Coahuila
Hace 2 meses
La semana anterior les comentábamos acerca de aquel grupo que conocemos como el Batallón de San Patricio cuyos integrantes, la mayoría irlandeses, decidieron cambiar de bando e incorporarse al ejército mexicano para luchar en contra de la invasión estadunidense en 1847. En ese contexto, mencionábamos que, dada nuestra ignorancia amplia en el tópico, no íbamos siquiera a insinuar que lo hicieron bajo la perspectiva de que les iban a dar una recompensa amplia. Permítanos compartirles lo que encontramos.
El viernes 10 de septiembre de 1847, cuando los irlandeses ya estaban bajo resguardo estadunidense acusados de traición, El Diario del Gobierno de la Republica Mexicana publicaba, con retraso, las solicitudes y ofrecimientos que los católicos mexicanos y López De Santa Anna y Pérez De Lebrón habían hecho a los irlandeses y a todo aquel miembro de las tropas estadunidenses quien deseara unirse a las fuerzas mexicanas.
Sin que se precisara fecha, aparecía un ofrecimiento de “los mexicanos a los irlandeses católicos”. Desconocemos si ello se realizó a principios de 1847 o siguió a la que López de Santa Anna, publicara en abril de ese año, pues para entonces los irlandeses ya habían pasado al lado mexicano en la Batalla de la Angostura efectuada en febrero de ese año. Seguramente, se estimaba que aún quedaban quienes podrían incorporarse a la causa mexicana. Cualesquiera que haya sido el motivo, permítanos ir al texto en el cual se clamaba: “¡Irlandeses! Escuchad la voz de vuestros hermanos; oíd los acentos de un pueblo católico”. Enseguida les preguntaban: “¿Podían imaginar los mexicanos que los hijos de Irlanda, esa tierra distinguida de valientes y religiosos se viese entre sus enemigos?” Tras de mencionarles que entendían la miseria que sufrían en su país, les cuestionaban: “¿Pero no es natural esperar, que los irlandeses necesitados que huyen del hambre se refugiasen en este país católico, en donde hubieran encontrado una recepción cordial y vistos como hermanos a no haberse presentado como crueles e injustos invasores?” Les enfatizaban que, en cualquier país español, vaya usted a saber cuales eran esos pues en América las naciones tenían rato de haberse independizado, habrían tenido una acogida fraternal. Y como el autor, o autores de aquella pieza, insistía en darle tintes religiosos a un asunto que no era sino puras apetencias territoriales, volvían a inquirirlos.
“¿Qué, no es ya la religión el más fuerte de los vínculos humanos? ¿Que, podéis combatir al lado de los que incendiaron nuestros templos en Boston y Filadelfia? ¿Presenciasteis crímenes, y sacrilegios tan horribles, sin hacer una promesa solemne a nuestro Dios? Y ya investidos darle tintes a aquello de una guerra santa, continuaban con la perorata.
“Si sois católicos como nosotros; si seguís las doctrinas de nuestro Salvador; ¿Por qué se os ve, espada en mano, degollando a nuestros hermanos? ¿Por qué sois los antagonistas de los que defienden a su patria y a su mismo Dios? ¿Han de ser los católicos irlandeses los destructores de templos católicos, los asesinos de los sacerdotes católicos y los fundadores de restos heréticos en esta nación piadosa?” Todo esto como arenga inflamatoria podría lucir bien, pero estaba muy alejada de la realidad. Desde antes de enviar sus huestes a México, el presidente James Polk acordó por interpósitas personas, la curia católica de su país, que respetarían a los miembros y propiedades de la Iglesia Católica. Que eso era cierto se confirmaría al momento en que, posteriormente, se firmaran los Tratados de Guadalupe Hidalgo. Además, no olvidemos que los obispos de Puebla, Guadalupe (en el informe de Moses Y. Beach queda la duda si no se trataba del de Guadalajara) y Michoacán habían sido debidamente “maiceados” para ayudar a los estadounidenses. Volvamos a la plegaria para que más irlandeses brincaran de bando.
Les endulzaban el oído al decirles “…porque se dice que sois buenos y sinceros católicos. ¿Por qué, pues, os colocáis entre nuestros perversos enemigos?” Y nuevamente lanzaban el curricán esperando que la pieza picara al escuchar que “…nuestra hospitalidad y buena voluntad hacia vosotros, os ofrecen lo que por la fuerza jamás poseeréis o gozareis; tanta propiedad territorial como podáis desear; y esto bajo la garantía de nuestro honor y de vuestra santa religión. Venid, seréis recibidos bajo las leyes de aquella verdadera hospitalidad cristiana y buena fe, que huéspedes irlandeses tiene derecho a esperar de una nación cristiana”.
El tiempo apremiaba y aun cuando los irlandeses ya combatían del lado mexicano, López De Santa Anna estimaba que no eran suficientes y buscaba convencer a otros miembros del ejército estadunidense. Ante ello, el lotero disfrazado de benefactor volvió a la carga.
Los estadunidenses avanzaban y las carencias de los mexicanos eran cada vez mayores, pero López de Santa Anna insistía. El 15 de agosto del año referido, cinco días antes de la Batalla de Churubusco, desde el cuartel general en el Peñón Viejo, les planteó directamente a todos quienes formaban parte de las tropas estadunidenses lo que obtendrían a cambio de amancebarse con él.
“A nombre de la nación que represento, y cuya autoridad ejerzo, os ofrezco una recompensa si dejando las banderas de Norte-América, os presentáis como amigos de una nación, que os ofrece campos llenos de riqueza, y grandes terrenos que, cultivados por vuestra industria, os colmaran de riquezas y comodidades. La nación mexicana… os tiende una mano amiga, os brinda con la dicha y con la fertilidad de nuestro territorio”. Vaya con aquel López, decía combatir a los estadounidenses quienes buscaban apoderarse del territorio nacional y a la vez ofertaba retazos de suelo patrio a todo aquel miembro de las tropas invasoras quien optara por brincar de bando. Acto seguido por si la carnada en el anzuelo no era suficiente, soltaba la atarraya forrada de mentiras para decirles: “Aquí no hay distinción de razas; aquí hay libertad, no esclavos; aquí la naturaleza derrama a manos llenas sus favores y en vuestras manos está disfrutarlos”. ¿Pues que brebajes le suministrarían al gallero de Manga de Clavo para que imaginara esa realidad o sería que ante la proximidad de la derrota optaba por vivir en un mundo paralelo?
Para cerrar su oferta, les mencionaba: “Tened confianza en lo que os ofrezco a nombre de una nación; presentáis como amigos y tendréis patria, hogar, terreno, la felicidad que se disfruta en un país de costumbres dulces y humanas”. Y como el López del Siglo XIX no se andaba con pequeñeces, concluía señalando: “La civilización, la humanidad, y no el temor, os hablan por mi boca”.
El día 20, se dio la Batalla de Churubusco y ante la escasez de pertrechos militares, tras de presentar toda la resistencia la que les fue posible, las tropas comandadas por el general Pedro María Anaya y Álvarez fueron derrotadas por los visitantes. Entre los miembros del ejército mexicano que cayeron prisioneros se encontraban varios de los integrantes del Batallón de San Patricio, otros habían perecido en la batalla. Presos y muertos, sin distingo, eran para los estadunidenses una partida de traidores y en función de ello procedieron a tratarlos.
El 8 de septiembre en San Ángel, se instaló una Corte Marcial para juzgar a los desertores que cayeron prisioneros. En un primer juicio dado a conocer bajo la Orden General 281, “se condenaba por deserción a veintinueve prisioneros quienes se declararon no culpables. Sin embargo, dos tercios de los miembros del jurado los consideraron criminales y los condenaron a muerte para que fueran colgados del cuello hasta que, por su propio peso, perecieran”.
Conforme a lo publicado, el 10 de septiembre, en un alcance a El Diario del Gobierno de la República Mexicana, se mencionaba que “apenas se supo en esta ciudad y todo el mundo se llenó de terror. El Exmo. Sr. ministro de relaciones exteriores en una sentida carta al cónsul inglés, la apreciable señora del Sr. ministro de S. M. Británica, varios particulares mexicanos y extranjeros, nosotros mismos y hasta damas de las familias que residen en Tacubaya, intercedieron por aquellos valientes; y ya los veíamos, sino perdonados, a lo menos indultados de la pena capital”. Curioso es observar que entre aquellos demandantes de clemencia no apareciese ningún miembro de la curia católica mexicana. La razón era muy simple, para ese momento ya estaban perfectamente, como dirían los españoles, liados con los invasores y no iban a poner en peligro su relación por una partida de sus fieles, total que eran cien, doscientos o mil fieles menos, eran reemplazables fácilmente, ante todo lo que le esperaba al triunfo de los estadounidenses.
De acuerdo con lo aparecido, el 28 de septiembre, en las páginas del diario The American Star, de ese grupo inicial de condenados, a nueve de ellos les perdonaron la vida al considerar que cambiaron de bando en abril de 1846 cuando aún, oficialmente, no estaba declarada la guerra. Como permuta, “no se les puede imponer mayor castigo… que el prescrito por el estado de paz, a saber: cincuenta azotes con un látigo de cuero, bien aplicados sobre las espaldas desnudas de cada uno, … con la adición de que cada uno ha de ser marcado en un lado de la cara con la letra D, y sujetados a prisión estrecha mientras este ejercito permanezca en México…”
Las sentencias ejecutorias de diez y seis de ellos se materializaron el 9 de septiembre en San Ángel, ahí enfrente de la iglesia de San Jacinto. De acuerdo con The American Star, cuatro fueron ejecutados en Mixcoac el día 11 y treinta más cumplieron con su sentencia el 13 de septiembre en Mixcoac, aun cuando en el caso de estos últimos, la versión mas conocida es que el general Winsfield Scott ordenó que fueran colgados en Chapultepec justo al momento en que la bandera estadunidense era izada en el Castillo de Chapultepec. No todos los miembros del Batallón de San Patricio capturados perecieron. Al final de la guerra, el gobierno mexicano abogó por ellos. Otros que habían escapado pudieron retornar a Irlanda, mientras que varios se quedaron en México y se dedicaron a actividades varias. Escasos fueron quienes pudieron hacer efectivas las promesas que les hiciera López de Santa Anna.
Para cuando todo lo anterior ocurrió, el López del Siglo XIX ya había corrido para salvar su pellejo. El día 16 de septiembre presentó su renuncia a la presidencia, ya en plena retirada, desde Guadalupe Hidalgo. De ahí, se movería hacia el Oriente para seguir luchando en contra de los invasores que estaban en la capital de la república. Para entonces ya ni se acordaba de las promesas realizadas a todo aquel que se brincara al bando mexicano, lo de él era prometer y nunca cumplir.
Con respecto a los miembros del Batallón de San Patricio, jamás podrá dilucidarse hasta que fue realmente lo que los hizo tomar la decisión de cambiar de bandera al amparo de la cual luchaban. ¿Sería por su catolicismo, su hartazgo por el mal trato o la esperanza de convertirse en poseedores de un pedazo de tierra? En medio de ese cuestionamiento, la remembranza de sus acciones se debate en una dualidad. En los Estados Unidos de América son recordados como traidores, mientras que en los Estados Unidos Mexicanos se les considera héroes. [email protected]
Añadido (24.36.113) El 19 de septiembre, se celebró el octagésimo quinto aniversario de que fuera instaurada la Educación Media y Superior en Piedras Negras, Coahuila, hoy materializada en la Universidad Autónoma de Piedras Negras. Como alguien quien obtuvo su formación académica fundamental, desde el Jardín de Niños hasta la Preparatoria, en las escuelas creadas al amparo de ese concepto educativo integral, con el agradecimiento perene, me permito felicitar a quienes integran el cuerpo docente y al rector de dicha institución, Xavier N. Martínez Aguirre, por continuar con la labor que emprendiera quien revolucionó la educación en el Norte de Coahuila, Fausto Zeferino Martínez Morantes.
Añadido (24.36.114) Nuevamente, el ciudadano Bergoglio Sívori salió a presentarse como adalid de los inmigrantes quienes, sin cubrir los requisitos legales, se meten en otros países. En ese contexto, nos preguntamos: ¿A cuántos inmigrantes sin documentos ha dado cobijo, y tiene como residentes permanentes, en el territorio del Estado Vaticano, excluyendo los que aparecen en la escultura erigida en la Plaza de San Pedro, así como en su residencia de descanso en Castel Gandolfo? O ¿Acaso será que don Jorge Mario rige su piedad católica sustentada en aquello de hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre?
Añadido (24.36.115) Al expresidente Zedillo Ponce De León le reconocemos la destreza que tuvo para solventar los problemas económicos que se le presentaron. Inclusive en el caso del Fobaproa estimamos que, a pesar de opiniones en contrario, fue lo más adecuado para evitar que todo se fuera por el caño. Para nada olvidamos que, en 1996, 1997 y 1998 el PIB creció a una tasa de 6.2, 7.2 y 6.2 por ciento respectivamente, algo que no hemos vuelto a ver, y durante su sexenio el promedio de crecimiento anual fue de 5.55 por ciento. Así como que él propició la independencia del Poder Judicial. Aún con todo ello, no podemos dejar de recordar que él engendró, políticamente hablando, a quien ahora es responsable de haber sentado las “… bases para que México se convierta en una tiranía”. Así que don Ernesto, que tal un poco de humildad y acepta que, en esto último, una parte de la responsabilidad es de usted.
Añadido (24.36.116) Muy orgulloso debe de encontrarse allá en los infiernos, en donde se sancocha, el gigolo-cobarde-saltimbanqui-cristero de closet-sinarquista-nazi al ver como su retoñito, en calidad de representante de la 4-T, no de México, votó en la ONU a favor de que se prohíba a Israel defenderse en contra de los terroristas palestinos. En esa resolución, también, se pide a los estados miembros que no vendan armas o equipo militar a Israel que serían utilizados en Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental. Además de solicitarse un boicot de todos los productos israelíes producidos en territorios ubicados en las líneas anteriores a 1967. No hay duda, de tal leño, tal astilla.
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