“El desorden fue la característica del movimiento liderado inicialmente por Miguel Hidalgo. El desorden se convirtió en caos y el caos terminó por devorar a los primeros caudillos de la independencia. Hidalgo llegó a reconocer que nunca “pudo sobreponerse a la tempestad que había levantado”.
Hombre de extremos, tuvo momentos luminosos como decretar la abolición de la esclavitud y la restitución de tierras durante su estancia en Guadalajara en diciembre de 1810.
Pero las sombras de la soberbia y el egocentrismo se posaron en su persona. “Tan repentino engrandecimiento, hizo desvanecer completamente la cabeza a Hidalgo –escribió Lucas Alamán-. Dábasele el tratamiento de alteza serenísima: acompañaban su persona, oficiales que lo custodiaban y se llamaban sus guardias de corps, y en todo se hacía tratar como un soberano”.
Más que un acontecimiento histórico, los sucesos y los personajes que desencadenaron el inicio de la independencia parecen surgidos de una novela de aventuras. Una invasión en la península ibérica despierta la conciencia de los criollos americanos. Una conspiración que involucra a militares, autoridades políticas, a una bella mujer y a un cura.
Juntas secretas donde se discute el futuro del territorio novohispano. Los acontecimientos se precipitan. Los personajes son delatados y el cura toma su decisión, cruza el punto sin retorno: iniciar la revolución. Con la violencia desatada, enferma de poder y la sinrazón lo toma de rehén. Cuando se percata del camino de sangre que ha dejado a su paso, recupera la razón. Pero es demasiado tarde, es hecho prisionero junto con sus compañeros de armas y es fusilado.
Hidalgo murió arrepentido de haber llevado la guerra de independencia por los derroteros de la violencia que por momentos pusieron en riesgo el futuro del movimiento insurgente pero no se arrepintió por la justicia de la causa. Reconoció ante sus enemigos haberse “dejado poseer por el frenesí” causando incalculables males.
Ciertamente “hirió de muerte al virreinato” pero también dejó marcada en la conciencia social de los mexicanos el grito “mueran los gachupines” que llegó a materializarse con la expulsión de españoles ocurrida en 1828 y 1829. Aún así, en la crudeza de su movimiento se reflejó la violencia de varios siglos de injusticia social, ignorancia y pobreza auspiciada por la corona española. “Padre de la patria” es un término excesivo bajo cualquier circunstancia.
Sin embargo, el cura de Dolores, se ganó un lugar en la historia. Su grandeza, como la de sus compañeros de armas, se encuentra en el acto íntimo, libre y voluntario de atreverse. Hidalgo dio un paso más y traspasó el umbral de la vida cotidiana, a la que renunció irremediablemente.
Para hacer una insurrección –escribió Lorenzo de Zavala- era preciso estar dotado de un carácter superior, de un alma elevada, de una fuerza de espíritu capaz de sobreponerse a los obstáculos que oponía un sistema de opresión tan bien combinado como el del gobierno español. Estas cualidades no podrán disputarse a estos hombres ilustres.”
(Tomado de Hidalgo el desconocido de Alejandro Rosas)
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