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Morena y su democracia simulada

Por Salvador García Soto

Hace 1 mes

Lo que ocurrirá este domingo en el Congreso Nacional del Morena, con la elección de sus nuevos dirigentes –Luisa María Alcalde en la presidencia y Andrés Manuel López Beltrán– será un paso más para la consolidación del movimiento político del presidente López Obrador, no como un partido democrático y que practique en sus procesos internos la demagogia que pregona a favor del voto popular, sino más bien como el nuevo partido hegemónico y de estado en México que se propone reeditar la historia, los modos y el dominio político absoluto del país que llegó a tener el viejo PRI durante 75 años ininterrumpidos.
Porque claramente la elección de la pésima secretaria de Gobernación que fue Alcalde Luján, ahora como presidenta nacional de Morena, acompañada de la mano del hijo del presidente, Andy López Beltrán, no será producto de una votación de los consejeros nacionales o de la militancia morenista, sino más bien será una fórmula electa por aclamación unánime del Congreso Nacional, que simplemente ratificará y le dará carácter estatutario y legal a la decisión que desde hace un par de meses ya había tomado el jefe político del morenismo, Andrés Manuel López Obrador.
Todo el despliegue logístico y operativo para la reunión de este domingo, en la que convocaron a todos sus consejeros de las 32 entidades federativas de la República, no tendrá más sentido que el de avalar y levantar la mano para que se cumpla la voluntad del jefe máximo que, antes de su supuesto retiro de la política, se tomó el tiempo de definir cuál será el futuro de su movimiento, el cual le está escriturando a su hijo Andy, como el beneficiario del testamento político de su padre.
Y para atenuar las críticas y los señalamientos por el orgullo de su nepotismo, el futuro habitante de La Chingada, utilizó a Luisa María Alcalde para que aparezca como la dirigente formal, mientras el liderazgo real y la operación política entre los grupos y tribus morenistas correrá a cargo de Andy, quien por cierto ya realizaba esa misma labor, pero lo hizo siempre desde las sombras, mientras que ahora su nombre y su figura política estarán expuestos en la lógica de encaminarlo hacia la sucesión presidencial del 2030.
No fueron una sino varias las ocasiones, sobre todo al inicio de su Gobierno, que se escuchó repetir a López Obrador que él no desempeñaría el papel de “jefe político” de su partido, como sí lo hicieron –decía él en tono de crítica– los presidentes de la era del PRI y del PAN, y que él solo se dedicaría a atender los asuntos del Gobierno.
Pero resultó que no sólo manejó y decidió desde la Presidencia de la República todo lo relacionado a candidaturas, definiciones y hasta la sucesión presidencial, superando con mucho el papel de líder máximo de sus partidos que cumplieron los presidentes priistas y panistas, sino que AMLO retornó al viejo caudillismo de los años 30, en donde él es el único líder y caudillo que dicta las normas y las definiciones en su movimiento, y que muy probablemente las seguirá dictando desde el presunto retiro, a través de la figura de su heredero.
Y así empezará a quedar claro que aquel “bastón de mando” que le entregó folclóricamente a la Presidenta electa Claudia Sheibaum, cuando él mismo la ungió como la candidata a sucederlo, no era más que un acto simbólico, porque en realidad López Obrador nunca quiso entregarle a la doctora el control del movimiento que él fundó y que lo llevó al poder.

Porque si bien Sheinbaum Pardo será una Presidenta fuerte y poderosa, no sólo por la legitimidad de sus 36 millones de votos, sino también reforzada y blindada con las autoritarias reformas al Poder Judicial y la eliminación del contrapeso de los órganos autónomos, está más que claro que ella no tendrá el control ni el liderazgo político de Morena, porque ese lo tendrá su amigo Andy.
Al final, después del ejercicio de democracia simulada a la que asistiremos el domingo (que será casi un deja vù de los viejos tiempos priistas) lo que veremos será la consumación de la estrategia de salida del poder que planeó y diseñó maquiavélicamente López Obrador para garantizar la consolidación del nuevo régimen de partido hegemónico al que está llevando a México, en el que la democracia volverá a ser sólo un valor retórico y para el discurso, mientras las decisiones y postulaciones de su movimiento político se siguen definiendo vertical y autoritariamente con el apellido López como el eje rector del partido gobernante.

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