en mi primera columna, a la cual hago alusión al principio de este texto, y me refiero a la ignorancia.
Esta humilde y denostada, -aunque muy significativa- palabra, habitualmente se utiliza de forma peyorativa o despectiva para ofender o humillar, es una palabra incomprendida. Les platicaré una anécdota personal que considero importante compartir, que me sucedió cuando escribía yo en el periódico deportivo ESTO, hace tal vez alrededor de 30 años, cuando se hacía ya común el utilizar las computadoras de forma masiva. Lógicamente yo no era experto en su manejo o reparación, y mi maquina tuvo un desperfecto, busqué la ayuda de un joven técnico para resolver el problema que tenía el aparato, y para hacerle saber mi incompetencia en el tema, y crear cierta empatía con él pretendiendo halagarlo, le comenté que el era un gran experto y yo era “muy tonto para eso de las computadoras”, él me dio una gran lección que recuerdo continuamente desde entonces, al responderme con mucha tranquilidad y sencillez, “no eres tonto, eres ignorante”. Por supuesto que él en ningún momento lo hizo con la intención de ofenderme, ni yo me di por aludido, simplemente empleó de manera muy adecuada esta a menudo mal utilizada palabra. No es de tontos reconocer la ignorancia, de hecho, es el punto de partida del aprendizaje. Ya lo diría el gran filósofo Sócrates, “Yo solo sé que no sé nada”, frase que utilizaba para recordar la limitación humana y advertir sobre la presunción de conocimiento infundado. Asimismo resume el método socrático, que consistía en cuestionar las ideas preconcebidas de los demás a través de preguntas. Además, Sócrates consideraba que atribuirse conocimientos que no se poseen era un error, y que negar la ignorancia era perjudicial para el alma.
Disculpen que en ocasiones parezca que me desvío de algún tema preconcebido, pero es que sobre la marcha se me atraviesan conceptos que son dignos de compartirse, como en este caso, yo confieso y deseo que yo, “Quiero Ser Libre de la ignorancia”.
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