Una de las cuatro estaciones del año, que comienza con el equinoccio que se da alrededor del 22 o 23 de septiembre en el hemisferio norte y termina con el equinoccio de invierno, aproximadamente por el 21 o 22 de diciembre en el hemisferio boreal; pero normalmente se considera otoño a los meses de septiembre, octubre y noviembre.
En mi opinión, el otoño trae consigo innumerables pequeños placeres para el mexicano, desde ese olor a hoja seca que invade el ambiente al caminar en las calles de tu barrio por la tarde, hasta a celebración de las tradiciones nacionales como la elaboración de las coronas, usadas para embellecer los sepulcros de tus seres queridos que se han adelantado en su llegada a la otra vida.
Otro de los placeres de la vida es el sabor de una buena caña, el de los dulces de calabaza, los elotes en todas sus presentaciones, hervidos, asados, en esquite, enteros, desgranados, con chile, limón y sal, con queso amarillo, mantequilla, chile en polvo, crema, queso blanco, con mayonesa y hasta con ajonjolí en polvo, deliciosos todos nos recuerdan lo afortunados que somos de vivir un año más nuestras tradiciones.
Pero, la reina de las tradiciones otoñales lo es la celebración del Día de Muertos, pues, de pequeños empezamos a vivirla acompañando a nuestros mayores a visitar las tumbas de la estirpe familiar, sin embargo lejos de comprender en su justa dimensión las visitas al panteón cada 2 de noviembre, lo cierto es que, más de un mexicano adora ir a visitar a sus muertitos para de paso disfrutar de los antojitos mexicanos que están apostados por lo general, cerca del panteón.
Esta deliciosa práctica, ayuda directamente a la economía de la ciudad porque genera una derrama directa a los productores y comerciantes locales, lo que es muy positivo pues mantiene viva la tradición y beneficia a la gente productiva; ósea, uno va y cumple con sus ancestros, con sus mayores, se da un tour por el pasillo de los antojitos mexicanos, se patrocina una cata de comida tradicional mexicana y ayuda a la microeconomía de su ciudad. ¡Qué belleza de fiesta!.
La comida siempre ha estado ligada a la celebración de Día de Muertos, debido a que la ritual marca que en ese día el alma de nuestros seres queridos regresa para compartir con su familia un bello lazo de amor que traspasa el velo de la vida y la eternidad, además de que puede disfrutar de los placeres terrenales como lo es la degustación de la comida; por ello, la comida favorita de tu difunto no puede faltar el día de muertos, ya sea en su tumba o en el altar de muertos.
La primera ocasión que supe de ello, fue en mi examen de ingreso a la escuela secundaria, ahí me aplicaron un examen sobre comprensión lectora con una extensa lectura sobre la isla de Janitzio que es una bella postal mexicana, también conocida como “La Puerta del Cielo”.
Situada en el Estado de Michoacán, es testigo de la velación que realiza el pueblo Purépecha que vive cerca del lago de Pátzcuaro, ellos navegan rodeado el lago y la isla en la noche del 1 de noviembre engalanando la oscura noche con embarcaciones iluminadas con antorchas; la celebración continua para el día 2, cuando reciben a sus fieles difuntos con ofrendas de flores, veladoras en los altares y por supuesto los platillos, dulces, o antojitos que más disfrutaban sus seres amados en vida; todo esto como ofrendas que hacen los vivos para honrar a sus muertos.
Una tradición milenaria, llena de misticismo, luces y colores, es una práctica arraigada presenciada por miles de visitantes nacionales y extranjeros; ésta, atiene a la perpetuación de una leyenda de los Purépechas.
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