Todas las naciones poseen rituales y simbolismos que mantienen su unidad, fortalecen su cohesión y otorgan su identidad. El nuestro es, por excelencia, el Grito de Independencia.
Cual sacerdote personifica a Jesucristo en el momento de la consagración eucarística, el titular del Ejecutivo encarna por unos minutos cada noche previa al 16 de septiembre el espíritu libertador del Padre de la Patria.
En cada una de la totalidad de las demarcaciones municipales los alcaldes hacen lo propio, excepto en las capitales de los estados, en las que el honor corresponde al Gobernador.
La ceremonia del Grito de Independencia es un acto solemne que evoca el momento en el que Miguel Hidalgo encendió la mecha de la cruzada libertaria.
Envuelto en la banda presidencial, el jefe de las Fuerzas Armadas recibe de manos de la escolta del Heroico Colegio Militar el lábaro patrio. La bandera simboliza la soberanía nacional, al resguardo del Ejército, refrendando con ese acto su lealtad a la nación.
Ya en el balcón, el Presidente tañe la vetusta campana de Dolores para llamar al pueblo mexicano, emulando al cura Hidalgo. El repiquetear de ese instrumento despierta conciencias y enciende corazones. Miles, millones de voces gritan al unísono “Viva”, cuando los héroes que nos dieron patria son vitoreados.
La piel se eriza, los ojos se humedecen y por un momento nos olvidamos de nuestros problemas y nuestras diferencias. Finalmente nos vemos como somos y entendemos lo que somos: mexicanos.
Nunca se canta el Himno Nacional con tanto fervor y apasionamiento como en ese momento. Cada nota, cada frase, cada estrofa, nos llega a lo más profundo de nuestro ser.
El estruendo de los cañones y obuses que otrora causaban horror, ahora son representados por petardos y fuegos artificiales que hacen desbordar la alegría.
Los críticos de la historia oficial aducen, no sin razón, que la gesta de Dolores fue el inicio de una guerra, que México nacería como nación hasta 11 años después con el arribo del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. Lo cierto es que sin ese acto nuestra nación no sería lo que es hoy.
El 16 de septiembre es el día de la mexicanidad. Es nuestro día como nación, como pueblo. Es un día para celebrar, pero también para reflexionar. Honremos a nuestros héroes, merezcamos su sacrificio. Seamos mejores padres, mejores hijos, mejores ciudadanos. Seamos mejores mexicanos.
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